¿Cómo se puede llegar a dominar la cartografía de los sentimientos en literatura? ¿Basta con saber escribir y tomar la hoja de cristal del ordenador como un espejo?
No sólo en esta estación —solsticio de invierno, tiempo de quietud— a mí me gusta decir que ¡somos animales que respiramos fábulas!
Ante los geómetras del pensamiento y los errabundos de las estrellas —Ulises de otras épocas—, el poeta libera el espíritu a la llama de la palabra y, poliédrico —como una epilepsia de luces—, se quiebra todo lo desierto…
El autor de “El extranjero”, que padecía tuberculosis, solía decir: “Morimos a los cincuenta años de una bala de nostalgia que nos disparamos al corazón a los veinte”
La tarde puede ser gris, lumínica, apreciablemente desfavorecida; que no nos importe su imparcialidad: las apariencias igualmente no se presentan como un engaño
La imagen del Che Guevara, la más nacedora de todas, resurge siempre como una reivindicación a la solidaridad y a la esperanza, a la igualdad y al derecho de creer, crear y crecer
Yo me pregunto, ¿quién de nosotros ofrecerá el consuelo necesario, como hoy sucede con nuestros 43 normalistas de Ayotzinapa desaparecidos?
Se percibe la amalgama de lo clásico entrando como luz del amanecer: quizá en la cómoda se encuentre la impresión de un testigo —Homero o José Saramago— o alguna escultura mínima de la belleza seductora de Circe
Mario Jiménez, soñador de amores audaces y desalentado pescador, decide abandonar —hostigado por su padre: “Búscate un trabajo”— su placentero oficio de dubitativo holgazán...
Tito Lucrecio Caro (99 a.C.-55 a.C), pensador y poeta romano, a través de la lucidez filosófica, hace de las cosas ordinarias una veta de reflexiones que bien deberían apuntarse como prioridades en el ciego desorden moral de nuestras tareas diarias