Recibe Quignard el Formentor de las Letras
Madrid. A sus 75 años, Pascal Quignard mantiene una rutina diaria idéntica e inquebrantable: se despierta al alba, dedica las primeras horas del día a escribir y a releer lo que está haciendo, y el resto lo dedica a la lectura, amigos, música y soledad
. La única lengua viva que habla es su idioma natal, el francés, si bien ha estudiado con minuciosidad latín, griego y sánscrito. Al recibir el premio Formentor de las Letras, en la localidad aragonesa de Canfranc, en el corazón de los Pirineos, el novelista galo intentó definirse: No soy poeta ni filósofo. No soy un novelista fácil. Tampoco soy un sicoanalista, pero todo me interesa y esta es una faceta algo barroca
.
Quignard es quizás uno de los escritores vivos más admirados y huidizos de actos públicos, grandes ferias o jornadas en torno a su obra. Sin embargo, este año decidió alterar su rutina de escritura, contemplación y gozo para viajar a Canfranc para recibir el prestigioso premio Formentor de las Letras, que en otras ediciones ha reconocido la obra de autores como Carlos Fuentes, Juan Goytisolo, Cees Noteboom o Liudmila Ulítskaya, entre otros. Además, viajará a finales de año a México para participar en la Feria Internacional del Libro (FIL) de Guadalajara.
Quignard se considera a sí mismo ermitaño
, que vive por y para la escritura y la música; es tan importante en su vida escribir novelas y los libros que nunca he visto en las librerías y que me hubiera gustado leer
, como las horas y horas que dedica a tocar su piano, su laud o su viola. Su infancia, en la que se le detectó un leve síndrome del espectro autista, estuvo impregnada de momentos musicales, gracias en gran medida a su familia de tres generaciones de organistas que le permitió descubrir siendo aún niño las obras más importantes de Bach.
En un encuentro con medios de comunicación, antes de recibir el prestigioso premio, Quignard respondió a algunas preguntas, que escuchaba con profunda atención y a cada una de ellas, antes de responder, dedicaba un breve pero intenso momento de reflexión para después exponer su palabra de forma razonada y serena.
Al preguntarle si cree que la inteligencia artificial (IA), de la que todo el mundo habla, va a cambiar para siempre nuestra forma de vivir, Quignard respondió: No creo que la IA venga a cambiar nada. El caos va a existir siempre y el sol seguirá calentando. Hay más peligro en la repetición inevitable de las crueldades, en las guerras
.
La lectura quizá no es para todos
Quignard nació en 1948 en Verneuil-sur-Avre (Francia), en el seno de una familia de músicos y especialistas en literatura clásica, y es autor de más de 70 obras, entre las que destacan El salón de Wurtemberg (1986), Todas las mañanas del mundo (1991, adaptada al cine por Alain Courneau), Una terraza en Roma (2000), Villa Amalia (2006), Las sombras errantes (2002, premio Goncourt) y El amor el mar (2022).
Sobre su origen como lector y escritor, Quignard explicó: “He leído siendo muy niño, pero no he escrito. Pero después de haber leído mucho, siendo niño y adolescente, necesité escribir esos libros que no encontraba en la biblioteca y también necesité traducir. La lectura viene primero. Yo tenía un carácter más bien ensimismado, pasivo, y la lectura es pasiva, y eso es maravilloso, porque la lectura y la contemplación permiten sentirnos invadidos sin que haya ninguna acción de nuestra parte, todo puede ocurrir, todo puede llegar.
La lectura es una experiencia más profunda, menos voluntaria que la escritura. La lectura es peligrosa, quizá no para todos. Cada arte no sirve para todos o no todos estamos hechos para cada arte. Yo necesito la lectura, pero no todo el mundo es así ni está hecha para todo el mundo. La lectura es una forma de quedarse consigo mismo, es un movimiento vertical, un éxtasis hacia arriba, en el tiempo y en el espacio.
En cuanto a esa etiqueta que últimamente le atribuyen, la de autor barroco
, Quignard señaló: Soy una persona letrada y erudita que busca la violencia de la emoción. Pero soy barroco por otro motivo, porque no acepto los géneros prexistentes, y esto es algo muy barroco. No soy ni poeta ni filósofo. No soy un novelista fácil. Tampoco soy sicoanalista, pero todo me interesa y esta es una faceta algo barroca. No creo que las artes tengan un público objetivo. Pero hay una mitad del arte que no entiendo: todo lo que es irónico, caricaturesco… No me gusta la burla, soy un escritor grave. No me gusta que se critique a los personajes, tampoco me gusta la profanación
.
Con relación a la presencia de la música en su obra, esencial en la mayoría de sus libros y su vida, el autor francés explicó que en su niñez y juventud era la música la que hacía la ceremonia gracias a instrumentos clásicos como el laud, la viola o el piano, que son sublimes, pero que, poco a poco, han ido quedando relegados. Y con esto quiero decir que no hay progreso, porque vamos abandonando las cosas que son maravillosas y fantásticas. Con el paso del tiempo no avanzamos. No creo en el progreso. Los dispositivos, aunque sean tecnológicos, me parecen maravillosos. El teléfono móvil, por ejemplo, me parece un instrumento muy bello, pero no creo en el progreso.
Y a escala política, la pregunta no tiene cabida: no hay progreso político
.