publicidad
Opinión

El último lector / Enciclopedia Argos: el respeto por el lector, el libro y el autor

Por: Rael Salvador

Por Rael Salvador

Vivo en un paraíso de locos —cercado por libros, cuadros, esculturas y, por si fuera poco, planetarios de toda índole—, en una lucha constante por restaurar cierta armonía heterodoxa, equilibrio propio, belleza que se articule con el énfasis de cierta embriaguez, que me he ganado —con creces— la excomulgación los Padres del Desierto.

Pero no siempre fue así.

Más allá de lo fundacional —la toma del lenguaje, su convencionalidad, abstracción y musicalidad—, mi trayectoria en el mundo de las letras se corresponde a una formación libresca, centrada en las muchas ediciones circundantes (bien recuerdo esa infancia de libros —estamos en la Guerra Fría— en inglés y ruso —con su fuente en cirílico— que, al reeditarlos de manera casera, pegándoles fotografías y textos de lucha libre y béisbol extraídos de la sección deportiva de los diarios —Black Shadow, El Santo, Blue Demon, Anibal, Mil Máscaras, Huracán Ramírez, Pete Rose, Steve Garvey, Lee Lacy, Bert Campaneris, etc.— que era lo que me seducía en aquella época, los transformaba en palimpsestos): periódicos, fotonovelas, historietas infantiles, álbum de estampas, revistas del corazón, ediciones de bolsillo, enciclopedias (ese ojo que todo lo ve: enCYCLOPÉdie, panóptico…) 

Pero, sobre todo —y aquí soy categórico—, el gusto por la literatura se reafirmó con la aparición de una enciclopedia roja bajo la dulce iluminación nevada del Árbol de Navidad: Argos (Enciclopedia básica, Librería Editorial Argos, 1971, redacción y adaptación de Máximo Cortini. Javier Tomeo, Antonio Serra, Xavier Gispert, Ignacio Gaos, Ana Muntaner, Guillem Frontera, con ilustraciones de Ismael Balanyá), como el perro de Ulises, regalo de mi padre —profesor de escuela— y que contenía los siguientes títulos: “Dime dónde está”, “Dime qué es”, “Dime quién es” (donde vislumbré por vez primera a Nietzsche), “Dime cómo funciona”, “Dime cómo y cuándo”, y así… Pero, de todos ellos —10 en total—, el tomo de la fascinación, el imprescindible, es el que dice en su carátula: “Dime, cuéntame”; en él, a la edad de 8 años, me sumergí en la los mitos (“Rig-Veda”, “Mahabharata”, “Los rubaiyat” de Omar Khayyam, “El cantar de los cantares” —égloga pastoril, endemoniadamente bella en palabras del rey Salomón, pero soberanamente proverbial en erotismo en la versión de Guido Ceronetti—, “Las mil y una noches” y un sinfín de resplandores que enraízan nuestros orígenes) y en los clásicos, en los libros más importantes de la historia de la Literatura Universal: Homero, Esquilo (hijo de Euforión), Sófocles, Dante, Rabelais, Petrarca, Milton, Shakespeare, Cervantes, Fernando de Rojas, Calderón de la Barca, Francois Villon, Montaigne, ¡Quevedo! (“¡Entre el clavel blanco y la rosa roja, su majestad escoja!”), Goethe, Dumas, Balzac, Edgar Allan Poe, Arthur Conan Doyle —creador de Sherlock Holmes—, Wilde, Dostoievski, Carroll, Twain, Melville, Tolstoi, Gogol, Chéjov, Pasternak, Proust, Pavese, Hemingway, Agatha Christie, Joyce, Brecht, Hesse, Camus, Sartre, Bradbury, Beckett, Cortázar, García Márquez; poetas como Byron, Shelley, Keats, Tagore, Víctor Hugo, Leopardi, Baudelaire, Rimbaud, Whitman, Darío, los Machado, Lorca —fundamental en mi formación—, Miguel Hernández, León Felipe, Neruda, Paz, Borges y muchos otros escritores españoles o latinoamericanos en causa, en casa o en el exilio…

La cálida presentación “A los jóvenes lectores” de la enciclopedia a la letra aún me dice: «Cuenta André Gide en los recuerdos de su infancia que, siendo un niño, una de las cosas que más le impresionaban era cuando su padre, con grave solemnidad, lo llamaba para decirle: “Ven, voy a presentarte a alguien importante”. Con esas mismas palabras, pero sin la solemnidad que impresionaba al pequeño André, podríamos también nosotros presentaros este libro y deciros: “Ven, vas a conocer, a través de sus obras, a alguien importante”. Y decimos a través de sus obras porque, en realidad, este libro es una colección de textos y argumentos de obras pertenecientes a los mejores escritores de todos los tiempos»

El Sumario establece de entrada cerca de 200 páginas, donde en un orden con tintes cronológicos se dejan ver los siguientes capítulos: “Primeros pueblos, primeros cantos”; “Los maestros de siempre”; “En tiempo de los caballeros”; “Aires nuevos en el viejo continente”; “Los siglos de oro”; “Los románticos”; “Voces del siglo XIX”; “En el umbral del siglo XX”; “Nuestros contemporáneos”; “Tus amigos”; “Pueblos y letras hispánicos”; “Nuevos caminos”.

Esa lección, humilde en su origen, se transformaría en el cosmos de mi biblioteca, cifrada hasta el día de hoy —que no he pasado todavía por mi rutina diaria de librerías— en miles y miles de ediciones (toda la fortuna adquirida como profesor, periodista y escritor la he multiplicado en libros). No está de más decir que, a partir de ese amanecer de diciembre, los autores visitados y leídos en la enciclopedia Argos, en honor a la belleza de la lectura, son los muchos guardianes literarios que habitan y resguardan la mía. 

Lo sé, hay palabras que no sirven para explicar un sentido secreto, pero existen otras que, en su cúmulo intacto —parafraseando a Hesse—, nos obsequian la bendición del entendimiento universal… Y, a partir de ellas, las palabras en su magia, le doy las gracias a mi padre y a mis maestros lectores (que siempre tuvieron un libro por recomendar) de lo mucho que detonó la literatura en mi infancia, hasta llegar a formar una serie de casas editoriales (Baja Estirpe, Aula Sin muros, Palabra ediciones), una regular trayectoria en el mundo de las letras y, más que otra cosa, el respeto por el respeto por el lector, el libro y el autor.

raelart@hotmail.com

Related Posts