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Opinión

El terreno como alterador de fronteras

Por: Xavier Oliveras González | Voces de El Colef

En otras ocasiones he argumentado que el terreno (es decir, el conjunto formado por el relieve, las condiciones climáticas y la vegetación, entre otros) constituye un obstáculo a la movilidad de las personas. Por esta razón podemos decir que el terreno funciona como una barrera, así en general, o como una frontera, más en particular. Que tenga esa función no se debe al terreno en sí mismo, sino a su combinación con los cuerpos humanos que se desplazan y el estatus social, político y económico de aquellos. Así, para llegar a otro país hay personas que se ven empujadas a caminar por en medio del desierto, o a cruzar a nado un río, o en patera el mar, y que, por el calor o el frío extremos, la falta de agua para tomar y la fuerza del oleaje, se agotan, se lesionan e incluso mueren. En cambio, las hay que los cruzan en carro y avión, sin temor a ser detenidas ni a morir en el intento.

Ahora bien, el terreno no solo actúa como una barrera. En realidad, simplemente interactúa con nosotros, así como con los demás seres vivos y objetos, de forma que en ocasiones nos perjudica y en otras nos beneficia, y en otras ni una cosa ni la otra. Que los efectos los valoremos de una forma u otra depende, en definitiva, de nuestras necesidades, capacidades, intereses y estatus.

Así, si con anterioridad he expuesto cómo el terreno opera de forma similar a un muro fronterizo, ahora quiero mostrar lo contrario. Vamos a ver cómo se opone y lo destruye, para lo cual nos sirven algunos ejemplos respecto al muro erigido en la frontera de Estados Unidos con México.

El muro, más propiamente una barda, está construido con bolardos metálicos, en su mayoría de hierro fundido y de acero. Pero pocas veces de acero inoxidable y de acero galvanizado, materiales más resistentes a la corrosividad, pero más caros. Como ya intuyen, la mayor parte del muro está sujeta a la corrosión, sobre todo la debida a la humedad y a la salinidad. Se ha dado el caso, incluso, que el material se ha oxidado antes de instalarlo, como ocurrió con los bolardos que iban a colocarse en la frontera del sur de Texas. Si bien es cierto que la corrosión no supone a corto plazo un riesgo para la estabilidad del muro, sí lo es a largo plazo, de forma que en varios lugares ya se ha tenido que recubrir con pintura anticorrosiva varias veces.

Salvo que el gobierno de Estados Unidos abandonara el mantenimiento del muro, tardaremos años en ver cómo se desmorona. Sin embargo, hay otros procesos geofísicos que son mucho más intensos y rápidos, como las lluvias torrenciales. Con la intención de permitir que el agua circule en caso de avenidas, el muro se ha construido dejando espacios libres entre los bolardos. Su efectividad, claro, depende del volumen de agua y de lo que arrastre el agua. Así, en agosto del año pasado resultó seriamente dañado a consecuencia de una fuerte tormenta en el área de Douglas, Arizona y Agua Prieta, Sonora. Cerca de ambas ciudades fronterizas discurre el Silver, un arroyo transfronterizo cuyo curso es atravesado por el muro. La lluvia fue tan intensa que rápidamente se llenó el cauce, arrastrando piedras, troncos y todo lo que se encontrara por delante. A pesar del espaciado entre los bolardos, el muro actuó como una presa, acumulándose ahí lo que el agua arrastraba. La presión era cada vez mayor, hasta que finalmente la fuerza del agua rompió y se llevó varios pedazos del muro. Durante unos cuantos días, hasta que lo repararon, el muro fue inútil. 

El agua, ya sea de la lluvia o de los ríos, no solamente afecta directamente al muro, sino también indirectamente. En tanto que agente erosivo, el agua se va llevando el suelo sobre el que se construye el muro. Esa erosión a veces es lenta, pero otras muy rápida. Así, un año antes de las lluvias en la cuenca del Silver, en junio de 2020 pasó un huracán por el sur de Texas y Tamaulipas, cruzando el río Bravo a la altura de McAllen y Reynosa. Cerca de ahí se extiende en la orilla del río un trazo del muro. Aunque el huracán no lo tumbó, el caudal crecido del río arrastró el suelo descubierto de la orilla y después, a medida que disminuía el caudal, la escorrentía abrió zanjas perpendiculares al curso y, por lo tanto, al muro. Ambas acciones dejaron al descubierto los cimientos del muro. De nuevo, hasta que no rellenaron las zanjas y recubrieron el suelo, el muro estuvo en riesgo de colapso.

En definitiva, en ocasiones el terreno se convierte en un aliado de los estados, pero en otras de quienes se oponen a la frontera.

El Colegio de la Frontera Norte

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