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Fórmula 1, un mundo patriarcal que empezó a cambiar hace poco

Por: Juan Manuel Vázquez / La Jornada

Ciudad de México, 31 de octubre.- En 2017 la nueva dirección de la Fórmula Uno, el mayor espectáculo de automóviles deportivos en el mundo, decidió que las mujeres dejarían de ser accesorios de ornato en las carreras. Hasta entonces, las edecanes solían acompañar a los pilotos, exhibían publicidad y cumplían roles de atención durante las competencias. Ocupaban posiciones subalternas donde los protagonistas en su mayoría eran hombres blancos y europeos. «Eso sucedió hace pocos años», dice con cierta sorpresa Dalia Ramos, ingeniera mexicana, jefa de ensamblaje y pruebas en la escudería Alpine. «Apenas se restructura la F1, tal como lo hace la sociedad en buena parte del orbe», agrega.

El mundo de los autos, y por extensión el de Fórmula Uno, es quizá una metáfora perfecta del patriarcado dominante. Es un universo de hombres blancos para beneficio y solaz de ellos, donde las mujeres ocupan espacios de bajo perfil y subalterno, reconoce Ramos.

Los motores eran terrenos casi exclusivos de varones. Abundan relatos de mujeres sobre hombres que quieren timarlas o adoctrinarlas al referirse a la mecánica automotriz.

Ramos trabaja en la fábrica del equipo en Oxfordshire y pocas veces sale de su entorno durante el campeonato. Acudió al Gran Premio de la Ciudad de México para ser uno de los rostros importantes durante los días de competencia, más allá de los pilotos de la escudería Esteban Ocon y Pierre Gasly.

«Fui la primera mujer en hacerse cargo de un área operacional», cuenta Ramos sobre su llegada repentina a la F1. Antes de responder a esta oferta laboral, había trabajado en el desarrollo de turbinas y en la fábrica de Rolls Royce.

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«Ahora hay una chica que reporta conmigo, que está a cargo de una de las secciones de mi departamento; la convencí de que viniera a trabajar, entonces hoy ya somos dos mujeres en esos cargos. Pero prácticamente no hay más en el área de ingeniería, o no en este nivel. Donde me desenvuelvo representamos a 6 por ciento del total de la plantilla y eso es lo común en todas las ingenierías de la Fórmula Uno».

Hace unos meses, el siete veces campeón Lewis Hamilton se preguntó por qué no había más mujeres en los primeros planos. Eso –dijo– era tan sorprendente como vergonzoso. Ramos coincide, pero advierte que esas preguntas no se hacían.

«Agregaría que hoy nos preguntamos dónde están las pilotos de Fórmula Uno, pero también las ingenieras y las jefas de departamento de todo el circuito. Y todavía podemos ir más profundo: dónde están las de otras nacionalidades, porque somos una minoría entre las minorías en un mundo donde la mayoría son europeos».

Hace 10 años que salió de México para estudiar con una beca y se quedó a trabajar en Gran Bretaña. Ahora que vuelve de manera breve a este Gran Premio, le sorprende el éxito que tiene con la afición mexicana.

Ramos es hija de un hombre cuyo modo de ganarse la vida era con un negocio de comida en un mercado del barrio de Tepito. La educación formal de Dalia estuvo beneficiada por las becas que recibió por su de-sempeño escolar. La Fórmula Uno era un mundo ajeno a su realidad.

«Cuando vivía en México consideraba la F1 como un deporte para ricos, ajeno a mi familia; sabía que existía, pero como algo sólo para gente privilegiada, como el golf. Ahora que vivo en una sociedad con diferencias de clase menos con-trastantes, veo que la afición aquí ha crecido mucho y que está por todos lados. No sé qué ha provocado esa diferencia, el país ha evolucionado desde que me fui, pero tal vez han sido los medios de comunicación, Netflix (por una serie exitosa), el fenómeno Checo Pérez o no sé por qué. Lo que veo es que muchos jóvenes quieren ser ingenieros porque desean llegar aquí por todo el desarrollo tecnológico, no sólo por manejar coches», cuenta Dalia.

Modelo de éxito

Dalia es un modelo de éxito. Por eso prefiere no dejar de lado los momentos más difíciles cuando toma una decisión de esa proporción. Las inseguridades y miedos que fue sorteando antes de llegar a la F1. Eso, piensa, puede servir de acompañamiento y consuelo para los jóvenes, sobre todo mujeres, que quieren abrirse paso en terrenos poco amables.

«Hablar de una posición que se considera de éxito es bonito, pero dudo mucho que sirva para comunicar algo útil a la gente, plantea; puede ser más valioso hablar de lo que uno siente, lo que nos iguala. Por ejemplo, mis inseguridades, ese sentimiento del impostor que nos traiciona y nos hace olvidar que estamos en un lugar por lo que valemos».

Estudiar en escuelas mediante becas, después un país ajeno, en una disciplina en la que no abundan mujeres, su propia biografía social y familiar, todo eso la marcó.

«Sentirme fuera de lugar fue algo normal desde pequeña», señala; «hay cosas que nos cuesta más trabajo hablar y hacer. Fui capaz de racionalizarlo, de entender que muchos sentimientos o ideas sobre mí no son reales, sino producto de que estamos acostumbradas a pensar de cierto modo. Digamos que tuve una revelación cuando lo pensé de manera más estructurada. En ese momento me sentí libre, como si me hubiera quitado un gran peso de encima», concluye Dalia Ramos.

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