Opinión

Reflexiones en torno al Poder

Por: Carlos Mora Álvarez

Este es el primer texto que compartimos de la edición especial que imprimió La Jornada Baja California, con motivo de nuestro sexto aniversario; es un artículo de opinión de Carlos Mora Álvarez. En los siguientes días seguiremos compartiendo los trabajos en nuestro portal

A lo largo de nuestra vida hay lecturas que deben estar siempre presentes. Los libros en su entereza son palabra y tiempo, guías morales y éticas que nos sacuden, mapas de civilidad que nos pueden educar una y otra vez con el paso de los años. El principito de Antoine de Saint-Exupéry es una de esas lecturas que trascienden a la infancia y que debe anidar en nuestras manos en la madurez. Es un libro fundacional para mí como lector, tradición personal a la que sumó El llano en llamas y Pedro Páramo de Juan Rulfo, obras que si bien no leí en principio por iniciativa propia sí me convirtieron en un lector curioso hasta el punto de descubrir Los hijos de Sánchez de Oscar Lewis, El padrino de Mario Puzo y Palabras mayores de Luis Spota, este último sin menoscabo de los dos primeros me enseñó el significado del “Poder político” o, mejor dicho el “Poder de los políticos”.

Oscar Lewis me enseñó a comprender el Poder de la familia; El padrino me ayudó a entender el Poder desde el punto de vista del bajo mundo, nada mal, si lo pienso, para un joven inexperto pero impetuoso por aprender el significado y las acepciones del Poder. Una vez dicho esto, intentemos definir este concepto que va más allá de la palabra en sí y que su significado estará relacionado con el lugar, tiempo y espacio donde se aplique el Poder.

El Poder como concepto, disculpen mi posmodernismo tardío en pleno siglo XXI, engloba un sinfín de significados que se instrumentan dependiendo el contexto: el poder (con baja) de servir, ayudar en lo económico, social, político, geográfico, informativo, estructural, del conocimiento, humanitario, de la educación, liderar, de influir, dominar, acallar, de enloquecer y envilecer, un infinito etcétera, un redundante sinfín, pero con claras definiciones que ejemplificaré con un algunas anécdotas.

Al doctor Ernesto Zedillo Ponce de León, presidente mexicano de fin del siglo XX, don Emilio Azcárraga, en el ocaso de su vida, le solicitó su anuencia para que la transición del poder de Televisa hacia su hijo Emilio Azcárraga Jean no sufriera mayores tropiezos, pues hasta ese momento era la empresa más grande en materia de comunicación que existía en Hispanoamérica, y por tanto la más poderosa en su rubro en nuestro país. La llegada del nuevo Consejo presidido por el joven heredero, dicho sea de paso, fue exitosa e incluía una cláusula específica de salida de todos y cada uno de los nuevos socios que de hecho llegaron a revolucionar la empresa.

Años más tarde y dada la transformación obligada de Televisa, se echó mano de la cláusula que amparaba a los socios de la empresa. Dicha concatenación de palabras que daban forma a esa cláusula confrontó al hombre más poderoso desde el punto de vista económico (Carlos Slim), en contra del joven (Emilio Azcárraga Jean) más poderoso desde el ángulo de la información hacia las masas. Brillantes e inteligentes, ambos personajes, resolvieron pronto con tino y prudencia el asunto que calmó las aguas inquietas donde navegan los inversionistas.

Sin embargo, una de las interrogantes que ese encuentro planteó se reduce a la tarea de comprender ¿qué pesaba más en el contexto sociopolítico y económico? ¿El Poder del dinero o el de la información? El resultado del breve debate nos llevó a varios a comprender que, si bien el dinero ejerce por sí mismo el Poder, la capacidad de mover a la masa, de informar, es respecto a la sociedad como instrumento mucho más poderosa pues el auditorio es infinito y sobre todo: gratuito, como gratuitos son los enseres para dominar al ciudadano.

