Yo me pregunto, ¿quién de nosotros ofrecerá el consuelo necesario, como hoy sucede con nuestros 43 normalistas de Ayotzinapa desaparecidos?
Se percibe la amalgama de lo clásico entrando como luz del amanecer: quizá en la cómoda se encuentre la impresión de un testigo —Homero o José Saramago— o alguna escultura mínima de la belleza seductora de Circe
Mario Jiménez, soñador de amores audaces y desalentado pescador, decide abandonar —hostigado por su padre: “Búscate un trabajo”— su placentero oficio de dubitativo holgazán...
Tito Lucrecio Caro (99 a.C.-55 a.C), pensador y poeta romano, a través de la lucidez filosófica, hace de las cosas ordinarias una veta de reflexiones que bien deberían apuntarse como prioridades en el ciego desorden moral de nuestras tareas diarias
¿Actuar bajo los principios de una incertidumbre permanente, porque a la humanidad —trono infecto de la política trucada— no le está permitido la vivencialidad positiva?
“¿Cómo era la gente bien en México del siglo pasado? ¿Cómo son ahora? ¿Quiénes eran y cómo son? ¿Cómo han cambiado sus intereses, sus valores y sus diversiones?”. Son estas las interrogantes que nos proporcionan sus editores, en la más ruin de las apologías
Estos alborotadores de los últimos tiempos, auténticos “moteros” —Café Racer— merecen una nueva ilustración y, de alguna manera, aquí la tenemos: una cuadra en busca de la insolencia perdida
Él cantaba, se le veía alegre, vivaracho, contento, muy animado… Y, desde su florido sillón mostaza, movía su cuerpo, armonizando el ir y venir de sus ojos y brazos y abrazos…
No esta especie de lastimosa heredad que, en el imaginario de los montajes, se deja seducir fácilmente por lo falso, y que terminamos de observar hasta el hartazgo en la TV: un hombre herido
¿En manos de quién están los fanáticos de todo orden y de toda orbe? ¿No son ellos mismos la puñalada visible de la educación impartida mostrando nuestro propio fracaso?