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Opinión

El último lector | Cervezas de la filosofía salvaje

Por: Rael Salvador

En absoluto, trucada, la metafísica visual en la que reposa la imagen obsequia el aura de aquellos que nacieron para ejercer la filosofía salvaje a golpe de cervezas.

¿Qué hacen juntos Sartre, Nietzsche, Schopenhauer y Camus, chamarras de cuero negro, montados en una fascinante actitud cínica y desafiante, motocicletas de por medio?

Pareciera que la fotografía superpuesta ofrece un justo dictamen para dar con los auténticos orígenes del existencialismo y, a su vez, deja en el ambiente la idea de que Kierkegaard, Husserl, Heidegger y Gabriel Marcel todavía andan paseando sus vagancias entre florecitas y en bicicleta.

Estos alborotadores de los últimos tiempos, auténticos “moteros” —Café Racer— merecen una nueva ilustración y, de alguna manera, aquí la tenemos: una cuadra en busca de la insolencia perdida. Ya sólo falta que, en un arranque de llantas ardientes, aparezcan Foucault y Onfray en un Camaro 1969. Lo primero que me dije al ver la fotocomposición es que no existe otra pose donde Schopenhauer refleja con mayor claridad su postura ante el mundo. En pocas palabras: que le vale madre, sobre todo su voluntad y su representación. Nietzsche (aquí el maestro y el discípulo muestran su gallardía Alfa, ya que el autor de “El arte de tratar a las mujeres” fue quien contagió a Friedrich del dulce veneno psicológico del budismo); de igual forma, sopesa su legado y mira ya sin prejuicios la historia del engaño religioso (cristiano, sobre todo), en lo que parece advertir una confesión musical a manos llenas: “Dios ha muerto”, punto. Algo que en latín rezaría: hazte responsable de ti mismo; eres lo que haces, lo que haces es lo que decides. Si decides ser “Superhombre” estás lejos de ser hombre.

El caso de Jean-Paul Sartre, de estrambótica mirada —canicas que juegan una polarizada lucha dialéctica—, heredero del budismo profesado por los dos filósofos anteriores, toma de él la sabiduría y su desenfado oriental, etiquetándolo como Existencialismo. Ríos de tinta han cruzado los océanos, que sería ocioso extenderme sobre su extraterritorialidad (sería mejor que leyeran El existencialismo es un humanismo).

Albert Camus, el guapo de la película, exprime del absurdo la esperanza, por ello el Club Harley-Davidson lo acusa de ser un romántico obstinado (que, a la menor oportunidad, se encuentra confinado en el Hotel de los Corazones Solitarios), y él, autor de “La caída” (quien manejó la idea de titularlo “Zen y el arte del mantenimiento de la motocicleta”), para ofender a los gamberros, se la pasa teniendo amantes que le ayudan siempre a cultivar un estilo preciosista…

Es curioso que la imagen nos ubique en los tiempos de Burroughs y Kerouac…

Este fragmento de “Drugstore Cowboy”, de James Fogle, da cuenta de cómo, extraída de la purificación de la decencia moral estadunidense, podemos leer la actitud existencialista en una réplica beat: “Y por alguna maldita razón, todos los drogadictos del barrio sabían si tenías material. No importaba lo precavido que fueras. Podían percibirlo, casi podían olerlo; me refiero a los gorrones y los timadores, no a los policías. Estos no olían ni una rata muerta a un metro de distancia. Pero los yonquis soplones sí. Esos condenados se daban cuenta por la forma en que llegabas al vecindario, por la forma en que te apresurabas a entrar en casa, y si lo hacías de manera prudente y calculada, incluso lo notaban más. Era imposible improvisar la indignación y la sensación de malestar por volver a casa sin nada”.

Soñadores y señoras, lo demás es hippismo y contracultura.

raelart@hotmail.com

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