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Opinión

El último lector | El que es amigo de Whitman es mi amigo

Por: Rael Salvador | El último lector

Es la poesía una conquista personal.

Llegar a ella, como a un lugar extraño, intensifica los sentidos.

La poesía agita el corazón y la nieve cae desde la infancia como una ligera lluvia sobre las espigas.

Decía Rimbaud, joven maestro del viejo Walt: Bueno sería que cada día fuese Navidad (cito de memoria).

De niños vivimos la poesía y no necesitamos hacerla. 

En el paraíso de la infancia, entre muchas otras cosas desapegadas a la neurosis adulta, no necesitamos escribir poesía.

Escribir aquí y ahora, pasados los años, es un maravilloso intento por recuperar ese paraíso perdido. 

A esta patología artística, en el mundo de la psicología transpersonal, se le llama “Edad de la escritura”. Pero, así como no se puede tener el hábito de la inteligencia, tampoco se puede tener el hábito de la escritura.

Un rey, como un poeta, reciben siempre su destino.

Pero es Walt Whitman, en sus “Hojas de hierba” —en su Song of myself (Canto a mí mismo)—, quien nos ofrece con más oportuna claridad esta lección de vida: “Yo me celebro y yo me canto, / Y todo cuanto es mío también es tuyo, / Porque no hay un átomo de mi cuerpo que no te pertenezca”. 

La traducción anterior es de Borges, quien lo entendió muy bien y, a partir de eso, nos legó un mapa literario, similar al de Whitman, para que nuestras correrías existenciales no se enconaran en las diferencias, siempre artificiales: “Las cosas que le ocurren a un hombre les ocurren a todos”.

Quien ha bebido sabiduría en la constelación de las letras, lo sabe. Cuando un hombre lee un libro, lo único que hace es leerse en otro hombre; es decir, cuando alguien lee un libro lo único que logra es leerse a uno mismo.

Entender la poesía —la de Rimbaud o Whitman, o la de todos aquellos que eligen viajar en este Vagón Sideral—, percibir y paladear sus radiantes frutos humanos, tiene que ver con la comprensión del amor.

Porque igual que la poesía, el que ama incondicionalmente, el que ama de verdad, no sólo está dispuesto a darlo todo, sino que está dispuesto a darse. En la vida y en la escritura: escrivivir.

Ahora sé que habríamos intercambiado, aparte de los panes —pan, en griego, es una palabra convocante que significa “todo”, así como “compañero” quiere decir “el que comparte el pan”, en la mesa o en el camino y también como un acto de solidaridad en la desgracia—, aparte de un cielo estrellado en la mesa estival, ideas sensibles sobre Whitman y la poesía.

El que es amigo de Whitman es mi amigo. 

Quien ha visto el film de “Into the wild” (o leído el libro de Jon Krakauer «Hacia rutas salvajes», Ediciones B, 2008), y ha entendido lo cruento del territorio, sabe que referiré al “País de las sombras largas”, de Hans Ruesch, donde la orgullosa raza de Alaska, los Inuit, son los hombres entre los que se dicen “hombres”, que no “esquimales” (comedores de carne cruda), que es el nombre despectivo que les daban los Redskin (Piel roja).

¿Cuánta poesía hay en el hablar? ¿Cuánta poesía nos regala la propia naturaleza? ¿Cuánta poesía nos traerás del lugar que ahora partes?

raelart@hotmail.com

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