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Opinión

Sobre la estupidez

Por: Carlos Mongar

La estupidez es un tema recurrente que me ha interesado desde joven. Siempre he advertido lo complejo de su abordaje; ingresar en su terreno y dimensión es explorar en terreno minado, espinoso y pantanoso, ya que la estupidez posee una multiplicidad de rostros y una familia numerosa. El objeto de esta breve reflexión es compartir contigo, lector, un tema que considero de vital importancia y de interés colectivo, propio de “eso” que hemos dado en llamar condición humana, y tal vez, estés de acuerdo que, la estupidez debiera ser estudiada y analizada en los diversos niveles de educación (media y universitaria), ya que se ha convertido en la más terrorífica enfermedad de la inteligencia. Cuanta razón tenía el filósofo, polímata y maestro Aristóteles (384-322 a.C), al señalar que, “La juventud pasa, la inmadurez se supera, la ignorancia se cura con educación y la embriaguez con sobriedad, pero la estupidez dura para siempre”. 

De antemano considero que, quien escribe sobre la estupidez debe situarse él mismo como objeto de estudio; y, sí, he sido yo, en primera instancia, el laboratorio de estas reflexiones y sirva a manera de captatio benevolentiae; porque, apesar de todo, es estúpido querer fungir como sabio tanto si se es estúpido como si se es sabio, y es propio del sabio exponerse como estúpido tanto si se es sabio como si se es estúpido. 

El vocablo estúpido proviene del latín stupidus y del verbo stupere que significa “estar aturdido” o “paralizado”, por lo que, el estúpido es un ser “aturdido” e incapáz de escuchar al “otro” o de concebir la-realidad-como-tal (compleja y polivalente); es decir, el estúpido “paralizado” con su propia imagen en el espejo de la realidad unidimensional, no ve a nadie más que a su ego egocéntrico e individualista; este personaje embriagado de sí, se considera factotum del conocimiento, una especie de Deus ex machina poseedor de la llave maestra del saber, dueño y señor de la verdad absoluta. Este individuo olvida que durante toda la vida, nunca se deja de aprender. Lo “increíble” es que contamos con muy pocos estudios, verdaderamente científicos, donde se expliquen los mecanismos y efectos de la estupidez, tomando en cuenta que su historia abarcaría desde el surgimiento de la historia humana, tal vez, desde el surgimiento del patriarcado y la propiedad privada, hasta nuestros días. Generalmente, el tema ha sido más aprovechado de manera certera y eficaz por escritores satíricos, entre los que sobresalen Jonathan Swift, Gustave Flaubert y Robert Musil. 

Descubrí y leí con gran placer y admiración, en mi época de estudiante, el luminoso libro Elogio de la locura de Erasmo de Rótterdam (1466- 1536), impreso en 1511 y que, para mayor exactitud, debió traducirse como Elogio de la estulticia (Stultitia laus), y según tengo entendido fue el primer estudio sobre la estupidez, sin considerar De natura rerum de Paracelso, que trata de manera poco profunda algunos elementos propios de la estupidez, sin llegar a ser precisamente un análisis sobre el tema; de igual manera, el librito de Sebastián Brant: El Barco de los necios, que más bien es un poema satírico en donde una caterva de estultos navega rumbo a Narragonia, algo así como la tierra prometida. En su Elogio, Erasmo, de manera irónica y satírica nos muestra a la estupidez revestida de formas tan variadas y confundida, no pocas veces, con sus hermanas la vanidad, la inmodestia, la locura, la frivolidad, la fanfarronería, la necedad, la pereza y la cobardía; sin olvidar a seres de mente y espíritu pusilánime, patanes de diversas clases, “santos” libidinosos, políticos y profesionistas fraudulentos. Sin duda, un libro clásico sabroso, lúcido y mordaz. 

El magistral escritor y pensador austriaco, Robert Musil, autor de la magnífica y colosal novela: El hombre sin atributos, impartió, en Viena; una interesante conferencia en 1937, titulada Sobre la estupidez (Über die Dummheit), que más tarde sería publicada con el mismo título. En dicha obra, Musil, intenta una ontología de la estupidez, pero lejos de ello, presenta, no una respuesta a la pregunta ¿qué es la estupidez?, sino que expone un diagnóstico interesante y agudo sobre la praxis de la estupidez; y, donde indica no saber nada de ella: “No he descubierto ninguna teoría de la estupidez con cuya ayuda poder pretender salvar el mundo: al contrario, no he encontrado en el ámbito de las preocupaciones científicas ni siquiera una investigación dedicada a ella, y tampoco coincidencias de opiniones con respecto a su definición, que resultase del tratamiento de temas análogos”. Y en ese breve estudio acuñó un filoso e irónico aforismo: “Si la estupidez no tuviera algún parecido que le permitiese pasar por talento, progreso, esperanza o perfeccionamiento, nadie querría ser estúpido”. 

