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Opinión

Cristina Pacheco: aquí eligió vivir

Por: Carlos Martínez García

Hizo suya a la Ciudad de México, y ésta la recibió con generosidad. Llegó a la urbe a los cinco años, quedó deslumbrada por su inmensidad y diversidad no solamente geográfica, sino también social y cultural. Sí, como su legendario programa televisivo, Aquí nos tocó vivir, a Cristina Pacheco el destino le deparó vivir en la capital, pero también ella eligió habitar en la ciudad y describir los contrastes de sus virtudes y flagelos.

La práctica periodística de Cristina Pacheco deja lecciones vastas y ricas a quienes buscan documentar los avatares de la vida que sortean hombres y mujeres en desventaja social desde su nacimiento. Las conversaciones que por décadas mantuvo con integrantes del que algunos llaman el México de abajo son lecciones en el arte de ejercer un periodismo compasivo.

Es importante consignar que compasión es una actitud distinta a sentir lástima momentánea. Compasión significa padecer con, es decir, identificarse con la situación de otras personas, intentar, como se dice popularmente, ponerse en los zapatos de quien vive condiciones difíciles y comprender vitalmente cómo enfrenta las adversidades. Algo así es lo que Harper Lee narra en la novela Matar a un ruiseñor, cuando Atticus responde a su pequeña hija Scout la razón por la que ha decidido defender a Tom Robinson, afroamericano acusado falsamente de haber violado a una blanca.

El abogado era WASP (white anglo-saxon protestant: blanco anglosajón protestante) y, en consecuencia, mal visto por la gran mayoría de la población que tenía la misma identidad racial y religiosa que Atticus. Éste dice a Scout el significado de ser compasivo y que por ello ha tomado el caso de Robinson: “Uno nunca llega a entender realmente a otra persona hasta que considera las cosas desde su punto de vista, hasta que se mete en su piel y camina con ella”.

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La identificación profunda de Cristina Pacheco con los ninguneados se reflejaba desde el trato respetuoso con el que conversaba con ellos. A personas dedicadas a la plomería, venta de mercancías en las calles, chachareros, trabajadoras domésticas, cirqueros, zapateros remendones, músicos callejeros, por mencionar algunos de los participantes en Aquí nos tocó vivir los trataba de usted. Pareciera un asunto menor, pero no lo es y vale la pena subrayarlo, porque en su interacción Cristina mostraba a sus entrevistados un valor muy venido a menos entre quienes tratan con desdén a los que tienen por “inferiores” a ellos. Tal inferioridad es construida desde los privilegios y una posición social que se da por superior a los considerados al servicio de los de mayores ingresos y/o escolaridad.

La identificación, la compasión en el sentido antes descrito, de Cristina con personas de muy variados oficios conllevaba una disposición a escuchar a sus interlocutores con atención. En un libro que recoge entrevistas con escritores (Al pie de la letra, Fondo de Cultura Económica, número 658 de la Colección Popular) la periodista le confió a Mauricio José Sanders Cortés, compilador del volumen y autor del prólogo, lo que para ella implicaba escuchar: “Yo escucho con todo mi cuerpo y no sólo con el corazón. Cuando la conversación termina, acabo con un terrible dolor de espalda y me duelen los hombros. Quiero escuchar con los oídos, pero también sé que escucho con el tacto y el olfato […] Escuchar es un trabajo artesanal […] Hay que confiar plenamente en el otro. Conversar es un enamoramiento momentáneo. No debe haber dolo. El que habla y el que escucha se dan sendas confianzas, se descubren mutuamente […] Por eso el que escucha debe estar como ausente, para dejar que el otro se confiese (pp. 30 y 31).

Cristina Pacheco lograba confesiones de hombres y mujeres de muy distintas condiciones, tanto de pertenecientes a los sectores populares como de protagonistas de la literatura latinoamericana. En Al pie de la letra hay media centena de entrevistas a escritores. Tal vez el más reacio a conversar fue Juan Rulfo. Tras evasivas, posposiciones de citas y “las más extraordinarias excusas para evitar el encuentro”, dada la timidez y renuencia de Rulfo a hablar sobre su persona y obra, en 1983 la persistente Cristina logró sentarse con el autor y el fruto fue una entrevista deslumbrante. En la versión compilada en el libro ella quitó sus preguntas y dejó las respuestas del gran escritor. El resultado es un delicioso monólogo de Juan Rulfo, en el que revela entretelones de cómo gestó los libros que lo llevaron a la cima de la narrativa latinoamericana y, también, aspectos de su vida que, al conocerlos, nos amplían los horizontes en la lectura de El llano en llamas y Pedro Páramo. Cristina Pacheco logró confesiones de Juan Rulfo que nadie más pudo extraerle.

Mar de historias que Cristina Pacheco publicó por 34 años en La Jornada es un océano que, al adentrarnos en él, nos maravilla. Haríamos bien si la escuchamos mediante la relectura.

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