El último lector | Ricardo Garibay, escritor. Cincuenta libros publicados*
Las exigencias —que más que exigencias, parecían reclamos— hicieron de Ricardo Garibay un personaje encasquillado, agitando furias de carácter literario, siempre remachadas de arrabal a final de frase.
El autor de “Paraderos literarios” llegó al mundo un 18 de enero de 1923, en Tulancingo de Bravo, Hidalgo —de ahí que estemos celebrando el centenario de su nacimiento—, y falleció un 3 de mayo de 1999 en Cuernavaca, Morelos. Datos sin trascendencia, a decir de Garibay, ya que determinó que su paso por la vida debía resumirse en palabras concisas, sobrias, lapidarias, parcas de ser preciso.
Cuenta Josefina Estrada, antologadora de su trabajo (Ediciones Cal y Arena, 2013), que «no existe un currículum oficial (…) donde se dé constancia de sus oficios y publicaciones», y para llenar este vacío, un día su hija María «se dio a la tarea de realizarlo; en cuanto lo tuvo listo, se lo presentó. Su padre lo leyó, lo rompió y lo tiró a la basura. Y le dijo que eso no servía de nada; que lo único que debía saberse y decirse era: “Ricardo Garibay, escritor. Cincuenta libros publicados”».
Conocí a Ricardo Garibay, en la librería Gandhi, conversando con Mauricio Achar; hablaban del milagro de contar con un escritor como Nikos Kazantzakis, el cual había legado una “Odisea” más, “El pobre de Asís” o “Alexis Zorba”. Entresaco de su carácter —férreo, con aspavientos de Titán, como le veíamos en televisión—, pero también de su refinada lectura del griego más universal después de Homero, que su biografía también se corresponde a un gesto de reconocimiento, humildad y admiración a Kazantzakis, quien había dado instrucciones para que en su lápida se leyera lo siguiente: “No espero nada. No tengo nada. Soy libre”.
Escribe Garibay que Minerva y Alfonso Moreno andaban en Creta, “arriba, por el borde de acantilados. Y se cansaron y se echaron a descansar en un amplio cuadrado de lajas negras, cubierto de polvo y musgos. Atrás las montañas, de frente el mar, y millares de frondas y el aire de la altura. Habrán caminado hablando de Kazantzakis. De muchos modos no ha muerto. Ahora mismo podríamos estar con él. Y vieron de pronto que estaban descansando sobre la tumba de Kazantzakis”.
Fue un descanso breve, momentáneo, sucinto, de tiempo suficiente para reparar que se está, a esas alturas —dulce inconsciencia de por medio—, por encima de los muertos. “Y acaso éste sea el mejor modo de morir, o de haber muerto —concluye Garibay—; que no se sepa cómo ni cuándo ni dónde, y un día dos jóvenes artistas descubran que descansaban sobre mi tumba”.
Se cansaron y se echaron a descansar en una acogedora lápida, y “hay que elevar —como recomendaba Goethe—, lo real a la altura de la poesía”. Y no como le sucedió a un conocido poeta mexicano, cuyo monumento se alzaba a partir de lindas palabras y discursos oficiales, y la madre ahí, comentando: “En la vida lo mataron de hambre, y ya muerto le regalan una piedra”.
—¡Qué leñe me va o me viene de dónde me entierren, por Dios! —llegó a ser su estribillo contra la vanidad del escritor y que llevaba como una losa de orgullo.
Pero hay quien se le antecede y —con justa razón fúnebre, rodeado de cirios de lucidez— nos recuerda que “si después de morir, quieres escribir mi biografía. No hay nada más sencillo. Tiene sólo dos fechas: la de mi nacimiento y la de mi muerte. Entre una y otra, todos los días son míos”. Firma: Fernando Pessoa.
*Este domingo, 16 de julio, comentaré la vida y la obra del escritor Ricardo Garibay, en el homenaje a los “Tres centenarios” que realizará la Feria de Libro Tijuana 2023, al lado de Jorge Ruiz Dueñas, quien hablará de Álvaro Mutis, y Daniel Salinas Basave, quien se encargará de Italo Calvino. Sala Federico Campbell, 19:00 horas.
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