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Opinión

Silvana Rabinovich / Elena Poniatowska

Por: Elena Poniatowska

Silvana Rabinovich es maestra en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), de la Universidad de Rosario, Argentina, y de la Universidad Hebrea de Jerusalén. Invitada por la Sorbona, ha publicado varios libros de estudios árabes e islámicos y ahora da conferencias un día sí y otro también sobre el tema de Palestina, que a todos nos tiene preocupados.

–Querida Silvana, a todos nos enferma lo que está sucediendo en Medio Oriente. ¿Por qué debemos mantenernos alertas ante el ataque de Israel a Palestina?

–Es muy preocupante y me parece que hay una teología política secular y, en el caso del Estado de Israel, es la teología política nacional y colonial que proviene del texto que yo más amé y aprendí de los labios de mi abuelo, quien me sonreía: la Biblia Hebrea. En la Biblia Hebrea hay una línea monárquica y una línea profética; los profetas siempre pusieron límites al ansia de poder de los reyes, recordándoles que por encima de ellos está Dios. De hecho, cuando los ancianos fueron a pedir un rey, el profeta Samuel respondió: «No, un rey les va a traer muchos problemas, de algún modo va a llevar a sus hijos a la guerra y a sus hijas las va a tener de sirvientas; ustedes tienen la suerte de no tener rey y tener a Dios». Vinieron el rey Saúl, David, Salomón y después llegaron los grandes imperios, el asirio, el babilonio, y se perdió la posibilidad de un rey. Entonces empieza una larga, larga historia de vida dispersa de los judíos. Los judíos hemos vivido siempre en todos los lugares, hemos hablado la lengua del lugar, poniéndole a veces las letras hebreas a esa lengua; por ejemplo, tenemos el judeoespañol, que es el español antiguo, el «ladino», con letras hebreas; en España también el andaluz y en la Taifa del norte; en Zaragoza, los judíos escribían con letras hebreas. Desde el siglo X existe una Torá, el Pentateuco, los cinco primeros libros de la Biblia escritos en judeo-árabe; es decir, se escucha en árabe, pero las letras son hebreas y Dios se llama Alá, y se traduce sin problema entre musulmanes y judíos.

–¿Y el conflicto que a todos nos tiene en ascuas?

–Lo que está pasando es algo de la humanidad que se rompe y ya se rompió muchas veces, pero ahora lo hace con toda la violencia tecnológica que acelera y multiplica nuestra deshumanización. Nos cuentan que es un conflicto religioso, milenario y no es verdad; es una ocupación colonial que los judíos emancipados de Europa provocaron al tener que huir del antisemitismo europeo. Por eso, hombres, mujeres y niños viajaron a Palestina. Quienes prevalecieron llegaron con una actitud colonialista de asentamiento. Hicieron de cuenta que los habitantes originarios no existían y alegaron que ellos convirtieron un desierto en un vergel cuando ya era un vergel de naranjos y de olivos. Los habitantes ya sabían cultivar la tierra, pero la narrativa sionista insistió en el desierto, como hacen los colonizadores. Le doy un ejemplo: el general Roca declaró a la Patagonia un desierto, pero era una cultura que tenía una relación con la tierra que no era de posesión, sino de amor. Convivían una minoría judía, una minoría cristiana y una mayoría musulmana, que se entendían bien. Los judíos han vivido en medios musulmanes durante más de mil años sin problemas graves.

–¿Habrán tenido algunos conflictos como cualquiera?