Los estúpidos nacen y se hacen por contagio o esfuerzo personal; por supuesto, ellos, lo ignoran (en general están convencidos de que nadie sabe más que su persona), y es mejor no desengañarlos ya que la ignorancia de la estupidez es muy similar al estado de gracia: benditos sean los estúpidos porque siempre encontrarán la forma de pasar por el ojo de una aguja. 

Más es importante y justo puntualizar que, las personas inteligentes no son inmunes al “virus” de la estupidez. Se ha demostrado que, individuos que han obtenido buenos resultados en los tests de inteligencia que se les han aplicado, se han manifestado, bajo ciertas circunstancias, como estúpidos monumentales. Esclarece esta tesis, entre otros, el psicólogo Robert J. Sternberg, en su interesante libro ¿Por qué las personas inteligentes pueden ser tan estúpidas?.

Hasta ahora, entre los estudiosos de la estupidez, no hay un acuerdo para caracterizarla científicamente, pero sí, todos están de acuerdo en que, cuando la estupidez se asocia a otras lacras familiares de la condición humana, las consecuencias son catastróficas. Sin embargo, el discípulo destacado de Freud, Alexander Feldmann, señaló que el estúpido es “a quien la naturaleza ha suministrado órganos sanos, y cuyo instrumento de raciocinio carece de defectos, a pesar de lo cual no sabe usarlos correctamente. El defecto reside, por lo tanto, no en el instrumento, sino en su usuario, el ser humano, el ego humano que utiliza y dirige el instrumento”. En consecuencia, la dejadez, la pereza, el rechazo a ejercer “positivamente” nuestras facultades naturales o utilizarlas erróneamente son, de cierta manera, algunas de las causas de la razón de ser de la estupidez.

Frecuentemente se tiende a considerar conocimiento y sabiduría como sinónimos sin que lo sean. Hay personas estúpidas que poseen extensos conocimientos de índole diversa, pasan por “cultas” pero el habla o sus actos los delatan, enseñan el cobre. También hay individuos inteligentes cuyos conocimientos son muy limitados, pero no por eso estúpidos. Muchas veces la apantallante abundancia de conocimientos sólo sirve para disimular y enmascarar la mórbida estupidez; en tanto que la sabiduría de una persona puede ser evidente a pesar de la falta de conocimiento librescos e independientemente de la posición social y económica que ocupe en la vida. He encontrado personas sabias entre obreros, campesinos, pescadores, oficinistas y amas de casa. 

Lo contrario de la estupidez según los diccionarios es la inteligencia, de ahí que lo contrario de estúpido sería inteligente. En el esclarecedor libro La inteligencia fracasada, con el subtítulo no menos sugestivo: Teoría y práctica de la estupidez, José Antonio Marina, evitando la carga jocosa o insultante de la palabra estupidez, prefiere hablar de fracaso de la inteligencia: “La inteligencia fracasa cuando es incapaz de ajustarse a la realidad, de comprender lo que pasa o lo que nos pasa, de solucionar los problemas afectivos o sociales o políticos; cuando se equivoca sistemáticamente, emprende metas disparatadas, o se empeña en usar medios ineficaces; cuando desaprovecha la ocasión; cuando decide amargarse la vida; cuando se despeña por la crueldad o la violencia”. Brillante definición, pero, me parece insuficiente. La estupidez –según mi percepción y entender–  posee un carácter “similar” al de ser; ese “símil” de la estupidez con el ser, bien podría ser la belleza, la poesía, lo divino o el amor. Me explico arropándome en mi interpretación heideggeriana de ser (Sein). En la “búsqueda” para “encontrar” el ser (Sein) oculto, velado, casi siempre confundido con el ente, ¿quién nos dirá o qué nos indicará que el ser (Sein) “está” presente, dado que el ser se presenta siempre en un “ahí”? La “evidencia”, será como de soslayo, sesgada, como el instante en que el relámpago ilumina la innominada noche donde resplandece el ser (Sein) para que podamos descubrir qué es eso que nos constituye como seres humanos, y para el caso que aquí nos ocupa, para que podamos develar qué es la estupidez. Cuando una persona o grupo de personas o sociedades enteras, son causa, origen de un acto o actos o hechos, que  manifiesten mediante la palabra, gestos o señas, la consideración o “caracterización” de estupido(s), los podemos señalar, están “ahí”, pero cuando intentamos caracterizarlos, tematizarlos, dejan de “ser” lo que son: hechos, manifestaciones, actos estúpidos, para mimetizarse, casi siempre, en sus hermanas: vanidad, envidia, hipocresía, simulación, lascivia, deshonestidad, pereza y abulia. Podemos “señalar” el ser (Sein) porque está “ahí”, pero ¿cómo definir lo indefinible? Se han realizado esfuerzos encomiables para caracterizar científicamente la estupidez; pero hasta ahora, sin éxito. Considero que la respuesta nos la señaló Heidegger: nos encontramos en una encrucijada del camino que nos exige una forma totalmente nueva de pensar, lo cual requiere una nueva forma de lenguaje que exprese lo “inexpresable”; lo cual sucederá cuando la ciencia y la filosofía se integren en una nueva concepción del mundo, para comunicar los nuevos valores  de un mundo verdaderamente humano. Por ahora, sólo diré que ante la pregunta ¿qué es la estupidez?, no encuentro otra respuesta más que la tautología: la estupidez es ella misma. –Por cuestión de espacio, trataré este tema en próximas entregas–. 

