El último lector. La filosofía de la rata / Rael Salvador
¿No será que todavía pienso en la filosofía de la rata?
Esa rata que, cuando corría por el interior de la casa, un chino atrapó, y que luego, en el exterior, arrojó a una hoguera.
Mala gente, el chino sonreía viéndola estremecerse con el lomo ardiendo.
Entonces, pasó algo: ¡la rata corrió y corrió y corrió y corrió… y, de nuevo en el interior de la vivienda, quemó hasta los cimientos!
La sonrisa del patizambo, en menos de lo que arde una astilla, se transformó en una boca abierta, como abiertos habrían de verse también sus ojos.
Ahora pienso en la humanidad, que tomó por asalto los pies de Cuauhtémoc, luego se pasó a las brujas por las llamas, recayendo en el cuerpo y alma de Giordano Bruno.
La humanidad, esa piromaniaca especie animal a la que no podemos dejar de pertenecer.
La filosofía de la rata: todo lo que va, en realidad viene.
Pero hay otros chinos y otras ratas…
Por ejemplo, la Rata Mickey, de la que no voy a hablar (porque, cuando decidan de una buena vez concluir la Pandemia, voy a pasarme por Disneyland y no deseo tratos despectivos, que ya no tengo edad para esas putas cosas).
Pero está Firmin, claro que sí: la rata de biblioteca (literal).
No hay una teta libre, sólo queda el confeti desperdigado del corazón la obra maestra de James Joyce, Finnegans Wake…
Pero lo que bien se come bien se lee.
De esa forma Firmin, la rata lectora, descubre que “el mero hecho de masticar y tragar algo, aunque no alimente el cuerpo, nutre los sueños. Y los sueños y la comida son como cualquier otro sueño: puedes vivir de ellos, mientras no te mueras”.
La rata Firmin ve por vez primera la luz en el sótano de una librería en el Boston de los años 60, entre el existencialismo Beat y el colorido despliegue hippie, y ahí aprende a leer devorando las páginas de los clásicos de la literatura: Tolstói, George Eliot, Proust o el Dickens de “Oliver Twist”, Henry Miller, Scott Fitzgerald o D. H. Lawrence.
Pero una rata culta es una rata solitaria.
Ninguneado por su familia, pues a él le gustan los libros, busca la amistad de su admirado librero y, válgame la referencia, la de un escritor fracasado.
A medida que la rata Firmin perfecciona un hambre insaciable por los libros, su emoción y sus miedos se vuelven más sutiles, se embellecen tristemente de un sentimiento humano.
Sílabas, palabras, historias conjuntas entre roedores y humanos, que forman un hermoso libro, una cálida narración que se nos acuna entre las manos como un dulce elogio a la lectura.
“Firmin. Aventuras de una alimaña urbana”, de Sam Savage (editorial Seix Barral), es un homenaje a la literatura, a las interrelaciones del reino animal y el hombre, al arte y placer de leer, a la cultura y a la música de la vida y del alma.
Bueno, ¿y el otro chino? ¡Fascinante! Aquí va…
Se trata de un relato onírico, proveniente de la cultura China, el cual es rescatado por Rüdiger Safranski, donde se narra la historia de un pintor que llegó a viejo después de dedicar toda su vida a un único cuadro: «Una vez que lo hubo terminado –nos cuenta el filósofo alemán–, invitó a los amigos que aún le quedaban para mostrarles su obra: en ella se veía un parque, y entre los prados un estrecho camino que conducía a una casa situada en un alto. Cuando los amigos, listos para dar su opinión, se giraron hacia el pintor, éste ya no se encontraba junto a ellos. Miraron de nuevo hacia el cuadro: allí estaba él, recorriendo la suave pendiente del camino; abrió la puerta de la casa, se paró un momento, se volvió, sonrió, les dio nuevamente la espalda y cuidadosamente cerró tras de sí la puerta dibujada.
»El pintor entra en el cuadro como si de su verdadero hogar se tratara, lo que supone alejarse de los demás. Para los que han quedado atrás esta desaparición equivale a la muerte, aunque la historia relata más bien una llegada, una vuelta a casa, momento feliz del que no se explica una palabra a los que quedan fuera del cuadro. Como mucho, se podría observar la pintura y decirles: ahí, en el cuadro, encontrarán expresado ese gozo»
La filosofía de la rata: todo lo que va, en realidad viene a uno.
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