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Opinión

Acapulco en pie de lucha

Por: Juan Becerra Acosta

Sobre la avenida Escénica que lleva de la bahía de Acapulco a la de Puerto Marqués al menos 40 personas caminan con dirección al aeropuerto, intentan abordar uno de los vuelos del puente aéreo humanitario implementado por Aeroméxico.

Algunos pudieron comunicarse con familiares o amigos para pedirles que los reciban, otros lo harán al llegar a la capital. “Lo primero es salir del puerto”, afirma Martín, quien se quedó sin casa.

Hay quienes iniciaron su recorrido en el monumento de la Diana Cazadora y, acompañados por niños y personas mayores, caminan a paso lento sabiendo que el camino es largo –unas siete horas– y peligroso debido a que se arriesgan a ser despojados de las pocas pertenencias que el huracán Otis les dejó.

Cerca del aeropuerto está la colonia Ricardo Bonfil, zona popular que vive principalmente del turismo. Ahí el mar se llevó casi todo, restaurantes mesas y sillas, con ello además el sustento de decenas de familias que se quedaron sin casa.

Doña María, propietaria del restaurante Playa Dorada, desde hace al menos tres décadas ha recibido en su comedor a turistas nacionales y extranjeros que acuden por su famoso “pescado a la talla”. Hoy no tiene dónde recibir a sus comensales, mucho menos alimentos que preparales. A quien recibe tras el paso de Otis es a tres familias damnificadas.

Alrededor de los escombros del comedor siete niñas de entre cinco y nueve años juegan a las “escondidillas”, mientras doña María y su esposo vigilan que no haya alacranes pues, “de picar a un escuincle no hay con qué curarlo”. Las medicinas no han llegado y personas diabéticas o hipertensas requieren continuar su tratamiento.

El agua y la comida es lo que más se necesita, luego las medicinas y “ya después vendrán la luz y el teléfono”, afirma don Fermín, habitante de la colonia La Cima, una de las más pobres en la bahía de Acapulco, situada en su parte superior adonde a una semana y un día del impacto de Otis llegó por primera vez la ayuda. Cuatro camiones del Ejército y una pipa subieron la pendiente para detenerse en su parte más alta.

Niños, ancianos, mujeres con bebés en brazos y familias enteras se asomaron al escuchar el estruendo de los motores, vieron la pipa con agua y la expresión del rostro les cambió, pasó del recelo a la alegría. ¡“Traen el agua”!, ¡“ya llegó la ayuda”!, gritaron mientras los soldados organizaban la fila para repartirla. No más de cinco minutos pasaron para que la fila se extendiera hasta donde no se alcanzaban a ver los camiones.

Avanzó rápido, no dio tiempo suficiente para reposar los garrafones vacíos. Con una mano se cargan dos, y con los brazos se sostiene uno más, con lo que una sola persona puede estar formada con cinco garrafones.

–¿Cómo le vas a hacer una vez que estén llenos? –Lo que importa es llenarlos, llevarlos ya veo luego cómo… me ayudan… siempre alguien ayuda, asegura Salma, joven de 19 años y madre de una niña de tres, quien, como los demás vecinos de la Cima, pudo subsistir más de una semana sin suministro de agua acudiendo a arroyos cercanos.

Las personas formadas recibieron primero su despensa y un paquete de agua embotellada, después llenaron con el agua de la pipa garrafones, cubetas, o el recipiente que tuvieran a la mano. Una mujer y su hija adolescente –de las primeras en formarse– después de haber recogido despensas y llenado cubetas prepararon con las provisiones que tenían atesoradas –carne de puerco, pollo y pan de caja– sándwiches a los soldados, y les llenaron vasos de plástico con un refresco.

“Son pueblo, son tropa y también pueblo”, decían las dos mujeres a cada uno de los militares que tomaban un sándwich y daban un sorbo a la bebida gaseosa que, antes de su llegada, era la última que tenían almacenada. Una vez vaciado el refresco, su envase fue a dar al lugar al que llega toda la basura de Acapulco, la calle.

No hay de otra. La basura se acumula y forma montañas de podredumbre mientras el municipio de Acapulco llama a los vecinos a sacar los desperdicios a la calle, “a colaborar juntos”, pero los camiones recolectores no pasan y las infecciones comienzan a presentarse.

En la zona de Caleta y Caletilla los escombros que llegan del mar a la playa –pedazos de embarcaciones, ramas, troncos, cascajo– se juntan con las láminas que alguna vez fueron techo, las rejas que sirvieron de puerta y el desperdicio que se acumula con restos de animales muertos que con el paso de las horas crean una bomba de insalubridad.

Una más de la secuelas de Otis que sigue destruyendo un puerto que tardará mucho en ser reconstruido. Acapulco está muy lejos de estar en pie, su gente sí lo está, en pie de lucha.

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