Si no se ha llegado a una caracterización definitiva de la estupidez, esto no nos impide concluir que la estupidez domina y ha dominado al mundo. Las consecuencias y costos de la estupidez son incalculables ¿Cuántos gobiernos, cuántas familias, cuántos individuos arruinó la estupidez del ansia expansionista de títulos, fortuna, placeres y reconocimiento? Paul Tabori, perspicazmente registra: “Quizá la forma más costosa de estupidez es la del papeleo. El costo es doble: la burocracia no solamente absorbe parte de la fuerza útil de trabajo de la nación sino que al mismo tiempo dificulta el trabajo del sector no burocrático. Si se utilizara en textos escolares y libros de primeras letras un décimo del papel que consumen, se acabaría para siempre con el analfabetismo”. Poco importa esto si el estúpido sólo pudiera perjudicarse a sí mismo. Pero la estupidez es el arma más destructiva, el más costoso lujo. El padecimiento más degradante del género humano. 

Recapitulando, cuando la estupidez se asocia a otras lacras de la condición humana las consecuencias son catastróficas; sin embargo, he percibido que existe una tendencia a culpar de las malas decisiones a la locura siniestra, a la perversidad demoníaca, a la desbordada megalomanía, a la maldad sin freno; esto puede estar allí o no, por supuesto, pero un análisis más acucioso de los hechos, indica que el origen fundamental de todos los errores por pequeños o apocalípticos que sean es la estupidez. Una mala decisión en política económica, por ejemplo, podría ser imputada a la perversidad, a la codicia, a la ruina de clase; pero un estudio cuidadoso de la historia de los hechos, indicaría que todo eso está allí, sin duda, pero básicamente, la falta de inteligencia de los autores, es decir, la estupidez de los responsables de la política económica asociada a otros factores no menos perversos sólo podrán provocar resultados devastadores.

Carlo María Cipolla (1922-2000), ha sido uno de los más distinguidos estudiosos de la estupidez. Historiador y economista italiano, estudió en la Sorbona de París y en la London School of Economics; impartió cátedra en la universidad de Berkeley, California hasta el fin de su carrera; entre sus obras destacan, entre otras: Hombres, técnicas y economía y Contra el enemigo invisible. Parece ser que, fue Cipolla, el primero en destacar que la estupidez “es independientemente de cualquier otra característica de la misma persona”; es decir, que se es estúpido independientemente del género, raza, credo, sexo, color, etnia, cultura, posición social o nivel escolar.

Giancarlo Livraghi, elabora a partir de varios autores, particularmente de Cipolla, tres corolarios sobre la estupidez que sintetizado señalan lo siguiente: 1. Los estúpidos no saben que lo son y por lo mismo son extremadamente peligrosos; 2. Las multitudes como un todo son más estúpidas que un individuo aislado de la multitud; 3. Los estúpidos se vinculan instantáneamente, semejante al dicho: Dios los hace y ellos se juntan; en tanto que, los individuos inteligentes no se relacionan tan fácilmente a menos que se conozcan bien entre sí o hayan tenido experiencias en trabajos o actividades de grupo. Lo interesante de estos corolarios es que en el fondo sugieren que, una persona o un comportamiento son estúpidos según los resultados. “El problema de la humanidad –señaló el filósofo y matemático Bertrand Rusell– es que los estúpidos están seguros de todo y los inteligentes están llenos de dudas”.   

Allegro ma non Troppo, es la obra que interesa comentar aquí, dado que en ella Cipolla formula su famosa Teoría de la estupidez. 

