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Opinión

‘El hobbit’, el cuento de un padre a sus hijos / Abraham Kato

Por: Abraham Kato

Una de las costumbres más antiguas que tenemos los padres es leerle cuentos a nuestros hijos. Ya sea que utilicemos algún libro para niños, adaptaciones de los clásicos o bien, inventemos nuestras propias historias. Esta actividad es un bello recuerdo que muchos atesoramos, cada noche llega el momento de una aventura, un misterio, de viajar o de explorar, de imaginar y, sin darnos cuenta, soñar.

La importancia de esta actividad es crucial ya que no solo se está formando un vínculo con nuestros hijos, sino que los cuentos e historias son la forma más natural de aprender debido a que estimulan no solo las emociones sino también el intelecto. Es a través de ellos que le encontramos sentido al mundo y aprendemos a no hablar con lobos en el bosque, a no mentir por miedo a que nos crezca la nariz, a no aceptar manzanas de viejitas extrañas, a creer en uno mismo, a no ser egoísta, a no jugar con fuego, a ser valiente.

Durante la década de 1920 y 1930 un profesor inglés de la Universidad de Oxford llamado John Ronald Reuel Tolkien, practicaba esta costumbre con sus cuatro hijos y la llevaba aún más lejos, pues también les pedía reportes de lectura de todos los cuentos que leían. En ese entonces ya existían clásicos como La cenicienta, La bella durmiente, Hansel y Gretel, Rapunzel, Blancanieves, Caperucita roja, El gato con botas, El sastrecillo valiente y todos los cuentos de Charles Perrault y los hermanos Jacob y Wilhelm Grimm. Sin embargo, Tolkien confesó al productor británico de la BBC, Denys Gueroult, quien lo entrevistó en 1965, que nunca podía terminar de leer un cuento de hadas sin ponerse a escribir uno él mismo. Fue así como empezó a escribir una serie de cuentos de aventura sobre enanos, magos, dragones, tesoros, elfos y, por supuesto, hobbits.  

Algunos de los primeros trabajos para niños que Tolkien realizó son la serie de cartas ilustradas The Father Christmas Letters, que su hija, Baillie Tolkien publicó  en 1976. The Orgog, una historia que dejó inconclusa sobre una criatura que viaja por paisajes fantásticos. El cuento Roverandom que fue ideado para consolar a su hijo Michael después de haber perdido un juguete. La novela Farmer Giles of Ham era simplemente un juego familiar que los Tolkien tenían y que después fue completado para publicarlo. Sin embargo, Wayne G. Hammond explica en su ensayo Whose Lord of the Rings Is It, Anyway? que fueron precisamente los cuentos infantiles lo que le dio a Tolkien la oportunidad de experimentar con formas narrativas, juegos de palabras y caracterización de personajes que la prosa y poesía convencional no le permitía. Este tipo de historias para niños le dejaba ser más imaginativo, alegre y divertido. En un escrito académico para la Universidad de Oxford jamás podría contar historias como la de un chico llamado Carrots que solía tener extrañas aventuras dentro de un reloj de péndulo.  

Sin embargo, todo culminaría con su gran historia El hobbit, que, como explica Douglas A. Anderson, en su edición de El hobbit anotado, representa la aglomeración y perfección de todas las distintas facetas de Tolkien (poesía, pintura, narrativa), así como la producción de todas sus historias anteriores; con las cuales ya empezaba a construir toda su mitología.      

La historia en general de El hobbit es muy sencilla: un grupo de aventureros busca derrotar a un dragón que guarda un enorme tesoro. En realidad no es algo que no se había visto antes, pero esa es gran parte de la magia y encanto que hay detrás de toda la obra de J.R.R.Tolkien: las influencias culturales, históricas y literarias.  Los académicos hoy en día gustan de analizar todas las distintas fuentes de inspiración que hay detrás de la obra tolkieniana y basan sus cursos en ello.    

Quizá la influencia más prominente en El hobbit sea el poema épico anglosajón Beowulf. En su conferencia Beowulf: los monstruos y los críticos, a finales de 1936, Tolkien fue de los primeros académicos que resaltaron el valor literario del poema, en lugar del valor histórico del que siempre se hablaba. Inclusive en una carta publicada por el periódico the Observer, en 1938, el profesor de Oxford confiesa lo siguiente: ‘‘Beowulf es una de mis más valiosas fuentes; aunque no haya estado presente de forma consciente en el proceso de escritura, en el cual el episodio del ladrón surgió naturalmente (y casi inevitablemente) de las circunstancias’’.  

Si comparamos ambos trabajos literarios de un lado tenemos al héroe gauta que junto con 14 hombres se embarcan rumbo a Dinamarca al auxilio del rey Hrothgar. Mientras que por el otro, tenemos a un pequeño hobbit, que junto a un mago y 13 enanos (15 en total también) comienzan su gran aventura. En la tercera parte del épico poema tenemos a un hábil ladrón robando una copa dorada de la cueva de un enorme dragón, pasaje que es emulado por Tolkien puesto que Bilbo es contratado como ladrón por los enanos e igualmente termina robando una copa dorada de la cueva de Smaug. En ambos casos la aldea más cercana sufre las consecuencias de dicho acto. Inclusive, David Day en su libro An Encyclopedia of Tolkien, History and Mythology that inspired Tolkien’s world, afirma que El hobbit es esencialmente la historia del dragón de Beowulf contada desde la perspectiva del ladrón.  

