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Cultura

Urge reabrir la discusión sobre los restos de Cuauhtémoc

Por: Mónica Mateos-Vega / La Jornada

Ciudad de México. Durante poco más de 70 años, debido a intereses políticos y mezquindades personales, se impuso como “verdad histórica” que los restos óseos que se encuentran en Ixcateopan, Guerrero, no pertenecen al último gran tlatoani mexica Cuauhtémoc, como afirmaron los estudios científicos que en la década de los años 50 encabezó la arqueóloga Eulalia Guzmán, así como análisis posteriores “sesgados y truculentos”, afirma el investigador Jorge Veraza Urtuzuástegui.

El doctor en estudios latinoamericanos por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) considera que es momento de abrir de nuevo la discusión “que se cerró de manera artificial” en 1976, cuando una tercera y última comisión de estudiosos dio carpetazo al tema.

La polémica en torno a la autenticidad de la osamenta que, pese a los dimes y diretes, se venera por cientos de personas, “ha hecho de lado el significado profundo de la llamada tradición de Ixcateopan (como se conoce al conjunto de historias orales y escritas en torno al gobernante indígena), la cual abarca, sobre todo, la manera humanística y de resistencia en la que todo un pueblo respondió cuando fue asesinado su líder”, añade el especialista en entrevista con La Jornada.

Este sábado a las 17:30 horas, diversos colectivos en favor de las tradiciones prehispánicas darán la bienvenida en la Ciudad de México, como cada año, a los corredores ceremoniales que vienen de la zona arqueológica El Tigre, también conocida como Itzamkánac, en Campeche, sitio que algunas fuentes históricas identifican como el lugar donde Hernán Cortés asesinó a Cuauhtémoc, el 28 de febrero de 1525.

Durante el breve descanso que los modernos painanis (correr ligero, en náhuatl) tendrán en la plaza Tolsá, frente al Palacio de Minería, en el Centro Histórico capitalino, en su ruta rumbo a Ixcateopan para celebrar el 23 el natalicio del tlatoani, se leerá un documento preparado por Veraza que pugna por un rescate “de la verdad, pues hay que dejar claro que el pueblo no inventa tradiciones.

“Hace casi 500 años, los pobladores de ese lugar, mexicas y chontales, respondieron a las acciones de su líder, que no era cualquiera; Cuauhtémoc fue un líder en resistencia. Cuando se supo que Cortés lo asesinó y lo dejó colgado en un árbol, como perro, arriesgaron su vida y fueron a rescatar el cuerpo, para enterrarlo con dignidad.

“Es una acción consistente con que efectivamente Cuauhtémoc está enterrado ahí. Entonces, la tradición de Ixcateopan incluye a todo un pueblo, como sujeto histórico, que no se convirtió en inhumano, a pesar de que fue explotado, despojado y violentado por los invasores. No les quitaron su humanidad.”

Los restos que Eulalia Guzmán atribuyó a Cuauhtémoc fueron encontrados el 26 de septiembre de 1949 en la iglesia de Santa María de la Asunción, en aquel poblado guerrerense. Eran huesos calcinados, acompañados de una punta de lanza, una placa ovalada de cobre con una cruz en el centro y grabada con la inscripción: “1495-1525. Rey e S. Coatemo”.

Un mes después, la Secretaría de Educación Pública, con el financiamiento del Banco de México, ordenó la integración de una comisión para revisar los trabajos de la arqueóloga. Pero desestimó argumentos como el de Alfonso Quiroz Cuarón (considerado el padre de la criminología moderna), quien había determinado que uno de los huesos correspondía a un pie que exhibía las marcas de una severa quemadura, posible signo de la legendaria tortura que infligió Cortés a Cuauhtémoc.

Absurdo político

Las discrepancias hicieron que se formara una nueva comisión entre 1950 y 1951, que también dio un fallo negativo, aunque hubo un par de investigadores que no estuvieron de acuerdo ni con la conclusión ni con los métodos de trabajo, entre ellos José Gómez Robleda, también criminólogo y autor del libro «Dictamen acerca de la autenticidad del descubrimiento de la tumba de Cuauhtémoc en Ixcateopan» (1952).

En aquellos años, el Comité Estatal para la Alianza de Comunidades Indígenas del Estado de Guerrero proclamó, “hablando en nombre de los 7 millones de indígenas del país”, que “pareciera que fuertes intereses políticos o de castas, u otras manos escondidas, se han movido para frustrar u opacar este descubrimiento tan grande”.

En 1976, una tercera comisión entró en escena, de nuevo “con una serie de vicios; vuelven a negar los trabajos de Eulalia y a desconocer decenas de estudios científicos precedentes, detalla Jorge Veraza; el argumento principal que difundieron fue que los restos pertenecen a ocho individuos, soslayando la prueba científica: que 85 por ciento de los huesos son de una sola persona del sexo masculino, joven, de talla elevada, fuerte, coincidiendo con las descripciones que da Bernal Díaz del Castillo.

“Luego, el dictamen se centra en ‘la joven mestiza ahí enterrada’, ¿cuál? ¿Pues no que eran ocho individuos? ¿Cómo llegaron a la hipótesis de que 15 por ciento restante de huesos son femeninos? Es cierto que hay un cráneo pequeño en comparación con el cuerpo, pero no se tomó en cuenta que son huesos calcinados, que las cuencas son grandes.

“La primera comisión ya había confirmado que ese cráneo pequeño se articulaba perfectamente con el esqueleto masculino por medio del atlas, primera vértebra cervical, pero esta prueba científica no se reconoció en 1976; incluso, se les perdió, o se la robaron.

“Es así como todo es un absurdo ideológico y político, también porque los gobiernos en ese entonces necesitaban un nacionalismo dócil, que también convenía a Estados Unidos. Son conexiones que hay que estudiar, conocer cómo se establecieron las relaciones entre los hispanistas y los intereses proestadunidenses que acallaron las demostraciones científicas de las tres comisiones, sin que nadie revisara ni enjuiciara sus trabajos.

“Nos han tomado el pelo 50 años y denigraron a una científica tan descollante como Eulalia Guzmán. Por eso urge una reivindicación de los estudios científicos que fueron truculentamente soterrados, pues la batalla simbólica la tienen ganada las personas de los pueblos originarios del continente, que simplemente creen que ahí está Cuauhtémoc y que cada febrero vienen a celebrar el nacimiento del jefe de la resistencia.

“Sin embargo, mientras no se reconozca como auténtica la tradición de Ixcateopan, es como si no se reconociera humanidad a los indígenas, como si éstos no hubieran trasladado y sepultado a su Huey Tlatoani, a su gran dirigente y esforzado guerrero que jamás se sometió. Hay un consejo de ancianos que sostiene esa tradición y lo tachan de mentiroso; no se vale”, concluye el académico de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM)-Iztapalapa.

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