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Opinión

El último lector | Lo obvio vendrá con el rostro del infierno ante la cara de todos

Por: Rael Salvador

¿Por qué nos indigna poco lo que está pasando en Palestina? ¿Será que ya nada nos mueve a tener empatía ante la desgracia de los otros? ¿Nos puede más el perro escuálido, sucio y macilento del vecino que un niño desmembrado en cualquier parte del planeta?

Al retrasar una protesta generalizada, en la comodidad de lo insólito —esa especia de obscenidad permitida, carente de conciencia— y no detener la felonía carnicera de Israel en contra de Palestina, lo obvio vendrá con el rostro del infierno ante la cara de todos.

Al no actuar solidariamente, abonamos a que la cultura humana —cifrada por estatutos a seguir (beneficencia mutua, casi indemostrable)— termine por ser un rastrojo inválido, papeletas inertes que no dejen piedra sobre piedra de las instituciones del autonombrado mundo democrático. 

¿A qué nos lleva legitimar con el silencio la violencia entre las naciones? ¿Será que el desencanto de la razón y lo sagrado nos arrastra a atentar contra la pasión, la belleza y la bondad?

La Organización de Naciones Unidas (ONU) no ha servido, no ha resultado útil para mediar una tregua diplomática en el conflicto de Oriente Próximo, ahora que desesperadamente más se necesita: con el “tercer” veto de Estados Unidos —ante la ya no sorpresiva vergüenza de nadie y los más de 30 mil muertos—, intensificando la hambruna, la enfermedad, la impiedad, el delirio, la guerra asimétrica, el crimen por pan…

Tampoco resulta difícil responder a estos cuestionamientos ordinarios: la “suma” persuasiva instala en los “bienpensantes” cantidades enormes de “Panacea informativa”, mítico ungüento abstracto —especulativo por excelencia— que posee la cura para todas las enfermedades del hombre moderno e, incluso —para no dejar una duda tambalearse sobre otra—, prolonga el “bienestar” de la vida y su imparable “progreso”.

No hay nada más “generoso” en la existencia —por la paz artificial que genera— que pasearse como almas muertas. 

Cualquiera que sea la suerte de Palestina, será lo que no pudimos hacer por ella.

Antes de quitarse la vida, cansado del hostigamiento nazi, Walter Benjamin solía reflexionar a partir de una leyenda talmúdica que cuenta cómo a cada instante se crean nuevos ángeles que, después de cantar su himno ante Dios, se disuelven en la nada.

«Me gustaría creer —rememora Roger Bartra en su libro “El duelo de los ángeles”—que estas tropas de ángeles le ayudaban a Benjamin a reconocer las ruinas y el desorden de la vida moderna, y a sobrevivir ante el desastre. Los espacios irracionales ejercían una gran fascinación en él, quien sin embargo colocó sobre ellos una lápida de melancolía. En torno de ella los ángeles de la modernidad practican un duelo ritual, para conjurar los peligros que amenazan desde el caos. Unos son ángeles ilustrados que quieren avanzar como un ejército científico contra las tinieblas del desorden. Pero otros, los ángeles de la melancolía, les recuerdan que nunca podrán iluminar y conquistar todo el territorio».

Ahí donde el derecho a defenderse no lleva la justicia como obligación, tengamos la seguridad que ningún ente —ángel o humano— sobrevivirá para contar lo sucedido.

raelart@hotmail.com  

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