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Opinión

El último lector | Para que vuelvas hoy

Por: Rael Salvador

El poeta Marcos Ana, se preguntaba “¿cómo es el beso de una mujer?”. Él, que había escrito: “Mi pecado es terrible; quise llenar de estrellas el corazón del hombre”. Después de largos años en la cárcel —subversivo de la Guerra Civil Española, le habían encerrado a los 17—, ahora la libertad y el deseo le interrogaban…

—Póngame 500 pesetas en flores —apresuró.

—¿Quinientas pesetas? —cuestionó la florista, sorprendida, imaginando la belleza y la gracia, la nobleza de la mujer que recibiría esta montaña de aromas y colores. 

—Orquídeas, magnolias y rosas, preferentemente —insistió Marcos, emocionado. 

Al salir de prisión, lo primero que quiso fue saber, en carne viva, cómo era ese beso que le abrasaba el espíritu. Se encaminó al cabaret, y ahí la vio…

Lo que menos tiene la urgencia, mezclada con el pudor, es prisa: pasearon entonces por Madrid, él le contó su vida de encierro y ella —llorando— le besó la manos, sabiendo que la prostitución era también una cárcel. 

Al besarse, la noche fue mayúscula, en sus minúsculas minucias. El poeta, sorprendido como estaba, se la pasó sin pegar ojo. Hablaba para sí…

—¿De qué hablas? —preguntó ella.

—Hablo por hablar de asuntos que los años me borraron —y la volvió a unir a sus labios para procurarse silencio.

A ella le gustó ese hombre, caridad ferviente que le había manifestado: “Decidme cómo es el beso de una mujer. Dadme el nombre del amor: no lo recuerdo”. 

En una pausa de hotel, ella escribe:

—Toma, lo lees ya que salga —y desaparece en el umbral de la madrugada.

La nota contenía las 500 pesetas que él había pagado por sus servicios… y se leía, letra clara, porque quería ser precisa: “Para que vuelvas hoy”.

Entonces él gastó ese dinero en Orquídeas, magnolias y rosas, y escribió el primer poema para ella: “A Isabel, mi primer amor”. Marcos Ana contaba con 42 años, 23 de ellos en prisión, y era la primera vez que hacía el amor… para que el amor lo hiciera. 

Marcos Ana (1920-2016) fue, como el poeta turco Nazim Hikmet, decano del encierro involuntario —dolor entre sombras y sueños, tiempo robado, como el de Miguel Hernández, como el de Federico García Lorca—, por ello al salir de prisión lo primero que quiso fue saber, en carne viva, cómo era ese beso que le abrasaba el espíritu. 

¿Tendría en mente al profesor de sueños, al “Cisne de Avon? La llama de Shakespeare iluminando su celda a partir de los sonetos angelicalmente endemoniados: “Si por besarte tuviera que ir después al infierno, lo haría. Así podré presumir ante los demonios de haber estado en el Paraíso sin nunca haber entrado”. 

Al respecto, Marcos Ana —testimonio de soledad entre los muros, prácticamente nacido en la cárcel— ha dicho lo siguiente: “Mis versos fueron escritos en la prisión de Burgos, en un rincón de la cárcel, refugiado tras unas mantas, a la parpadeante luz de un candil de petróleo, mientras algunos compañeros míos mantenían atenta vigilancia. Es una poesía urgente por su contenido y porque tenía que ser desgarrada sobre el papel, mientras en el silencio cuadrado y terrible de la cárcel se escuchaban los pasos de los carceleros y los alertas de los centinelas que vigilaban desde el recinto”. 

Poemas arrancados del alma —sangre que no se apaga— para mantener abiertas las puertas del sueño. Versos… “Para que vuelvas hoy”, y las palabras no vayan secando “su luz contra las piedras”.

raelart@hotmail.com

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