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Opinión

El último lector | El ángel de la muerte pasea en bicicleta / Rael Salvador

Por: Rael Salvador

“Después de la muerte, el orden”.
Anónimo

I
¡Dejen de tirar que hay niños comiendo!

El miércoles 19 de diciembre de 2001, cansado de que la policía disparase constantemente contra niños y mujeres en el comedor popular de la escuela No. 756, del Barrio Las Flores –lugar donde colaboraba con la preparación de la comida–, se subió a la terraza e intentó parar la represión, pero un policía le disparó directamente a la cabeza.

La bala se alojó en la tráquea y lo mató, llevándose así a un militante de la vida y a una persona que luchaba día a día por cambiar las podredumbres de este mundo.

Su nombre es Claudio “Pocho” Lepratti, nació en Concepción del Uruguay, contaba con 35 años de edad cuando recibió el balazo que le arrebató la vida.

Se había afincado en el barrio Ludueña (Argentina), por deseo propio, para apoyar a los más humildes. Coordinaba los talleres para niños y daba clases en la escuelita del padre Edgardo Montaldo, y también trabajaba con el grupo de jóvenes “La Vagancia”.

Ahora se ve la imagen de un muchacho de barba y melena despeinada, con alas de ángel, andando en bicicleta y acompañada de una frase que ocupa casi todas las paredes… La que gritó segundos antes de recibir el disparo de la muerte: “¡Dejen de tirar que hay niños comiendo!”.

II
El móvil: el robo

Sé que el asesinato de un poeta no vale la admiración de los idiotas.

Lo sé. 

El poeta Salvador Iborra Mallol, de apenas 33 años, conocido por sus amigos como Salva, fue asesinado brutalmente a navajazos en el barrio Gótico de Barcelona.

El móvil: el robo.

(¿Estás aquí para robar o asesinar? ¡Está aquí para robar, no para asesinar! No lo confundas, las sentencias son desiguales: de una puedes liberarte pasada la condena –no la vergüenza–, y en la otra, vas tú también a muerte –si tienes suerte– entre paredes podridas del dolor.)

Pasada la una, abandonaron la barra y se encaminaron, bicicleta al lado, rumbo al apartamento de Salva (a 60 metros del bar) ya que “le quería dar un libro a su amigo. La bicicleta la dejaron en la puerta. Pero al salir, ya no estaba. Los dos amigos recorrieron el vecindario para encontrarla. Pero no hubo forma, y cada uno puso rumbo a su casa. Eran ya más de las seis de la mañana cuando el poeta, que llegaba a su piso, dio con la bicicleta y sus ladrones. Las investigaciones apuntan a que Iborra se enzarzó en una pelea con ellos que acabó con su vida”.

El asesinato de un poeta y todo por el robo de una maldita bicicleta.

Licenciado en Filología Catalana en la Universidad de Valencia y profesor interino, Iborra actualmente estudiaba su maestría en la UPF (Universitat Pompeu Fabra); tras su desafortunado destino, el legado de su epitafio se traduce en tres poemarios publicados: “Un llençol per embrutar”, “Les entranyes del foc” y “Els cossos oblidats”.

Aquí una breve muestra del recorrido que dejó su pluma:

“Las azañagas del lenguaje ni resuelven ni engañan. Triquiñuelas venenosas atrapadas en el papel, que todos los textos fallan, nos dijeron los que dijeron lo que tenían que decir desde la parte sucia. Tu boca sabe a adrenalina, sudor y circunstancia.

Muerde, zorra, hasta que hagas sangrar y luego vete. Aquí no hallarás más literatura que la que desprecias. No hay sitio para nadie, a pesar de que te pareces a quien te pareces y por eso te pudiste acercar tanto sin que te matara. Carga de caballería, peste, muerte y el cine de Bergman, de aquí no se sale virgen, niña, estás demasiado cerca de todos lugares lejanos. Hunde los restos en las aguas negras mientras llueve, aquí no se nace y no estás a salvo. Lo desconocido es el pasado, más que el presente, eterno retorno a la nada. No hallarás la salida. Pero hay algo dulce en todo esto, algo dulce, yo estuve en todos los lugares, yo soy lo otro de ti, lo que no eres, tú otro-mismo en tensión, tú heterogéneo, tú disperso, y en mí te reconoces y te desdibujas. Donde ya no se puede pensar nada hay quien puede sentir y llora. Llora, pues, aquí está permitido. Te dejo que lo hagas. Lo sabes bien, a veces no todas las lágrimas son malas”.

Descansen en paz… Claudio “Pocho” Lepratti  y Salvador Iborra Mallol, poetas.

raelart@hotmail.com

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