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Opinión

El último lector | Cartas de Irak: sinfonía para un hombre muerto / Rael Salvador

Por: Rael Salvador

Querida A.

De noche, al cerrar los párpados, transcurre el tiempo como una fina lluvia de diamantina. Ya no oigo nada, sólo mi oscuridad es un espejo de lo que pasa afuera. Hay sillas de ruedas vacías y colchones manchados de dolor y desesperación, el semblante desfigurado de una realidad que me resulta insoportable.

Muchos son ya los que han partido para siempre y, detrás de esa ausencia, la soledad aprendió a contar cadáveres con los abecedarios del pecado, como queriendo quitar flores recién nacidas en el umbral de la muerte.

Nada nos salva, las alas descansan en el cajón, tenemos la llave pero alguien perdió la cerradura y el guion de la película que filmamos aquí se recupera en el fracaso de asesinar, envejecer y mostrar nuestra colección de cicatrices hacia la nada de lo que ahora se ha convertido la información.

¿Qué tamaño tiene el dolor? Tropezar, perder el vuelo y caer. El cuento ha sido repetido miles de veces, muchas ya, nunca lo suficiente, sólo hay que actualizarlo cada vez con la frescura ahumada de la mentira y los familiares tiros de una tropa de helicópteros artillados.

Los días pasan como una queja silenciosa bañada de Sol. Decía ayer cómo el amor nos haría y mira la basura de palabras que hoy recojo de la arena mezclada con gasolina y sangre, trazos informes que ahora intentan describir el tumulto impar de mi anestesia… La honestidad como un collar de ganglios infectos que sonríen y la jeringa de la pena que no llega, que no termina por lubricar su bayoneta en la cicuta del último adiós.

Mi arma está cargada, no es un juego de video, aquí la luz quema la oscuridad: cierro los ojos y la diamantina viene como una lluvia ácida donde los rostros de mis hijas derraman lágrimas, gusanos de sangre que me hacen saltar en un aullido…

Mejor fumo a cada minuto, así las hojas del inflamable papel Marlboro en que te escribo dejan una estela de cenizas en el horizonte y mi vista cansada continúa fija como un barco leproso en este desierto con Luna. Ya no regresaré. Para cuando vuelva yo ya no estaré para ser el mismo. Entrar al infierno de esta guerra inútil incineró tu dulce Biblia en mi pecho… 

A veces sueño contigo. Es la desolación del cielo que reza bajo la tierra. En la bruma de lo que recuerdo, sigues siendo una mujer hermosa, de mirada resignada, intentando mostrar la alegría sincera en una sonrisa que se aleja de la tristeza. Tienes cáncer, un tumor en la parte occipital alta de la cabeza. Tu cabeza está rapada, hebras oscuras debajo de una pañoleta roja dejan ver la protuberancia del tamaño de una pelota de béisbol, una pelota que hubiese permanecido muchos años bajo el océano: aguada, cartilaginosa, purulenta… Estás sentada, en cuclillas, ante la puerta cerrada de una habitación. Yo te veo en ella, sin misericordia ni lástima, con una confianza extrema, como quien sabe una ruta en el laberinto de la emboscada y no teme perderse. Entonces, dejo mi casco y el arma, extiendo la mano izquierda y palpo, acaricio el tumor y los dos sabemos, nos los dicen nuestras miradas cristalinas, que aún hay esperanzas…

Claro que no me gusta soñar eso. El preludio de la pesadilla es devastador, contundente… pero su final, límpido y casi tierno (si cabe el adjetivo), me tranquiliza… No sé por qué. No es como dejar caer los párpados y saltar de terror, igual a un maldito iraquí descuartizado cuando pisa una mina personalizada. Para cuando vuelva… yo ya no estaré para ser el mismo. Yo ya no regresaré.

Sólo unas pocas de nuestras atrocidades en Irak han sido registradas de primera mano, quiero decir que no ha sido amañadas: “Un poco de color vívido sobresalía en una de las calles grises de la ciudad, cubiertas de escombros, un vestido rosa sobre el cuerpo de una pequeña doblada al lado del bordillo de la acera”. Desde luego que era sólo una niñita, como aquella sin extremidades inferiores que te mostré con vergüenza y dolor alguna vez…

En Irak están ocurriendo cosas horribles en nombre de la “libertad” invasiva de los Bush, de la “liberación” de Obama, de la “democracia” e irracionalidad de Trump y sus herederos. De algunas cosas sangrientamente disparatadas sabemos, porque alguien con conciencia estuvo presente cuando se cometieron. Son asesinatos cobardes, “crímenes de guerra” que jamás serán castigados, porque a los supuestos “conquistadores” siempre les permitimos escapan a la auténtica justicia.

No me hagas mucho caso. De noche, al bajar los párpados, transcurre el tiempo como una lluvia de iluminadas estridencias. Ya no se escucha nada, sólo mi oscuridad es un espejo de lo que pasa afuera. Lágrimas como gusanos de sangre y una pelota de béisbol en mi mano. Hay sillas de ruedas vacías, instrumental quirúrgico, una computadora obsoleta y colchones manchados de dolor y desesperación, el semblante desfigurado de una realidad que me resulta insoportable.

raelart@hotmail.com

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