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Cultura

Todo lo veo en foto: Pedro Valtierra

Por: Elena Poniatowska

Hablar con el notable fotógrafo Pedro Valtierra es estimulante. A sus 61 años, sigue igualito al chavito que sonreía tras de su lente. Nos encontramos con gusto, a pesar de que enfoque su cámara sobre mi cara y yo proteste. “Te veo y te retrato. Es una reacción inmediata” –me explica.

Hace años, Pablo Ortiz Monasterio reunió a varios fotógrafos de prensa para ponerlos a competir con los consagrados: Weston, Ansel Adams y Álvarez Bravo, el rey incontestable de la fotografía mexicana. Entre los más jóvenes, destacó Pedro Valtierra, cuya generosidad se extiende hoy a otros aspirantes a fotógrafos en la revista Cuartoscuro.

–Viajé a España con guaraches; en Madrid y en Sevilla me preguntaban dónde podían comprar unos iguales.

–El articulista de Siempre! José Natividad Rosales escribió: “Europa a paso de guarache” –recuerdo.

–Elena, me llevo bien con Lorenzo Hagerman, acabo de verlo en Chiapas; es igual de noble que sus papás. Antier no lo reconocí porque iba de traje, y me explicó que tenía una entrevista de trabajo.

(¿Ir o no de traje? Los fotógrafos suelen andar de mezclilla y camiseta. Originario de Zacatecas, Pedro Valtierra es ahora parte de la Ciudad de México, la más combativa, la que más opina, la de mezclilla y tenis.)

–Pedro, creo que tu plaza en Zacatecas es la más bella de México.

A Pedro no parece llamarle la atención mi entusiasmo, aunque sí recuerde a Manuel Felguérez, a Pedro y a Rafael Coronel, y a otros grandes zacatecanos. Pedro Coronel se casó con Amparo Dávila, gran cuentista; con ella procreó a dos hijas.

Pedro era un buen coleccionista y él y Rafael Coronel se pasaban de generosos. La crítica de arte Raquel Tibol fue dura con ellos; en cambio apoyó muchísimo a Arnold Belkin. La crítica, tanto la literaria como la pictórica, cuando es personal se vuelve injusta.

–Pedro, ¿qué es lo que más te satisface de tu vida?

–La revista Cuartoscuro; ella (señala a Ana Luisa Anza) es la editora, la mera mera. La imprimimos en Preprensa Digital, una buena imprenta. Veo las pruebas porque luego con el calor la tinta se corre. Trabajo en la impresión de cada número y me medio mato en la agencia, que lleva 37 años de vida.

–Es un privilegio estar suscrita a Cuartoscuro, una guía para los artistas. La espero con emoción; es una maravilla.

–Damos servicio a La Jornada, a Alejandro Páez y Álvaro Delgado; trabajamos con muchos periódicos de provincia; tenemos alrededor de 100 diarios en todo el país.

–¿Cien periódicos compran tus fotografías?

–Sí. Tenemos ocho fotógrafos en México: Moisés Pablo, Galo Cañas, Mario Jasso, Pedro Anza, Rogelio Morales, Andrea Murcia, Graciela López, Isabel Mateos, Victoria Valtierra. Tenemos también a corresponsales: Omar Martínez, Gabriela Pérez Montiel, Crisanta Espinoza, en Toluca; Isabel Mateos, en San Cristóbal de las Casas, hace tomas en medio de los conflictos y los balazos.

–Tu fotografía de la joven chiapaneca que rechaza al soldado en la selva zapatista dio la vuelta al mundo

–Sí, la tomé en Chenalhó. Por esa foto me dieron el Premio Rey de España. Me acompañó Carlos Montemayor en representación de La Jornada. La reina Sofía se puso muy contenta de que esa foto ganara, porque tenía cierta simpatía por los chiapanecos. También a la ahora reina Leticia le encantó la foto.

–Danielle Mitterand vino a sentarse a los pies del subcomandante Marcos

–Cuartoscuro tiene 37 años, yo, 51. Yo vendía periódicos en la calle en Fresnillo, había visto fotos del 68 y eso me jaló. Empecé en la cuna, en 1972, cuando tenía 17 años; me compré una Instamatic y retraté toda mi casa, a mis hermanos, mis amigos; tengo las fotos guardadas, porque no son nada malas. Fui bolero en Los Pinos cuando era presidente Echeverría, y le caí bien a los de la oficina de Comunicación Social con Mauro Jiménez Lazcano. Así empecé en 1972. Me aceptaron porque siempre quería hacer mandados, correr de aquí para allá. Conocí el laboratorio y me embrujó el cuarto oscuro, porque yo sabía lo que era una foto, pero no cómo se revelaba. Todo encandilado, vi las fotos aparecer en el líquido revelador y dije: “Esas son cosas del chamuco”. Ahí me embrujó la fotografía y ya no hubo cosa más importante para mí hasta el día de hoy. Todo lo veo en foto.