Aunque no tan conocido, el libro The marvellous Land of Snergs, del escritor británico E. A. Wyke-Smith, fue una fuente directa de inspiración para crear a la raza de los hobbits. En este libro tenemos a los Snergs, que son una raza de gente pequeña, robusta y de gran fuerza, que viven en tierras lejanas y son muy devotos a las fiestas y la comida. En su conferencia, luego convertido en ensayo On Fairy-Stories publicado en 1947, sobre cuentos de hadas, Tolkien confesó que este era uno de sus libros favoritos y que a sus hijos les encantaba.    

Siguiendo con la mitología nórdica, otra de las mayores influencias de Tolkien son la colección de poemas nórdicos titulada Edda poética, que representa la mayor fuente de información sobre mitología escandinava y leyendas heroicas germanas. Por ejemplo, del primer poema, Völuspá, nuestro autor británico tomó prácticamente todos los nombres de los enanos y de Gandalf. Así mismo, del tercer poema, Vafþrúðnismál, se inspiró para crear uno de los mejores y más representativos capítulos de la novela: Acertijos en las tinieblas. En él, Bilbo y la criatura Gollum llevan a cabo una batalla de acertijos para decidir el destino del hobbit. En el poema germano el Dios padre Odín decide probarse a sí mismo al desafiar al gigante Vafþrúðnir, el más sabio y poderoso de todos, a una batalla de ingenio en donde ambos comienzan un juego de adivinanzas. Al final, Odín, el Todopoderoso Señor de Asgard, gana haciendo directamente una pregunta: ‘‘¿Qué fue lo que Odín le dijo a su hijo, Balder, en su lecho de muerte? Naturalmente el gigante al no saber la respuesta pierde la batalla.      

Tolkien era un devoto católico y naturalmente incorporaría ideas y referencias bíblicas a toda su obra. Una de las ideologías que refleja a través de la figura angelical de Gandalf es que el mal no se puede ni se debe combatir físicamente en un campo de batalla, sino mediante actos de bondad y amor; y es esta idea cristiana la que se refleja en el acto de bondad del protagonista Bilbo hacía la vil criatura de Gollum al perdonarle la vida. Al final de todo, fue ese acto de compasión el que salvó a toda la Tierra Media.

Una segunda opinión siempre es importante y necesaria en todo trabajo, quizá hasta tres o cuatro de ser posible, ya que nos ayuda siempre a descubrir errores y considerar diferentes puntos de vista. Es aquí donde entra el escritor británico C. S. Lewis, autor de Las crónicas de Narnia, y que también formaba parte del club The Inklings, un grupo de discusión literaria, y además era uno de los mejores amigos de Tolkien. En una carta de Lewis a su amigo de infancia Arthur Greeves, el 4 de febrero de 1933, le comenta que ha disfrutado mucho la lectura de una historia para niños asombrosa que Tolkien escribió y que la considera muy buena; bueno, con excepción del final. Al parecer, Lewis leyó una de las primeras versiones de El hobbit que el autor posteriormente modificaría.

En la tradición de los grandes libros la primera frase siempre es inolvidable, y El hobbit no es excepción: ‘‘En un hoyo en la tierra vivía un hobbit (In a hole in the ground there lived a hobbit)’’, la cual Tolkien comenta que escribió una tarde mientras revisaba exámenes de admisión para la Universidad de Oxford cuando descubrió que un candidato había dejado en blanco una hoja; entonces, como por arte de magia, la escribió. Fue después cuando tuvo que descifrar qué era un hobbit y por qué vivía en un hoyo en la tierra.          

Los hijos mayores de Tolkien, John y Michael, comentaron que desde muy chicos recuerdan haber escuchado elementos de El hobbit en sus tradicionales lecturas de invierno. Lo que sugiere que después su papá combinaría historias para terminar el libro. Michael incluso conservó sus propios cuentos que escribió de niño tratando de imitar la historia de su padre; mientras que su tercer hijo, Christopher, llegó a escribirle cartas a Father Christmas (Santa Claus) pidiéndole El hobbit de regalo de Navidad.

En mi caso, fue mi madre la que nos inculcó el hábito de lectura a mi hermana y a mí leyéndonos cuentos de una antología titulada El galano arte de leer; es por ello que considero que por encima de todas la influencias de poemas épicos, mitología nórdica, cuentos de hadas, la Biblia y demás, para mí, al final de cuentas, El hobbit no es otra cosa más que el producto del amor de un padre a sus hijos. Un motivo para educar, entretener y convivir con ellos. Un medio para enseñarles valores de amistad, valentía, perseverancia y astucia. Una forma de inmortalizar un recuerdo, el recuerdo de un padre leyéndole cuentos a sus hijos.

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