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Biden y Trump usan el tema de la democracia como arma electoral

Por: David Brooks y Jim Cason / La Jornada

Nueva York y Washington, 9 de enero.- El año electoral en Estados Unidos comienza con el presidente declarando que esta contienda se centra en la defensa de la democracia frente a una amenaza existencial de autoritarios, y su principal contrincante reiterando que la lucha es contra la «izquierda radical» que ha tomado el poder y está llevando al país al desastre.

O sea, al arrancar el año electoral, parece haber acuerdo entre los contrincantes en que esto no es una batalla entre diferentes propuestas de gobierno, sino que la misma democracia estadunidense está en juego.

El presidente Joe Biden estrenó lo que será el mensaje central de su campaña de relección durante un acto el sábado en un sitio histórico de la fundación del país, en Pensilvania, donde el entonces general George Washington encabezó el ejército continental en un capítulo clave de la guerra de independencia en 1777, y citando al primer mandatario del país, declaró que, como en ese momento, esta lucha electoral es por «una causa sagrada». Ahí acusó a Donald Trump de cometer «un asalto contra la democracia», en referencia al ataque al Capitolio justo hace tres años, el 6 de enero de 2021, y advirtió que «es lo que él está prometiendo para el futuro». Proclamó que la pregunta clave es «si la democracia es aun la causa sagrada de Estados Unidos».

Ese mensaje lo reiteró ayer en una iglesia afroestadunidense en Carolina del Sur, la cual fue atacada con una bomba por supremacistas blancos que mataron a nueve personas en 2015, subrayando la violencia asociada con Trump, su principal contrincante. Biden enfatizó que «la verdad está bajo asalto en Estados Unidos. Como consecuencia, también lo está nuestra libertad, nuestra democracia, nuestro país. Un movimiento extremista encabezado por nuestro ex presidente está intentando robarse la historia ahora».

Pero aun dentro de esa iglesia, no todos estaban entusiasmados por Biden: su discurso fue interrumpido brevemente por críticos de su apoyo incondicional a Israel que exigían un alto el fuego inmediato, otro ejemplo de cómo el manejo de su política exterior en torno a Medio Oriente y Ucrania podría restarle votos.

La batalla final

Por su lado, Trump repite su mensaje de que Biden y la «izquierda radical», «marxistas«, «comunistas«, «anarquistas» y, como siempre, los inmigrantes que, empleando una frase de la era nazi, están «envenenando la sangre del país«, están destruyendo a la nación, y que esta lucha electoral es la «batalla final» para rescatar a America. Más aún, insiste en que, como él es el único salvador del país, sus enemigos están usando al Estado –los tribunales, los fiscales, las agencias de inteligencia y más– para anularlo en lo que llama la mayor «cacería de brujas» en la historia.

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Que la democracia estadunidense está en peligro no es mera retórica. El sábado 6 de enero marcó el tercer aniversario del intento de golpe de Estado de miles de fanáticos de Trump con el propósito de interrumpir la certificación de la elección presidencial que él perdió –y que hasta la fecha se niega a reconocer– por el Congreso. Unos 140 policías resultaron heridos mientras algunos de los extremistas buscaban a legisladores y hasta el vicepresidente Mike Pence para «colgarlos». Desde entonces, se ha acusado penalmente a más de mil 230 personas que participaron en el asalto al Capitolio –y buscan a más– en lo que es el caso de investigación criminal más grande de la historia del país.

Incluso a lo largo de los últimos años el Departamento de Seguridad Interna y otras agencias federales han declarado que entre las amenazas de seguridad nacional más peligrosas para Estados Unidos está la presentada por agrupaciones de derecha extrema y supremacistas blancos, y alertan contra la posibilidad de actos violentos en el ciclo electoral de 2024.

La semana pasada, el Council on Foreign Relations –uno de los centros de análisis de mayor prestigio e influencia en la cúpula estadunidense– emitió los resultado de su sondeo anual de expertos sobre política exterior estadunidense, sólo para descubrir que por primera vez en los 16 años de este ejercicio un tema interno está entre las tres principales preocupaciones globales para 2024: «el terrorismo doméstico y los actos de violencia política».

Ante esto, el favorito entre los republicanos para ser candidato es el que instigó un intento de golpe de Estado; el que sigue llamando «patriotas» a integrantes de milicias ultraderechistas; el que continúa utilizando retórica con tintes fascistas para amenazar a sus opositores, incluso al presidente Biden en un mensaje ayer, con que utilizará al gobierno para perseguirlos judicialmente si logra regresar a la Casa Blanca.

Más aún, Trump, es el primer candidato presidencial que hará campaña mientras enfrenta cuatro juicios criminales (un total de 91 cargos) más otros casos civiles.

Y ese candidato, por ahora –y es muy temprano, pero aún así no deja de sorprender– está empatado e incluso hasta va ganando a Biden en algunas encuestas nacionales.

Por su parte, el autoproclamado defensor de la «causa sagrada» de su país tiene un nivel de aprobación por debajo de 40 por ciento desde hace meses.

Los candidatos más viejos en la historia

Todo lo anterior promete una contienda que la gran mayoría del electorado había preferido evitar, con los dos candidatos presidenciales más viejos en la historia de Estados Unidos.

Pero la propia democracia estadunidense también muestra señales de edad avanzada y deterioro. Sólo 28 por ciento de la población adulta dice estar «satisfecha» con la manera en que funciona la democracia en Estados Unidos, según un nuevo sondeo de Gallup. Esa cifra está por debajo del nivel en 2000, y muy por debajo del índice de 1990, cuando 61 por ciento expresaba satisfacción con la democracia.

El sistema estadunidense nunca ha sido una democracia plena, y de hecho dos veces en las últimas dos décadas el candidato presidencial que ganó el voto popular perdió la presidencia –en 2000, cuando el demócrata Al Gore obtuvo más sufragios, pero la Suprema Corte determinó que George W. Bush consiguió más votos electorales, y en 2016, cuando Hillary Clinton ganó el voto popular, pero perdió por el sistema anticuado del colegio electoral–, o sea, no hay voto directo popular para elegir presidente.

No sólo eso, sino que es un sistema en el cual los multimillonarios y los intereses adinerados siguen teniendo un poder casi sin límite. En 2015, el ex presidente Jimmy Carter, experto internacional electoral, declaró lo que antes definía a Estados Unidos como un gran país por su sistema político, «ahora es sólo una oligarquía, con el soborno político ilimitado siendo la esencia de conseguir las nominaciones para presidente o para elegir el presidente. Y lo mismo aplica en el caso de gobernadores, senadores y diputados estadunidenses».

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