“En 1975 ayudaba a revelar en el laboratorio de Presidencia; preparaba los químicos: el revelador, el fijador. Ahí estaba Manuel Madrigal, fotógrafo de Siempre!, quien me enseñó el oficio; él tomaba muy pocas fotos. ‘Si vas a aprender, tienes que observar; ve la luz y las personas; haz pocas tomas’.

“En 1973 trabajé en su laboratorio y en 1975 me hice fotógrafo profesional de la oficina de comunicación social en Presidencia, cuando Echeverría era el mero mero. Le caí bien a él y a todos. Soy un campesino que viene de Zacatecas, ayudé con mucho gusto en todo. Vivía muy cerca de Los Pinos, iba a la secundaria para trabajadores, porque empecé a estudiar ya grande; salía a las 10 de la noche de la escuela y me iba a revelar. ‘¿Qué haces aquí, mocoso?’ ‘Vine a ayudarles’.

“De Zacatecas llegamos mis padres y siete hermanos a la colonia Pino Suárez, en Tacubaya. Tenía mucha voluntad y aprendí. Me pasó algo que te voy a contar: cuando me dieron la oportunidad, me prestaron una cámara y me enviaron de traje a un acto de la señora María Esther Zuno de Echeverría en el hotel María Isabel. No dormí, porque era mi inicio formal, la primera vez que iba a batear. Nunca había usado traje; fotografié a la señora Echeverría con otras damas; no cabía en mí, estaba feliz. Me meto al cuarto oscuro para sacar el rollo, abro la cámara y, ¿qué crees?, no había puesto el rollo.”

–¡Ay, Dios mío, se te olvidó de los nervios!

–Imagínate. La abría y la cerraba y la volvía abrir, incrédulo, pensé que estaba soñando. Madrigal se dio cuenta de que yo no salía del cuarto oscuro y tocó la puerta: “¿Qué pasó, Pedrito?” “¡Una desgracia!” “¡Ah, qué barbaridad!”. Él era muy tranquilo: “Vamos a hacer una cosa. ¿Viste qué otros fotógrafos estaban ahí?” Esperé todo el día y toda la noche en la oficina de prensa, pero nunca llamaron –el acto no era tan importante. El susto me valió, porque ahora siempre compruebo si hay rollo adentro.

“En Presidencia aprendí a revelar, solo y a la brava. Cuando no había nadie en el laboratorio, hacía de tripas corazón, ya no tenía la Instamatic, sino una buena cámara. “¿Traes tu cámara?’ ‘Sí’. ‘Vente’. Mauro me consiguió un saco y me mandó a Los Pinos. Yo ya sabía los ángulos, porque revelaba las fotos y sabía qué ángulo le gustaba a Echeverría. Cuando se las enseñé a Mauro, se sorprendió: ‘¿Tú las imprimiste? ¡Muy bien, muy bien! Mira, hay una cámara, la agarras y te vas’, porque la mía solo tenía un lente. El 20 de abril de 1975, Echeverría regresó de un viaje muy largo y sus seis fotógrafos venían muy cansados. Tomé y revelé las fotos el domingo 19 de abril de 1975; el lunes se publicaron cuatro fotos mías en portada de El Día, El Nacional, El Avance. ‘Desde este momento eres fotógrafo’, exclamó Mauro.

“Cuando López Portillo llegó a la presidencia, me fui a El Sol; Benjamín Wong era el director, un ser humano notable, atento y ceremonioso, leía todo. Era admirable. ‘Pedro, lea, tiene que leer, aunque sea un libro vaquero, pero lea’, me aconsejó. Me tocó cubrir el drama de los Flores Muñoz, asesinados a cuchilladas por su nieto en su cama en la calle de La Morena. En el sepelio en el panteón Francés, el nieto veía el reloj y le tomé unas fotos en ese preciso momento. Todavía no se sabía que era él, pero se me hizo raro. Yo tomé la foto de los machetes y salieron en primer plano, y al fondo todos los periodistas con el procurador de justicia y Manuel Becerra Acosta le dijo a Christa Cowrie: ‘Quiero que contrates al fotógrafo’. Ahora Christa vive en Mazunte. Creo que le caí bien a Becerra Acosta, porque a los 23 años me mandó a la guerra en Nicaragua con Jaime Avilés, el más valiente de todos.”

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