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Opinión

Encuentro de las Culturas

Por: Fabiola Mancilla Castillo

Volvimos a estar juntos, fueron las palabras que Rolando mencionó al abrazar a doña Ángeles y a don Ladislao, su madre y padre que después de 18 años se volvieron a encontrar. Cuando apenas cumplía 16 años salió de su pueblo Xindhó, región otomí en Hidalgo, rumbo a Estados Unidos. Sin saber español ni mucho menos inglés emprendió un viaje casi a ciegas. Dejó su pueblo, con la cabeza cargada de sueños, pero con enorme hueco en su corazón. Sabía qué tal vez ese beso que recibió de su madre podría ser el último. El 14 de diciembre, en una fría tarde de otoño en la iglesia episcopal Saint James en Queens, volvió a sentir el cálido abrazo de sus padres. Esta fue una de las 32 reunificaciones que se dieron en el marco del festival Encuentro de las Culturas, organizado por la iglesia de San Pedro en Manhattan, el colectivo oaxaqueño Raza Zapoteca y Pucomit. Familias de Hidalgo, Guerrero y Oaxaca se volvieron abrazar. El padre Fabián, a quien muchos comocen en Nueva York, fue el impulsor de este proyecto que vio la luz en diciembre de 2023.

Meses antes el padre Fabián visitó Guerrero. Caminó los agrestes senderos de la Montaña. En San Juan Puerto Montaña bendijo –bajo encargo–, los hogares que se construyeron con las remesas que mandan los migrantes y que irrumpen el panorama tan austero de las comunidades. Celebró casamientos y bautizó a más de un niño a su paso. En mayo pasado viajó a la comunidad de San Pablo Güilá, en los Valles Centrales de Oaxaca. Se reunió con los abuelos que tenían más de 20 o 30 años de no ver a sus hijos. Ahí les dijo que buscaría realizar un evento para que volvieran a estar juntos. El cura Fabián se fue con esa misión en mente y les prometió que buscaría una respuesta a su petición. Tras pensar mucho, encontró a Raza Zapoteca y Pucomit, ambas organizaciones se comprometieron en un proyecto para que las familias derrumbaran las fronteras.

Fueron meses de arduo trabajo. Se hicieron las gestiones para la obtención de pasaportes, pues es bien sabido que para las poblaciones indígenas o en contextos de vulnerabilidad es un camino cuesta arriba. Superado esto, se comenzó con los visados para entrar a EU. Fue un trabajo de mucho detalle, entrevistas con cada una de las personas solicitantes, conocieron sus historias y sobre todo, su gran motivación para llegar al país del norte.

Pareciera que lo más difícil ya estaba hecho; no fue así. Ahora se enfrentaban a la espera interminable de la fecha de la cita, que en muchos casos es un lujo que no se tiene. Esa es la historia de don Celedonio, originario de la comunidad nahua de El Carmen, en la Costa Chica de Guerrero, que está muriendo. Desde 2019 libra la batalla contra el cáncer, esto sumado a la insuficiencia renal que ha desarrollado en los últimos años. Hace unas semanas le fue extraída una parte del intestino. Aguantó estoicamente, pues tenía la esperanza de volver abrazar a sus tres hijos que viven en Nueva Jersey. Al conocer de el caso, el equipo de la senadora Jessica Ramos hizo lo imposible para agilizar su visado y conseguir que don Celedonio se despidiera de su familia. No fue fácil. Se enfrentó a un primer rechazo del consulado ante su solicitud, pero no perdió la fe. Se sumaron al impulso dos congresistas demócratas, Grace Meg y Alexandria Ocasio-Cortez ambas de familias migrantes, quienes tomaron como propia esta lucha.

El milagro vino cuando el 4 de diciembre les avisaron que fue les aprobada su cita. “Esto fue obra de nuestro patrono San Pablo; él nos ayudó. Pues justo hoy comenzamos nuestros rosarios”, fue la frase que las personas de San Pablo Güilá usaron al saber de la noticia, estaban convencidos que esto había sido cosa divina. Todos se dieron cita el 6 de diciembre en la Ciudad de México, uno a uno pasaron a sus entrevistas. “Me la aprobaron”, fueron las palabras que se escuchaban al salir del consulado. Las lágrimas no se hicieron esperar; esta vez no eran de tristeza, sino de la alegría de volver a estar junto a sus seres amados.

La noticia no tardó en llegar a la gran manzana. El padre Fabián agradeció a la virgen del Tepeyac, pues se sabe que es la patrona de los migrantes. La nueva misión del sacerdote era cumplir su palabra y venir a México a recoger a los abuelitos, para que todos juntos volaran a Nueva York. El 13 de diciembre aterrizó su avión.

Sin pensarlo, como primera parada, se dirigió a la basílica para dar gracias. Desde ahí transmitió por sus redes sociales y explicó que sólo venía a cumplir una promesa que había hecho a las comunidades de Oaxaca, Guerrero e Hidalgo. Generó conmoción dentro de la población migrante neoyorquina. Muchos se preguntaban si podría hacer lo mismo con sus padres. El video alcanzó miles de reproducciones que hasta medios locales en Nueva York lo retomaron.

Nadie entendía el gran esfuerzo que aquello había representado. Pareciera que con la palabra del milagro se desdibujaba lo que existió por detrás, noches en vela, tocar miles de puertas sin respuesta y, por supuesto, la enorme responsabilidad que sentía en los hombros. El cura sabía que haberlo logrado fue por la fe y la tenacidad. Esa mañana 32 personas viajaron más de 3 mil 811 kilómetros para volver abrazar a sus hijos amados, y así unir lo que las fronteras injustamente han separado. “Seguiremos aquí luchando para que más hermanos puedan volver a abrazar a sus padres. Nosotros migramos por hambre, porque en nuestras comunidades no teníamos nada y es por eso lo arriesgamos todo”, fueron las palabras de Miguel Hernández al concluir el acto. Por primera vez tras muchos años, 32 familias en Nueva York tendrán en sus hogares la Navidad más cálida que hayan vivido.

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