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Opinión

El último lector | Yo: la invención del otro

Por: Rael Salvador | El último lector

Lo egocéntrico, centro de atención, no conduce necesariamente al egoísmo, esa actitud insaciable que toma de más y encaja la espada sangrienta de su nombre en el lomo de todo.

Nadie en este mundo posee identidad física estable, pues incesantemente nos desmoronamos en membranas muertas y, a su vez, nos reconstruimos de novedad anatómica, en mascarón celular, igualmente mutable.

Así, el autorretrato es el principio de una individualidad mutante, que rectifica su imagen en la odisea de ser otro —a cada instante— ante todos los otros.

Al ser excluyente, el “ego-espíritu” de lo humano comporta el principio de inclusión y aprende con su individualidad a convivir en la galería de espejos, la cual se funde en los famélicos hornos de todas las sociedades.

El principal delito del “autorretrato” es mostrarnos aquello que la realidad, en su impúdica presencia, nos oculta. Mostrar, como fórmula alquímica, es ocultar. Revelación de aquello que aún podemos manipular.

En las tintas brillantes de este río, uno mismo es semejante y desemejante. Narciso que no se hipnotiza desde dentro, sino que exorciza los numerosos individuos de su autoafirmación.

Yo soy otro… Así incineró su centralismo el poeta Jean Arthur Rimbaud y se entregó al altruismo egoísta del comercio de armas en el desierto.

Desdoblamiento, sí, que nos lleva obligadamente a una identidad multi-individual, como la cicatriz de una cruz roja, en un mapa de arenas genéticas.

“Yo soy otro” quiere decir: “Somos el otro y el otro es nosotros”.

Soy, cara a cara, uno mismo y todos. Ser / interpretación / retrato. Divina trinidad humana. Imaginario en el vía crucis de la mente, que encuentra su confirmación en el acto existencial de revelarse. “El infierno son los otros”, agregaría Sartre.

Dunas, mejillas, labios, olas de vientos, mirada, ternura regalada en los crepúsculos de las metamorfosis del tiempo: sintaxis de lo que ha sido, apenas es y no será, voz única —copo de nieve, iris electrificado, huella digital—, nombramiento propio y mutación revisitada. Asimetría a punto de dejar de serlo.

Ahí, en la noble naturaleza de cada rasgo, de cada pronunciación, de cada acomodo, de cada diseminada actitud de gestos, se podría decir que se encuentra el origen de nuestro reconocimiento.

El rostro, ese conservatorio de hallazgos, esa amañada amalgama de señas encontradas que, la más de las veces, nos particularizan, revela la invención o la aparición de nosotros mismos.

El artista, con la libertad de enjuiciamiento y el dominio de la ejecución, colabora en la realización de su vivo retrato; despojándose del sentido de reproducción, toma distancia de sí mismo, se reencuentra, se hace a un lado y se aproxima más a lo que es o quiere ser y menos a lo que representa.

El autorretrato es el comienzo de un aspecto psíquico, de un alegato de emociones que nos proyectan. Emergemos y nos recibimos, ascendemos de la profundidad misteriosas de una idea o un sentimiento o un trauma y, como quien habla reiteradamente de lo visible concreto, instalamos el enigma de lo que creemos ser o nos convencimos que éramos.

Así, exiliado de la vanidad arquetípica de Occidente, el rostro es un fiel atajo al botín de los sentimientos, un sendero confiable a la realidad confirmativa del acto. 

El autorretrato nos obsequia una gramática que parpadea, sonríe y se violenta, que se queda circunspecta y se asombra, en su “buen gusto”, del gesto de sí misma.

Nada más humano que saberse inhumano. La expresión de nuestro mundo particular se muda a cada gesto certero, a cada mohín atmosférico, a cada golpe de mueca y vehemencia, a cada calce de gloria; logrando así, para beneplácito del espectador, una satisfacción de alcances instintivos, una realidad aparte que lo compenetra y lo identifica, que lo hace suyo y transforma la obra del ser en un espejo.

Polifacético, el mundo goza de rostros, de apariencias reveladas y enconadas; va de una interiorización visceral y fecunda a la semblanza homogénea de un encuentro cara a cara con la visitación y lo expectante: de su igual, de su otro yo.

raelart@hotmail.com

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