El último lector | ¡Julian Assange Free!
Por defender el derecho de la gente a saber, la libertad de Julian es nuestra libertad. Esto se dice bien y, si prestamos oído, se escucha mejor. Hay fanfarria y beneplácito. ¿En realidad es así?
Sí, hay júbilo en la libertad de Assange —quien, sin grilletes, vuelve a brazos de sus hijos y su mujer—, ya que la amenaza de 175 años de cárcel es más “escandalosa” que la desvergüenza criminal e hipócrita de EE UU y los 250 mil cables que revelan su actuación en flagrancia y su miseria diplomática.
Y es ahí donde no hay que dejar de advertir que, en esta etapa del drama, el editor de Wikileaks se declara culpable de haber violado la ley de espionaje (The Espionage Act of 1917), dejando una rosa herida en los escritorios de las salas de redacción, que no es otra cosa que la vulnerabilidad en la que se encuentra el periodismo de investigación…
Los carceleros de Julian Assange ocultan más huesos que el feroz Cerbero, el perro de las tres cabezas, custodio del mítico Hades, que hoy por hoy asemeja al Departamento de Justicia de Estados Unidos, inframundo de ladrones de la libertad y secuestradores de la verdad.
Estas políticas del engaño, congraciadas con las almas muertas —su fútil aleatoriedad de votantes—, distribuyen la “información” sin regulación cabal —como si fuesen lotes de caramelos de sangre y semen, de orina y mierda— e impiden, a golpe de pólvora, radioactividad legislativa y hierro, que ésta continúe viva y se comunique. Su manifestación expresa —en la política de la deshonra y el deshecho— queda fuera de toda ética profesional y vulnera de manera ilegítima, en cualquier parte del mundo, el oficio de editor.
Julian Assange y Wikileaks, sí, fueron editores revolucionarios, al develar la “corrupción gubernamental y abusos contra los derechos humanos, responsabilizando a los poderosos de sus actos”, cifrados visiblemente —la gente no se deja embaucar con tanta facilidad, tiene ojos y oídos para ello, pero también “intereses” concertados— en crímenes de guerra y Lesa Humanidad, ocultamientos de pruebas, violaciones sumarias y siembra de armas, torturas inadmisibles…
El precio que pagó Julian fue demasiado caro —quien no debió haber pasado un solo día en prisión—, pero la comunidad internacional de medios —El País (español), The New York Times (estadounidense), Le Monde (francés), The Guardian (británico), Der Spiegel (alemán)… La Jornada México recibe en enero de 2011, de la misma mano de Julian Assange, una memoria USB con miles de cables diplomáticos— logró brindar con champagne azul —como lo hacemos hoy, al verlo tomar el avión rumbo a Islas Mariana y, de ahí, ya en total libertad constitucional, a Australia— al defender el derecho de la gente a saber y no quedar como una especie de, ¿cómo diré?, pobre pedazo de brutalidad desinformada.
Los comerciantes de la muerte —traficantes de información, mercenarios del ocultamiento, con sus Fake news y sus algoritmos— tienen mucho que pagar, pero también mucho que aprender de los auténticos ciudadanos de un mundo que pugna, para su bienestar, tanto por la libertad como por la verdad.
Por defender los inalienables derechos del periodismo, la libertad de Julian es nuestra libertad.
raelart@hotmail.com