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Opinión

Mar de Historias | Cambio de planes / Cristina Pacheco

Por: Cristina Pacheco

En esa calle tan estrecha y recóndita parece que la ciudad se ha detenido. Circulan pocos automóviles, en los edificios sólo algunas ventanas se ven iluminadas, en el merendero las mesas permanecen vacías. Hace un buen rato que a la farmacia no han llegado clientes y tampoco se ha oído el timbre del teléfono. Óscar, el repartidor, de pie junto a su bicicleta, duda que a las nueve de la noche vayan a recibir más pedidos a domicilio. Preferiría irse a su casa y, de camino, ir a ver a su hermana y pedirle algo de dinero prestado: las propinas fueron raquíticas y escasas.

Después de verificar que su bicicleta esté bien asegurada con la cadena, Óscar entra a la farmacia con ánimo de platicar con alguno de sus compañeros. Desiste al ver que Julio está concentrado en la revisión de los anaqueles, Tomás sostiene una animada charla a través del celular y Lucy, la cajera, lee una revista de espectáculos dedicada a la función de gala que culminó con el desfile de estrellas por la alfombra roja.

Desde que su amiga Sandy, standupera, la invitó a verla actuar, renació en ella la preparatoriana vocación de actriz. En alguna hora muerta se lo contó a Tomás y él le predijo mucho éxito; pero le advirtió que no bastaba con su buena presencia: debía estudiar. Ella juró hacerlo pronto. Ansiaba verse reconocida como buena actriz y, algún día, desfilar sobre la alfombra roja.

Todas las mañanas, cuando llega al trabajo, Lucy promete que a la salida irá a la academia de actuación que está cerca para ver si la admiten. Por una u otra razón siempre posterga su plan, pero esta vez lo cumplirá. Luego de un día tan aburrido, hablar con la directora y algunos aspirantes a actores le resultará muy positivo.

II

Por fin suena el teléfono. Al verse interrumpida en su lectura, Lucy descuelga y contesta con desgano:

–Farmacia Rialto. ¿Cuál va a ser su pedido? Señora, ¿podría hablar más fuerte? Está pasando una motocicleta y hace un ruidero tan espantoso que no me deja oír. Toallas húmedas para bebé: ¿un paquete o dos? ¿Algo más? Ese enjuague ya no lo hacen, pero tenemos otro que ha salido muy bueno. Me da su dirección. ¿Edificio o casa sola? Enseguida se lo mando.

Apenas cuelga, Lucy se dirige a Óscar:

–Necesito que lleves un pedido a la calle de Zamora. Está muy cerca, puedes irte a pie. No te preocupes por tu bicicleta, desde aquí le echo un ojito.

–¿Quién va a querer robarse ese vejestorio? –bromea Tomás mientras le entrega a Óscar la bolsa con los productos.

Lucy secunda el juego. Cuando se dispone a continuar su lectura vuelve a escucharse el estruendo de la motocicleta. Ella deja a un lado la revista y da un puñetazo en el mostrador:

–¡Otra vez! Esta calle no es pista de carreras –grita.

–Voy a ver quiénes son –anuncia Julio, de camino a la puerta –Son unos chamaquitos y no traen casco, ¡qué bárbaros! A mi hijo no le permito sacar su bici mientras no le compre un casco. El domingo vamos a ver precios. Si se puede, de una vez le compro unas rodilleras. Las necesita. ¿Qué tal si alguien se atraviesa y lo tira?

–Haces bien –dice Tomás mirando el reloj:

–Lucy, alégrate: ya faltan sólo veinte minutos para que salgamos.

–Alcanzo a darme una retocadita. No quiero llegar con cara de muerto fresco a la academia de actuación. ¿Te dije que pienso inscribirme? –De la bolsa que guarda bajo el mostrador saca su polvera– Oigan, ¿no les parece que Óscar ya se tardó mucho? Nada más iba a cuatro cuadras.

–Pero acuérdate que se fue a pincel y tiene los pies planos.

En medio de las risas con que celebran la broma de Julio se escucha otra vez el timbre del teléfono. Lucy levanta el auricular:

–Farmacia Rialto. ¿Cuál va a ser su…? ¿Óscar? Ya nos tenías preocupados. ¿Por qué te tardas tanto? ¿Dónde andas? ¿Estás seguro de que tomaste bien la dirección? Léemela. Sí, la calle es la correcta, pero el número no: te dije 65, no 85. Apúrale a regresar porque ya todos queremos irnos.

Lucy cuelga, guarda la cosmetiquera y toma la revista que dejó abierta en las páginas centrales donde aparece su actor favorito desfilando por la alfombra roja. En su imaginación suplanta a la actriz que lo acompaña hasta que la devuelve a la realidad el timbre del teléfono que se apresura a contestar:

–¡Me lleva…! Es Óscar otra vez.

–Déjame, yo hablo con él –dice Tomás:

–¿Qué pasa? ¿No te han abierto? A lo mejor no funciona el timbre. Toca con la mano. Ya si la señora no te abre, pues te regresas, pero rápido porque me está esperando mi esposa para que vayamos al cine. Se muere por ver la última de James Bond. En serio, ¿ya la viste? ¿Y qué tal? Perdóname, no te oí porque está pasando otra vez una motocicleta y…

III

En la calle desierta se escuchan los pasos apresurados de Óscar. El hecho de que Tomás haya interrumpido tan abruptamente su conversación lo intriga. ¿A qué se debería? Para saberlo, marca el número de la farmacia. Nadie contesta. Quizá se haya ido la luz. Cuando eso ocurre, el teléfono ya no funciona. Al dar vuelta a la esquina, desde lejos, ve a un grupo de curiosos mirando hacia el interior de la farmacia. Los presentimientos que intentó enmudecer se avivan y se convierten en un grito cuando entra al establecimiento y tropieza con un terrible caos: anaqueles caídos, frascos rotos, cajas deshechas, vidrios, papeles. En el piso está, inerte, el cuerpo de Tomás; en la entrada del baño, el de Julio. A unos pasos, en un charco de sangre, quedó Lucy. Junto a ella se ven la caja registradora destrozada y la revista de espectáculos abierta en las páginas centrales.

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