De manera breve, a continuación apunto las leyes esenciales de la estupidez de Carlo María Cipolla: 

Primera ley: Siempre e inevitablemente cada uno de nosotros subestima el número de individuos estúpidos que circulan por el mundo. Vista superficialmente esta declaración parece insustancial, pero analizándola más a fondo, apreciamos que individuos que uno ha calificado de inteligentes resultan ser estúpidos irrefutables.

Segunda ley: La probabilidad de que una persona sea estúpida es independiente de cualquier otra característica de esa persona. Es decir, se es estúpido independientemente del género, raza, credo, sexo, color, etnia, cultura, posición social o nivel escolar. 

Tercera ley: Una persona estúpida es aquella que causa daño a otra persona o grupo de individuos sin obtener ningún provecho para sí misma, o incluso provocándose perjuicios personales. Los estúpidos son nefastos e inseguros por irracionales. A las personas inteligentes les resulta difícil entender una conducta estúpida, porque dicha conducta no puede preverse. No hay defensa contra el ataque de un estúpido, y ante él, se está siempre completamente desarmado. Por eso, cuando uno está molesto con alguien le desea lo peor, diciendo: “entre estúpidos te veas”.

Cuarta ley: Las personas no estúpidas subestiman siempre el potencial nocivo de las personas estúpidas. Los no estúpidos constantemente olvidan que en cualquier momento, lugar y circunstancia, asociarse con individuos estúpidos constituye invariablemente un error costoso.

Quinta ley y última: Una persona estúpida es el tipo de persona más peligrosa que pueda existir.

Me horroriza pensar en quienes toman las decisiones que dirigen el rumbo de nuestras vidas en nuestro planeta ¿Cómo llegó a ser posible que, en los dedos de un puñado de reverendos estúpidos se encuentre el botón del juicio final? ¡Cuidado cuando los estúpidos entran en acción! Y para decirlo con una expresión muy a la mexicana: ¡Cuidado con los pendejos con iniciativa! Siempre es de agradecer la pasividad de un pendejo. Dice el adagio que, un pendejo callado es oro molido. ¿Será pendejo sinónimo de estúpido? Veamos.

El reducido, chato, insuficiente, mezquino, liliputiense Larousse y el ambiguo y obsoleto diccionario de la Real Academia afirman, para desconcierto de algunos mexicanos, que el pendejo es “un hombre pusilánime y cobarde”. Sin embargo, en México el pendejo es un estúpido, un ñoño, un botarate, un zoquete, el que se pasa de tonto; alguien que creyendose muy listo, presume y exhibe su pendejez.

Cuenta la leyenda que el autor de la palabra fue el cruel “conquistador” español Nuño de Guzmán, cuando en una ocasión al frente de sus mercenarios perseguía a unas personas autóctonas de la región de la Barranca de Oblatos, cerca de Guadalajara, con el objeto de obligarlas a realizar trabajos forzado. El “conquistador” fue sorprendido en un paraje propicio para la emboscada; los atacantes fueron rechazados sin dificultad, pero a un mercenario de Nuño de Guzmán se le encabritó el caballo, y derribó al jinete junto con su jefe, quien se desbarrancó y se rompió una pierna. Transcurrida la acción, Guzmán comentó: “Esto me pasa por andar en compañía de pendejos”. Quizá el “conquistador” quiso dar a entender en compañia de cobardes, pero los mexicanos interpretaron: en compañía de estúpidos; y, así se ha continuado entendiendo y usando la palabra pendejo, como sinónimo de estúpido y viceversa.

Recuerdo cómo en la prehistoria de mi juventud, me fascinaban los discursos del filósofo satírico y maestro del albur Hermenegildo Torres, fundador del PUP (Partido Universal de Pendejos), que parafraseando a Karl Marx, lanzó su consigna: “Pendejos del mundo, uníos”, y ni falta que hacía porque Dios los hace y ellos se juntan. Quizá, de acuerdo a dicha consigna, las metas del PUP eran: “Por un pendejo mejor, por la dignificación de los pendejos”. 

El sarcástico y humorístico Torres, elaboró una concienzuda clasificación de pendejos que, por cuestión de espacio, no enunciaré ahora, pero sí recordaré aquella iniciativa que deberíamos reactivar ahora que vivimos tan aciagos momentos de dimensiones planetarias; es decir, edificar un monumento al Pendejo Desconocido como símbolo y homenaje de los pendejos del mundo, y que llevara en su base, como quería Hermenegildo Torres, la siguiente leyenda: “Caras vemos , pendejos no sabemos”. 

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