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Opinión

Mar de historias | Una pizca de pimienta

Por: Cristina Pacheco

Llevo años trabajando en las cocinas. Gracias a Dios acaban de darme el cargo de mayora. Todavía falta para que me jubile, pero ya lo pensé: no voy a retirarme de esto. ¿Qué sería de mi vida sin mi estufa, mis ayudantes, mis ollas, mis compañeras de trabajo: Dalila, Águeda y Dinora? Es la empleada de más reciente ingreso.

Ella empezó a trabajar aquí el 15 de enero. El gerente me pidió que la entrenara. Le vi buena disposición y aunque todavía es joven, desde el principio la llevamos bien y, cuando puedo, me gusta ayudarla. No quiero decir que la vea como a una hija, porque no es tan grande la diferencia de edades entre nosotras, pero sí como a una hermana menor.

Desde que se cortó el cabello se ve muy bien, lo malo es que se le notan demasiado los tatuajes que tiene en el cuello. Nunca faltan moscardones que anden rondándola. Le aconsejo que tenga cuidado y no se fíe. No sé mucho de hombres, pero tengo hermanos, así que los conozco lo suficiente como para saber que mientras consiguen lo que quieren son capaces de ofrecerle a una las perlas de la Virgen; pero después, cuando se les pasa el antojo y se encandilan con otra, si te vi, ¡no me acuerdo!

II

Estimo a Dinora, le deseo lo mejor y no me gustaría verla sufrir un desengaño. Por eso le he insistido en que no se encampane a las primeras con cualquier tipo, y menos con alguien como Óliver. Es el repartidor que desde hace un tiempecito viene a dejarnos la carne tres veces por semana. En lo que espera a que se le pague el pedido, va y se sienta en una de las mesas del fondo y platica con mi amiga mientras se toma su cafecito con una banderilla.

Cuando empezó a hacer migas con Dinora, después de que él se iba y yo le preguntaba a ella de qué habían conversado, me contestaba que de futbol, de sus cuates, de su trabajo en la distribuidora de carne y del tianguis donde vende los domingos, pero a últimas fechas, si se lo pregunto, ella me responde que de puras tonterías o que no se acuerda porque no le puso atención. Eso sí me preocupa, me da mala espina porque siento que ella me oculta algo o que ya no me tiene confianza.

No quiero pensar mal, pero hay cositas, cositas raras. Por ejemplo, el día que Óliver llegó bien tarde al restorán. Encontró el puente bloqueado y en la avenida había manifestantes que protestaban por falta de agua en una escuela y el maltrato a los animales. Como no le permitieron el paso con su camioneta, al pobre no le quedó más remedio que bajar el cuarto de res que le habíamos pedido y echárselo sobre los hombros, así que llegó al restaurante sudando a mares, todo despeinado y con la bata manchada de sangre. Al verlo, Dinora corrió a ofrecerle su café, pero él no quiso tomarlo: tenía prisa de irse a entregar otros pedidos, al menos esa fue la explicación que nos dio.

Más tarde, a la hora del almuerzo, noté a Dinora muy callada, le pregunté si había tenido otro problema con la portera de su casa y me dijo que no. Enseguida fue a pedirle permiso al gerente para salir a la sedería porque necesitaba comprar unos hilos y no sé qué otras cosas. Me pareció que era un pretexto para que no siguiera preguntándole, y creo que no me equivoqué porque regresó sin haber comprado nada y con los ojos llorosos.

III

Atando cabos saqué mis conclusiones: para mí que ella sintió feo de que Óliver no le hubiera aceptado el café. Después, cuando íbamos a salir, se lo dije y le aconsejé que no se mortificara por algo tan insignificante. Ya con eso, se soltó a decirme que había sido una tonta por interesarse en un idiota como Óliver y que en adelante, cuando él le hiciera plática, iba a mandarlo por un tubo.

Me dio gusto que al fin entrara en razón y me tranquilicé, pero al siguiente lunes, en cuanto vio aparecer al dichoso repartidor, fue al baño a pintarse los labios, se dio una arregladita, se cambió de zapatos y salió muy contenta a ofrecerle a Óliver su café y su banderilla. Estuvieron bromeando un rato, hasta la cocina me llegaban sus carcajadas y tuve que salir a decirle que fuera a apoyarme con los chamorros.

No necesito preguntárselo a Dinora para saber que Óliver la tiene loca, pero a mí él no me gusta para ella, porque sé que al final de cuentas va a sufrir mucho sin que a él vaya a importarle, como tampoco le importó que antes padecieran otras mujeres por su culpa. Él no me lo dijo claramente, pero me lo dio a entender antes, cuando platicábamos.

Reconozco que Óliver es muy guapo, varonil, simpático y sabe conversar muy sabroso, pero esas cualidades no lo hacen un buen prospecto para Dinora. Por desgracia no he podido conseguir que ella se dé cuenta de eso, pero confío en que suceda algo que le abra los ojos, que la haga darse cuenta de que no necesita ofrecérsele a nadie porque todavía está en posición de elegir. No dudo que encontrará un hombre bueno, que le convenga, aunque no sea tan guapo, tan varonil ni tan buen conversador como Óliver. Eso me consta. Cuando me platicaba, se me venían un chorro de estornudos, como me sucede a veces cuando le pongo una pizca de pimienta a mis guisados.

IV

El gerente nos dio la noticia de que la semana que entra al fin van a inaugurar nuestra sucursal en Tepozotlán. Hace tiempo que no voy para allá, pero me han dicho que está muy modernizado, lleno de buenos restaurantes, entre ellos la sucursal del nuestro. Pienso que Dinora debe irse para allá cuanto antes, para que empiece a darse cuenta de la situación, vea lo que haga falta y prepararse para cuando empiecen a llegar los clientes.

El patrón estuvo de acuerdo en mi sugerencia de que Dinora vaya a encargarse de la sucursal. Cuando lo supo, a ella no la vi muy feliz. Me dijo que extrañará mucho este lugar, a la clientela y, aunque no lo mencionara, de seguro también las conversaciones con Óliver. La entiendo porque sé lo que es oírlo y, sólo por eso, sentir que el mundo cambia, que todo es distinto.

Estoy tranquila porque hice todo lo posible por evitarle una desilusión, pero creo que mis esfuerzos fueron inútiles. Ella no entiende y sigue pensando que ese hombre está entusiasmadísimo con ella. Puede que ahorita sí, pero cuando pase el tiempo y él se canse, Dinora acabará oyéndolo, desde la cocina, conversar y reírse con otras mujeres. Y eso, por Dios que se siente bien feo.

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