Amaranta y Leticia, con telas de plástico sobre los hombros para protegerse de la lluvia ligera, atraviesan el Jardín de Loreto.
Solo, con su desnudez, acabaría hecho pedazos, confundido entre papeles y ropa inservible y a la postre sería objeto de burlas.
Era inútil seguir allí, a menos que quisiera continuar torturándome con los recuerdos de una vida que acababa de dejar atrás para siempre.
La primera pareja de comensales cargada con sendos paquetes, elige el lugar junto a la caja y, con evidente alivio, deja los bultos.
Sería tan fácil aparecer, pararse frente a su viejo amigo, ex compañero de la escuela y decirle: “Soy Anilú, la reina Bonifacia.”
El gerente me pidió que la entrenara. Le vi buena disposición y aunque todavía es joven, desde el principio la llevamos bien.
A las doce del día, los balnearios en la antigua salida a Puebla se hinchan de nadadores, donde también hay instalaciones para tomar el sol.
Gabriela me suplicó que conservara las llaves cuando empezó a darse cuenta que inexplicablemente iba perdiendo fuerzas.
Cristina Pacheco. Crónica. Vivimos tan de prisa que nunca nos damos cuenta de lo rápido que pasan los años.
Se me ha recrudecido el dolor por la tensión nerviosa que me provoca el desempleo y saber que ocupa mi puesto una má-qui-na.