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¿Tenemos un nuevo candidato para albergar vida extraterrestre?

Por: Miguel Latapi

La búsqueda por la vida extraterrestre ha sido una constante de la naturaleza humana desde que nuestros antepasados miraron a las estrellas para preguntarse qué había allá afuera. Fue muy pronto en nuestra historia que los humanos descubrimos que nuestro planeta no estaba solo en el Universo.

Los griegos, los babilonios, los egipcios… todas son culturas antiguas conocidas por sus estudios astronómicos y su observación de las estrellas miles de años antes de que los telescopios fueran siquiera una idea factible. Y aquí mencionamos civilizaciones, pero el ser humano ha estado cartografiando nuestro cielo desde la era paleolítica.

El giro radical del entendimiento se dio con Galileo Galilei. Erróneamente se le conoce por haber estipulado que la Tierra gira alrededor del Sol. En realidad, la teoría heliocéntrica existe desde la Antigua Grecia cuando Aristarco de Samos la propuso en el Siglo III a.c. Galileo, sin embargo, entre sus gigantescos aportes a la astronomía, hizo un descubrimiento vital del que vamos a hablar en seguida: el avistamiento de las cuatro lunas galileanas de Júpiter.

Júpiter y los cuatro satélites galileanos. Foto: Xinhua


Europa, Ganímedes, Ío y Calisto. Las cuatro acompañantes del hermano mayor de nuestro sistema solar. El descubrimiento que hizo Galileo no sólo reforzó la teoría heliocéntrica que Copérnico revivió en el renacimiento, sino que puso a pensar a los astrónomos en los límites de nuestro Universo. Parecía que sólo los planetas podrían albergar vida pero, ¿y sí no? ¿Y sí las lunas también eran candidatas?

Mientras más avanzó el conocimiento astronómico del ser humano, mejor comprendimos por qué estas cuatro lunas eran tan especiales: son lunas, sí, porque orbitan alrededor de Júpiter, pero su tamaño, su constitución, sus características atmosféricas: todo asemeja más a lo que conocemos, al menos en la cultura popular, a un planeta.

Y la lista de superlunas siguió creciendo cuando en 1655 Christiaan Huygens descubrió a la masiva luna de Saturno, Titán, el segundo satélite natural más grande de nuestro Sistema Solar, más grande incluso que el planeta Mercurio. Y no sólo eso, aunque Huygens evidentemente nunca lo supo, hoy sabemos que Titán cuenta con una atmósfera aún más densa que la de nuestro propio planeta.

Titán, la segunda luna más grande del Sistema Solar. Foto: NASA

¿Pero qué hace a estas lunas tan especiales? No sólo es su tamaño, mayor que el de nuestro ex-planeta favorito, Plutón, pero es algo aún más interesante: su agua. Sí, su agua, el agua que tienen en su superficie, en forma de hielo, que cubre valles, depresiones y montañas en una capa de hielo de kilómetros de grosor pero que debajo esconde océanos de agua líquida como los que tenemos aquí, en nuestro planeta.

Ganímedes, Europa y también la pequeña luna de Saturno, Encélado, cuentan con estos vastos mares de agua escondidos bajo sus kilométricas capas de hielo. Estos mares han sido objeto de especulación desde hace décadas, pues sabemos que, hasta donde entendemos la biología universal, son los lugares más propensos a albergar vida extraterrestre, pues la actividad geológica y la radiación de sus planetas padres permiten que debajo de la extensa capa de hielo haya océanos oscuros pero con temperaturas parecidas a las del fondo marino de nuestro planeta, donde sabemos que existe vida y hasta en relativa abundancia para las circunstancias.

Hollywood nos ha dejado con la idea de que el encuentro con la vida extraterrestre sería una extraña guerra de los mundos donde todos los países tendremos que unificarnos bajo una misma bandera para defender nuestro planeta o tal vez una especie de encuentro cultural estilo “Arrival” donde una especie sumamente avanzada vendrá a enseñarnos un lenguaje universal. Pero no, casi con certeza, nuestro encuentro con los extraterrestres será en los mares de estas lunas, en forma de bacterias, microbios o tal vez hasta animales completamente acuáticos.

Posibles apariencias de la vida extraterrestre. Imagen ilustrativa.

El pasado 7 de febrero, la famosa revista Nature publicó un artículo con un descubrimiento vital para nuestro entendimiento del Universo: la luna de Saturno, Mimas, se unía a lista de lunas del sistema solar con océanos bajo su superficie. Considerando que esta es la cuarta luna en nuestro sistema solar con esta particularidad (y la quinta si consideramos que Titán tiene un océano de metano líquido en su superficie), podemos llegar a la conclusión de que los océanos, y el agua en sí, son una característica común en nuestro Universo.

Este descubrimiento llegó después de una extensa observación del comportamiento de la superficie de Mimas con datos de la sonda Cassini, dedicada a estudiar a nuestro señor de los anillos, Saturno. El recién descubierto océano de Mimas se esconde bajo veinte kilómetros de hielo y es bastante joven para los estándares de nuestra galaxia: sigue en su etapa infantil con 25 millones de años, mucho más joven que algunas especies con las que compartimos la Tierra, como los cocodrilos o las cucarachas.

El equipo de científicos británicos y franceses que trabajan en el análisis seguirán estudiando los datos enviados por Cassini para conocer más detalles sobre este oculto mar en Mimas o, si es que existe actividad criovolcánica como en Encélado o en Jápeto, otras lunas con constante actividad geológica que lanzan hielo a los anillos de Saturno. La actividad geológica, como ocurre en el fondo oceánico de la Tierra en las chimeneas geotérmicas, es uno de los componentes más propensos a la creación de la vida.

Mimas, la luna de Saturno. Foto: NASA

Así que, con el descubrimiento del océano de Mimas podemos plantear otra pregunta. ¿Habrá vida escondida bajo esos kilómetros de hielo? Y si no, ¿cuál será la luna donde encontraremos los primeros indicios de vida extraterrestre? ¿Serán bacterias? ¿O podrían ser animales con inteligencia atrapados bajo el hielo en una especie de Cueva de Platón, pensando que el Universo se limita a su oscuro mar subterráneo?

El siguiente paso en nuestra búsqueda de la vida extraterrestre será pisar estos mundos y determinar con certeza qué habita en ellos. La NASA y la ESA ya lo tienen planeado, pues este mismo año, el 10 de octubre, el Europa Clipper será enviado hacia la luna de Júpiter para llegar en 2030 y explorar la superficie cubierta de hielo en búsqueda de cualquier indicio de vida. ¿La encontraremos? Estamos a menos de una década de saberlo.

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