–Sí, pero los resolvían muy bien. Cuando se presenta el Imperio Británico, ingleses y franceses se dividen la región, (por eso las fronteras son tan rectas), y se inserta un tipo de gobierno que no tenía nada que ver con su realidad. Dentro del movimiento sionista, Martin Buber sostuvo que tenían que huir de Europa, porque allá los mataban, pero pudieron haber llegado de manera mucho más modesta, mucho más humilde, a pedir asilo a los habitantes originarios e ir en plan de buena vecindad, en lugar de trasplantar esa figura del estado nacional europeo en el que no cabían los judíos. No propusieron una forma de organización, una confederación de comunidades autónomas en la que ninguna mayoría podía determinar la vida de una minoría. Eso iba a ser parte de la región llamada la Gran Siria, porque así se llama en árabe también, y nosotros la llamamos Damasco. Había judíos que no estaban en favor de partir la tierra de Palestina, como ocurrió el 29 de noviembre de 1947; la Organización de Naciones Unidas emitió la resolución 181 de partir Palestina y declaró que los judíos estaban en favor de la partición a la que se oponían los palestinos. No es verdad, no todos estaban a favor; incluso un grupo de profesores de la Universidad Hebrea de Jerusalén –Martin Buber, Iehudá Leib Magnes y Saúl Smilansky– fueron a convencer a la Comisión Angloamericana de que no había que partir la tierra, y llevaron ese mensaje a las Naciones Unidas, pero las potencias prefirieron dividir y proponer dos estados, algo que sabemos inviable. Por tanto, hay que defender el Estado palestino y exigir su reconocimiento oficial, pero en realidad ya no es posible, porque el territorio está completamente fragmentado, parece queso gruyere, lleno de colonias, asentamientos ilegales israelíes en el área C, de Cisjordania, o en Gaza, que es una franja de menos de 400 kilómetros cuadrados que está completamente sitiada por aire, mar y tierra. En este momento estamos viendo una masacre, porque antes veíamos ataques periódicos que se entendían como una exhibición de nuevas armas que después se vendían a otros países, porque casi todos son clientes de Israel, que vende armas eficaces. De esa capacidad se vanagloria Israel, que también presume de haberlas probado antes sobre la población de Gaza.

–¡Qué horror!

–Es tremendo porque Gaza está compuesta por 90 por ciento de refugiados, la población ahí nacida es 10 por ciento, y el resto consta de sucesivos refugios. En 1948, posiblemente huyeron a Jordania, después del Septiembre Negro, y fueron al Líbano. Los sobrevivientes habrían tenido que ir a Siria, pero con la guerra muchos se refugiaron en el Líbano.

“En 2005, Ariel Sharon implementó algo que se le ocurrió, que es un eufemismo, porque todos son eufemismos, y él llamó ‘la desconexión de Gaza’. Sacó de Gaza los asentamientos ilegales de extremistas judíos y los llevó a Cisjordania y a la Jerusalén ocupada, y les ofreció condiciones muy atractivas. Muchos judíos viven en los asentamientos ilegales por convicción, porque quieren el gran Israel desde el Nilo hasta el Éufrates, pero algunos –que incluso se creen de izquierda–, viven en el territorio ocupado porque es mucho más barato construir ahí su casa. El gobierno alienta de muchas maneras que los judíos ocupen estos territorios que son palestinos. Por tanto, el territorio está completamente fragmentado.”

–¿Y los dos Estados, el judío y el palestino?

–No es realista plantear la posibilidad de dos estados. Un filósofo que tenía siete doctorados, químico, físico, filósofo, Isaías Leibowicz, planteó en 1967, cuando Israel conquistó y ocupó esos territorios: «O se devuelve todo esto o los israelíes que van a vivir en territorio palestino se vuelven palestinos».

–¿Y los palestinos que viven en Israel se vuelven israelíes?

–Lo que digo es que no es posible vivir robando territorio. También tomaron a Siria con pretextos estratégicos, porque son tierras altas. Vemos la degeneración de aquello que pudo haber sido bueno.

«Al inicio de nuestra plática, le dije que el texto bíblico tiene la vía monárquica (que acabo de describirle en su peor degeneración, como estamos viendo ahora) y la vía profética. Los profetas siempre limitaron el poder de los reyes, recordándoles que son seres humanos. Todo judío se cubre la cabeza para recordar que hay otro poder sobre él. Cubrirse la cabeza es un acto de humildad, pero es muy común que un objeto simbólico adquiera un significado que lo cambie totalmente».

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