Largo adiós de Milán Kundera
La antigua Checoslovaquia —castillos que se disuelven en la niebla— desapareció hace tiempo; 30 años podrían considerarse pocos, pero desde 1993 no se esperó otra cosa que el Nobel de Literatura para el autor de la “Insoportable levedad del ser”.
Hoy nada arriba de allá —de la República Checa—, sino es la muerte de Milán Kundera (1929-2023), y queda en el marco de la historia un tufo de alivio, no de paz y goce. La agonía había sido larga: no se puede vivir con la condena de un premio que no llega, que no importa, que es insuficiente para la grandeza de un escritor que se admira y lee con aprecio.
Los libros Kundera son el artefacto literario perfecto para conocer a fondo el llamado a los países socialistas en Europa Central y del Este, liderados por la Unión Soviética, conocidos en su momento como “Bloque del Este”: Alemania Oriental, Polonia, Hungría, Albania, Bulgaria, Checoslovaquia, Rumania, Yugoslavia…
Tengo memoria de una acusación ignominiosa, soltada como un virus para negar a toda costa los altos laureles de un reconocimiento, cuando en 2008 el semanario checo “Respekt” hace público un supuesto documento que intenta mostrar a Kundera como un “delator”.
El efecto orquestado se dejó sentir con fuerza emocional extrema, dureza que fraguó entendidos y hubo que responder: “Esta cosa, que no me esperaba para nada, no ha tenido lugar —comentó el autor de la “Broma”—; me ha tomado completamente de improviso”.
El autor de “Los testamentos traicionados” y “La inmortalidad” no es el escritor que en el pasado más admiré, sino el que más envidié. Podría decir que en la juventud hay autores que toman las riendas del “padre” y lo llevan a uno, como rito de paso, a la madurez del vértigo existencial y al desmentido toda cursilería social y política, esa mezcla de papilla metafísica parecida a la mierda. Eso fue “Le père” Kundera para mi generación, la insalvable “Baby boomer”.
Exiliado de Checoslovaquia desde 1975, vivió en París y escribió su amplia obra en francés. Títulos imprescindibles, así cambien las portadas. Tras recuperar la nacionalidad checa, después de que el régimen comunista se la había arrebatado, recibió de su país natal el Premio Nacional de Literatura y el Premio Kafka.
Su descanso, después de 94 años, no de paz y goce, sino de comprensión existencial.
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