Bueno o malo, poco importa. El asunto es que sea consciente de que el hombre de la modernidad está “demasiado muerto para vivir y demasiado vivo para morir”.
Ahora que observo la belleza de esta fotografía —ilusión mecánica, sólo bosquejo gráfico de cierta humildad—, donde la llaga de Cristo es un estigma del viaje, reparo en su instante de peligro: ¿Homilía de un oficio de imágenes sustituyendo la realidad?
No deja de sorprenderme la coincidencia y, como herido por el rayo de la felicidad, me revuelco de risa… ¡La anciana alemana, curiosa y sarcástica, diciéndole a Hesse que habría “que irse familiarizando con el infierno”!
No habrá futuro sin desarrollar anticuerpos culturales contra la debilidad moral que propaga la insensatez de un poder cada vez más trastornado, fuera de todo juicio
La llama se aviva y el viejo maestro de 80 años sentencia: “Vamos, tenemos que irnos. Usted debe de regresar a casa a contar una historia. Creo que será un libro entero”
Pero también palabras que remiten a la sentencia de escritor Milan Kundera, cuando refiere que “la lucha del hombre contra el poder es la lucha de la memoria contra el olvido”
En esos últimos años, ya sin poder tocar, siempre paciente, deja pasar las horas y los días realizando pequeñas esculturas de animales con su pan mojado en vino
Avanzo en mi interpretación y, por momentos, reafirmo confundir lo serio con lo profundo: la expresividad de un iris en el blanco y negro, sumando siempre a lo maravillosamente notable que sobreviene en cada una de las fotografías
Algo anda muy mal desde hace tiempo y, a excepción de algunos memorables rebeldes mal vistos, lo repulsivo que se respira en el presente lleva la llaga de una hegemonía fundada en el Estado, la iglesia y la “razón” instrumentista de las guerras.
Una frase, que es ya de dominio público, nos acompaña desde aquellos maravillosos días de juventud: “En las profundidades del invierno finalmente aprendí que en mi interior habita un verano invencible”