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Opinión

El último lector | Los esfuerzos del pecado

Por: Rael Salvador

¿Será nuestro planeta la única roca levitando en el Universo donde el “lavado de cerebro” ennoblece los instintos de violencia?

No es una interrogante difícil de responder.

Lo que sucede es que la pregunta raras veces se lee con la intención de encontrar una respuesta, y si es que ésta, en algún momento —válida o no—, tiene la oportunidad ser honesta.

Cuando la deshonestidad permea los endebles cercados de la comunicación, los pastizales de la mentira arden como si llevaran en el lomo de sus llamas los demonios más gordos del Infierno.

(Grasa 100% consolidada con el esfuerzo del pecado. Ni qué decir de su calidad garantizada.)

El mal se deja ver en una inestabilidad que lo abraza todo: lo abrasa y, ante nuestros ojos —que no logran hacer nada— lo transforma en el humo metafísico de la muerte.

Así estamos con la diplomacia casera e internacional: desde el gesto más incómodo con el vecino en una mañana cualquiera —la perrita cagando en la banqueta equivocada, por citar un ejemplo clásico— hasta la inoperatividad tecnológica de no saber quién diablos estalló el mortífero misil en el hospital de Palestina.

Parece que, en caso de nombrar responsables —que respondan por la desgracia ocasionada—, la “verdad” se transforma, como es debido —o solicitado—, en un asunto de comodidad en los medios de comunicación: atender, competir y hacer “tendencia”.

Cuando no se sabe leer, ¿qué sucede? Cuando se es sólo un analfabeto funcional, ¿qué es lo que se comprende? Cuando se es un pobre pedazo de brutalidad desinformada, ¿qué acontece con la “colecta” de datos y cifras?

Tampoco resulta difícil responder a este cuestionamiento ordinario: la “suma” persuasiva instala en los “bienpensantes” cantidades enormes de “Panacea informativa”, mítico ungüento abstracto —especulativo por excelencia— que posee la cura para todas las enfermedades del hombre moderno e, incluso —para no dejar una duda tambalearse sobre otra—, prolonga el “bienestar” de la vida y su imparable “progreso”.

No hay nada más “generoso” en la existencia —por la paz artificial que genera— que pasearse como almas muertas.

¿Quién responderá por los más de 2 mil 500 niños muertos de una guerra que no dispone de su inocencia si no es para cuantificarlos como pequeños cadáveres a favor o en contra? ¿O es que, en el avance glorioso de nuestra civilización, la guerra sanguinaria ya pertenece, por situarme en un enmarañado núcleo geográfico —de los tantos focos rojos por atender—, a los infantes de Israel y Palestina?

La Organización de Naciones Unidad (ONU) no ha servido, no ha resultado útil para mediar una tregua diplomática en el conflicto de Oriente Próximo, ahora que desesperadamente más se necesita: con el veto de Estados Unidos —ante la ya no sorpresiva vergüenza de nadie—, la guerra se intensifica, de igual manera como el país de las barras y las más barras de oro (por la venta de armamento) inclinó la balanza en el conflicto ruso-ucraniano.

Esto no terminará pronto, ni soñarlo.

La mentira, la hipocresía, el cinismo de siempre; es decir, el “lavado de cerebro” —repuntando cada vez que un político deshonesto abre la boca y una voz pública continúa el resuello de su vulgaridad— “ennoblece” más y más los instintos de violencia hacia las escaladas bélicas, ya seas de corto alcance —como las hogareñas— o de corte internacional —como las que no se logran contener ni con Dios por delante—.

En este desorden del mundo, ¿cabría un poco de honestidad? Porque se trata de parar, no de repetirnos la Historia (en su versión cada vez más bufa).

raelart@hotmail.com

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