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Opinión

El último lector | A la música de la vida sólo le falta nuestra ginebra

Por: Rael Salvador

Me agrada esta sentencia de Doris Lessing: “Piensa mal, pero en todos los casos, piensa por ti mismo”. Es como si tocara arena caliente en el bolsillo izquierdo de mi “Levis” desgastado.

Así, un pájaro llega a ofrecer su vuelo de flor con alas y la granada se vuelve un astro que conversa con la nuez sobre una poeta y novelista inglesa de pan y mantequilla.

Las calles están húmedas, la primera brisa de la temporada me recuerda el virtuosismo de los ropajes del mundo… Agua, bendito pez que aplica su fantasma a la ciudad.

Bajo esta luz argentada, Doris Lessing recibió de Estocolmo el Premio Nobel de Literatura en el ya lejano año de 2007. Andaba de compras: ginebra, naranjas, un racimo de uvas y nueces.

Esta mujer humilde llega a su casa, baja del taxi, le espera la muchedumbre de la prensa (ella no sabe que la fortuna mordió su pecho) y lo único que se le antoja decir es lo siguiente: “Este premio se suma a todos los malditos premios que me han dado durante 30 años”.

Luego, pidió un trago de ginebra y agua tónica, que inclusive hizo oler a uno de los reporteros para que comprobara que no se trataba de “agua insípida”, como las botellitas de plástico que arreaban ellos para mantener en línea la hidratación neurótica.

¡Diablos, qué mujer! En 1999 ya había rechazado el título de Dama del Imperio Británico, que le concedía la reina Isabel II, anteponiendo que “ya no hay ningún imperio”.

Así, a la música de la vida sólo le falta nuestro deseo: el sonido tintineante, platinada campana del alma, del ginebra con hielos.

Doris Lessing (1919-2013) fue la gran narradora del mundo obrero inglés, de los hordas desarraigadas del cemento y que, en su mundo de contestatario de amor y bandas progresivas, traían una lucha bondadosamente enrabiada contra el sistema.

Sus escritos poseen el potencial de ofrecer una épica femenina, ética y estética de la intimidad, atendida igual por género masculino, donde detalla reglón a renglón las recetas para subsanar todas las heridas —tanto físicas como psíquicas— que las confrontaciones de la época implementan con crueldad y desvarío, tanto en África como en Inglaterra.

Son los años convulsos de los 60 y los 70, un lugar y un tiempo donde sus escritos son calificados de feministas, con fuertes dosis de maternidad dialéctica; pero la autora, que militó en grupos de izquierdas, negó la etiqueta al considerar que su obra era más bien “un examen psicológico del ser humano y su entorno”.

En su amistad con la autora de “El cuaderno dorado”, Alberto Manguel nos recuerda la conmovedora historia de un corto texto de Lessing: “Por qué un niño negro de Zimbabue robó un manual de física superior”.

«Un niño roba un libro que no puede leer “para tener un libro que es mío”. Dos son los impulsos que lo llevan a esta acción. Primero, poseer el objeto, que durante el tiempo de espera es mágico, como un talismán con inmensos poderes; luego, aprender a servirse de él. Para el niño de la exigua escuela de Rodesia, con sus maestros pobremente instruidos y sus anaqueles casi vacíos, los libros que satisfarán su deseo son las obras universales de nuestras literaturas, esas que pueden ser universalmente leídas. En literatura no todo espejo nos refleja. Lessing quiere que el niño de este relato pueda decir, al recorrer el libro elegido, escrito quizás hace siglos por alguien de otra cultura: “Mi abuela me contaba una versión de esa misma historia”. Que es una forma de decir: “Ese relato es también mío”. Cuando le fue otorgado, por fin, el Premio Nobel, recordó esa anécdota y dijo que le gustaba pensar que sus ficciones no eran sino versiones particulares de otras, contadas en otras lenguas y quizás más antiguas»

Un largo adiós a Doris Lessing; el mejor homenaje para su eternidad fiel será leerla y releerla: contenerla.

raelart@hotmail.com

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