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Opinión

A un año de la tragedia, urge la participación de todos

Por: Simón Vargas Aguilar*

Los sacerdotes jesuitas Javier Campos Morales y Joaquín César Mora Salazar, conocidos como Gallo y Morita. Foto ‘La Jornada’

Por: Simón Vargas Aguilar*

El 20 de junio de 2022 el dolor y la tristeza, pero sobre todo la indignación se apoderaron no sólo de la comunidad católica y de la Compañía de Jesús, sino de muchos mexicanos y es que la noticia del asesinato de dos sacerdotes jesuitas en su propia iglesia, a manos del crimen organizado, volvió a herir gravemente a la sociedad.

La aflicción se hizo presente por parte de diversas instituciones y líderes; su santidad el papa Francisco, jesuita también, mencionó con tristeza en su audiencia general del 22 de junio del año pasado: “Hay tantos asesinatos en México. Estoy cerca, en afecto y oración, de la comunidad católica afectada por esta tragedia… La violencia no resuelve los problemas, sino que aumenta el sufrimiento inútil”.

Y es que la muerte de los sacerdotes Javier Campos Morales y Joaquín César Mora Salazar agravó el clima de violencia que, desafortunadamente, aún persiste en el país; tenemos que aceptar que, aunque brindar protección y justicia es una responsabilidad de las instituciones de seguridad de los tres niveles de gobierno, la sociedad también implica obligaciones que hemos dejado de cumplir.

De acuerdo con la versión de uno de los testigos, los sacerdotes conocían a su agresor, e incluso buscaron dialogar con él para evitar el ataque tanto hacia Pedro Eliodoro Palma Gutiérrez, el guía turístico que protegían, como hacia ellos, sin embargo, no pudieron lograr nada y en un ataque sin lógica aparente el sicario acabó con sus vidas.

Es difícil reconocerlo, pero no sólo en la comunidad de Cerocahui, sino en muchas partes de México la gente sabe quiénes son los traficantes, quién se dedica al robo o quiénes son los que producen agravios a la sociedad; sin embargo, en diversas ocasiones se opta por guardar silencio, por darle cabida a la indiferencia y por no denunciar, y es que, como bien dijo Luis Gerardo Moro, superior provincial de la Compañía de Jesús en México: “Vamos a condenar no solamente estos hechos violentos, sino que como sociedad mexicana tenemos el deber de condenar todos los hechos violentos que están sucediendo en el país”. Son dos sacerdotes que captan la atención nacional e internacional, pero ¿cuántos asesinatos están ocurriendo hoy y no pasa nada?, ¿qué debían hacer?, ¿desviar la mirada?, ¿negar el auxilio?, los clérigos continuaron con su vocación incluso en los momentos más difíciles, realizando lo que venían haciendo desde hace casi medio siglo: brindar apoyo, compartir la palabra de Dios, tratar de evitar las injusticias, pero, sobre todo, buscaron no combatir la violencia con más violencia.

El crimen afecta la vida profesional de un cada vez mayor número de sectores. Lamentablemente, día con día vemos notas donde la crueldad humana es la protagonista de ejecuciones y masacres. El trastoque de valores ha llegado a niveles impensables; hoy, la honestidad, la empatía, el amor al prójimo y la solidaridad, sólo por mencionar algunos valores, han quedado relegados a segundo plano y el egoísmo, la soberbia, la violencia y la indiferencia aparecen con mucha más frecuencia.

Desafortunadamente, de manera cada vez más constante, un mayor número de personas, sobre todo poblaciones jóvenes, toman como modelo a los narcotraficantes y delincuentes emulando su vestimenta y deseando su estilo de vida.

Es innegable que debemos realizar cambios, porque si bien la sociedad ha comenzado a quedar impasible ante tantos actos de violencia y agresiones, también se tiene que reconocer que en muchas ocasiones no se denuncia por miedo a represalias, pero no se puede perder de vista que la responsabilidad no puede solamente recaer en las instituciones de justicia y de procuración y administración de justicia.

Hoy es más necesario que nunca entender que sólo mediante el trabajo en equipo y del compromiso de todos el tejido social podrá reconstruirse, pero también se tiene que restructurar las estrategias de seguridad, enfocarnos en la enseñanza de valores y no olvidar el ejemplo de Joaquín y Javier. Dios es misericordia y todos tenemos un compromiso con nuestro prójimo.

*Analista en temas de seguridad, justicia, política y educación

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