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Opinión

El último lector | Ars Tranströmer / Rael Salvador

Por: Rael Salvador

Ahí donde los ángeles temen asomar sus alas, los poetas se lanzan al abismo.

Tomas Tranströmer, el gran Nobel sueco, lo hizo a los 83 años: abandonó —en un largo, bello y doloroso vuelo— los abruptos riscos de lo vivo.

Antes el poeta se ha sumergido ya en la existencia (ahí donde se lleva a cabo el vals de la vida y de la muerte) y, con sapiencia decidida, observó su destino, luego escribió y ofreció testimonio sobre él: “Entonces llega el derrame cerebral: parálisis en el lado derecho/ con afasia, sólo comprende frases cortas, dice palabras/ inadecuadas”.

Algo hay en las palabras de Vladimir Horowitz que recrean la música de Tranströmer cuando dice que “las últimas sonatas de Beethoven son las confesiones privadas de un gran hombre”. 

Esto le ha sucedido a Tomas Tranströmer (Estocolmo, 1931-2015), que fue el digno y oportuno Premio Nobel de Literatura 2011, quien padeció hemiplejía en 1990, la cual le paralizó la mitad derecha del cuerpo y le dejó con una afasia que le impidió hablar, pero —por fortuna— no escribir, ni tampoco dejar de deleitarse tocando su piano.

Uno de los grandes enigmas que rodeó su figura, misterio del auténtico tránsito literario, surge del hecho de que en 1974 había escrito en su poema “Bálticos” unos versos que ahora podemos interpretar como premonitorios: “La música llega a un ser humano, él es compositor, él la interpreta,/ hace carrera, llega a ser Jefe del Conservatorio./ La coyuntura cambia, las autoridades lo condenan./ Como Jefe de la Fiscalía nombran a su alumno K****./ Es amenazado, degradado, desterrado./ Pasan algunos años y la desgracia se atenúa, es rehabilitado./ Entonces llega el derrame cerebral: parálisis en el lado derecho/ con afasia, sólo comprende frases cortas, dice palabras/ inadecuadas. Así, no lo alcanzan ni el ascenso ni la condena./ Pero la música permanece, sigue componiendo en su propio/ estilo,/ se convierte en un fenómeno de la medicina por todos los años/ que le quedan por vivir./ Escribió música para textos que ya no comprendía:/ del mismo modo/ expresamos con nuestras vidas algo/ en el coro que tararea lapsus”.

El yo poético del autor de “Deshielo a mediodía” y “El hielo a medio hacer” revela que el joven desconocido era el encargado de dirigir el Conservatorio, luego, por una causa que se desconoce, es encarcelado; una vez pasada la condena, le sobreviene un derrame cerebral, parálisis con afasia… pero en él continúa la música. 

No está de más decir que Tranströmer, como pianista, contó con una asombrosa cantidad de piezas escritas para su mano izquierda.

Aquí, ante este largo luto de su partida —siete largos años—, la categórica profundidad de su Ars poética: “Todo tiene sentido dentro del poema, en el que las palabras son como medusas que se deslizan a la deriva como flores después de un funeral marino, si se las alza del agua pierden toda su forma, como cuando una indescriptible verdad es arrancada del silencio”.

raelart@hotmail.com

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