Con respecto al Poder en la política, casos existen ad nauseam. Me voy hasta un momento añejo de la historia de los hijos de la revolución mexicana, la primera del siglo XX. Culminada la revuelta nacional que cedió paso al nacionalismo que nutrió a la cultura del siglo pasado, varias generaciones que se beneficiaron del conflicto armado heredaron a las segundas generaciones sendas fortunas que, en su mayoría, se esfumaron. La revolución en sí misma no fue suficiente. Se necesitó siempre del Poder ejercido desde el Estado para transformar al pueblo, así lo hizo Manuel Ávila Camacho para generar el momento de estabilidad política y económica de la primera mitad del siglo XX. Al finalizar ese siglo se generó en 1994, durante el sexenio de Carlos Salinas de Gortari, el Movimiento zapatista que ejerció otro tipo de Poder que intentaba mediar entre estado y sociedad… esta contraposición curiosa era necesaria para mantener un equilibrio: por un lado el gobierno a través de su poder generaba estabilidad al acceder a la escucha de los golpistas, y por otro el movimiento ejercía su poder para lograr la igualdad y equidad hacia los pueblos. Al final, el movimiento sigue y el poder es la liga que mantiene unida la coexistencia entre gobierno y revolucionarios. El Poder apacigua y prolonga.

Con Palabras mayores Luis Spota, genial y añorado autor, reflexiona en torno a la costumbre del Poder, además de sumar otros títulos de su pluma a este ejercicio. No hay mejor forma de conocer y entender el Poder, por lo menos en nuestro país, que no sea a través de la lectura de los libros del maestro titulados: Retrato hablado (donde aborda el Poder económico), el ya citado Palabras mayores (donde narra el Poder sucesorio), Sobre la Marcha (abona al Poder regional), El primer día (habla acerca del Poder perdido), El rostro del sueño (el Poder clandestino) y La víspera del Trueno (una reflexión del poder militar). Cabe mencionar que, recientemente, el poeta mexicano don Jaime Labastida público esta colección magnífica en la editorial siglo XXI. Obras medulares para entender al ser humano y su ansia o pecado llamado Poder.

Cómo no hablar de Michel Foucault, el máximo filósofo del siglo XX que interpretó el Poder desde las fauces de la posguerra francesa. Solía decir que: “Acaso nuestra dificultad para encontrar las formas de lucha adecuadas, ¿no proviene de que ignoramos todavía en qué consiste el Poder? Me quedo con esta tarea.

Para finalizar, hablaré de los que son para mí los máximos poderes en la existencia que se reducen al Poder de la tierra y el universo. La geografía política sustenta el Poder en el mundo basado en potencial económico, militar y tecnológico. La lógica de los Estados Unidos, China, Rusia, Alemania y Gran Bretaña (sin dejar de lado a Italia, Japón y Francia), por citar a los más importantes, se rigen bajo la aplicación y el ejercicio del Poder sobre los endebles. De todas esas culturas surgieron los nombres que modificaron el rostro de la humanidad por lo menos en el siglo XX y ahora en el siglo XXI. De esa geopolítica europea y asiática surgieron los nombres heroicos y fatídicos que ejercieron el Poder absoluto derivado en tragedia y gloria: Adolfo Hitler y hoy Putin (siempre latente), a la par de Donald Trump; de los heroicos me quedo con Winston Churchill, Franklin D. Roosevelt, Charles de Gaulle o hasta John F. Kennedy, Bill Clinton y Barack Obama, cada uno de estos actores dejó su marca clara y permanente del ejercicio del Poder público que la historia deberá llamar a juicio para bien o para mal.

Mi padre me enseñó, desde niño, que no existe mayor poder que el de la fuerza de la razón y creo, por sobre todas las cosas, en Dios todopoderoso y que todo lo puede. Y enriquezco las palabras de mi padre con una frase del bardo Shakespeare: “el Diablo tiene poder para asumir una forma agradable”.

Hasta siempre, buen fin.

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