Opinión

El último lector | Un mundo infectado por nubes que escupen fango

Por: Rael Salvador

Heredero de una anarquía informal, tiempo donde los bajos fondos son divisa de cambio, el intelectual se ha quedado sin definición… En el menos peor de los casos, utilizando el fácil recurso de la historicidad, con un membrete que no le concierne: la “responsabilidad”, entendida ésta como compromiso orgánico (¿bioético?, nada que ver), respuesta “express” y respetabilidad burguesa. 

Con un extensivo criterio que busca lo trascendente, el figurín del intelectual posmoderno, después de Nizan, Camus, Sartre, Ricoeur, Foucault, Deleuze, Henry Levy u Onfray, ahora sólo encuentra entre los suyos el constreñido imaginario del desprestigio: la platinada bruma dialéctica y el pardo humo conceptual que, por igual y en similar degradación, se disipan ante un viejo viento de hierro colegiado.

Siglo de siglas, de una justicia sin reciprocidad, donde las equivalencias entre pobreza y descaro, riqueza y benevolencia, genitalidad y economía, neurosis y seducción, imbecilidad y fuerza, sin ser sorpresa para nadie, generan la comprensión de un cáncer capital devorándose a sí mismo: el cálculo interesado mediando juicios emocionales.

En palabras del pensador y crítico de arte Jorge Juanes, podría agregar: “Tenemos así que la mano temblorosa que de noche sostiene el vaso de whisky, a la hora de la jornada laboral se convierte en mano diestra condenada a someterse a la máquina productiva que sigue los ritmos impuestos por la necesidad imperante de producir plusvalía”.

Jorge Juanes, recordado adalid en el binomio del filósofo Adolfo Sánchez Vázquez (el otro es Roger Bartra), autor de  “Historia errática y hundimiento del mundo. Con Heidegger. Contra Heidegger “(Libros magenta / Conaculta, 2013), una biografía intelectual que repasa el imaginario duro del ser en su tiempo. 

El sinsentido y la vacuidad enmascaradas por un activismo presupuestado por las instituciones, más efímero que los gestos y muecas de la Historia errática y el hundimiento de un cinético mundo cambiante.

La escritura como adorno retórico en el intelectual, podría sentenciarse. Pero esto sería más una falsedad que una agresión, pues el “intelectual” en turno poco sabe expresarse.

“Así se escribe por estas tierras”, refirió hace algunos años al repasar las planas del Cuaderno de Visitas en el Centro Estatal de las Artes de Ensenada (Cearte). A lo que, dado el caos, agregaría una de sus fulgurantes sentencias: “Y es que alentar el gusto homogéneo y uniformizador, a través de un arte que aletarga y adormece, contribuye a impedir la constitución de individuos singulares, imaginativos y críticos, dispuestos a comprometerse en procesos de emancipación”.

¿La responsabilidad entre la promoción de la pacificación inteligente y la vida de los hombres?

Más acertado sería reconocer que, vana individualidad de los contrarios, hemos arribado a la exaltación o a la banalidad, “al sentimentalismos que no sabe pensar”, como solía enunciar el agudo doble filo de Paul Ricoeur.

Demasiadas cosas se han visto en Ensenada, muchas de ellas empotradas en el caudillismo presupuestal o censadas por el boletaje mediocre de los parques temáticos del arte y la literatura, a lo que sella el afamado autor de “Marx o la crítica de la economía como fundamento”: “Por doquier zonas rojas, zonas blancas, zonas negras; bares, parques de recreo”.

Hueso sin carne: “El arte se convierte, en pocas palabras, en una mercancía forjada por expertos en diseñar una cultura estándar, capaz de representar los estereotipos que pueden ser fácilmente asimilados y consumidos. Arte de entretenimiento, previsible y distractivo, formalmente simplificado y para cuya comprensión no se requiere de una educación especializada”.

Jorge Juanes, es un librepensador cabal, elocuente como una medusa que deja escurrir sus fuegos líquidos ante una masa petrificada: «Lo prohibido retorna con fuerza en los años sesenta. En el marco de un mundo infectado por nubes que escupen fango, el arte pierde su aura y rinde culto, paradójicamente, a mitos prosaicos plantados al ras de la calle y que pueden ser manoseados y consumidos por el “uno de tantos”».

raelart@hotmail.com

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