¡Dios salve al Rey!
Londres, 6 de mayo. Carlos III y Camila fueron investidos Reyes de Gran Bretaña este sábado en la Abadía de Westminster, en Londres, luego de que salieran desde el Palacio de Buckingham, flanqueados por multitudes con la gala y pompa de la primera coronación en el país europeo en 70 años.
La ceremonia de coronación duró alrededor de dos horas en la se cumplió estrictamente el protocolo que consta de reconocimiento, juramento, unción, investidura y coronación, seguidas de entronización y homenaje. El rey Carlos III, de 74 años, ascendió al trono en septiembre del año pasado tras la muerte de su madre, la reina Isabel II.
Carlos Felipe Arturo Jorge de Windsor es ya Rey del Reino Unido y soberano de los territorios que forman parte de la mancomunidad de Naciones (Commonwealth).
Condescendencia cuestionada
Sin embargo persisten más las preguntas que la condescendencia en torno a esta añeja ceremonia que aviva el debate sobre la pertinencia de una monarquía que implica un gasto oneroso para el gobierno inglés, pero que también enciende los ánimos en varios rincones del planeta, al poner en tela de juicio la estela de agravios del antiguo Imperio Británico.
Son heridas que los siglos no han logrado cicatrizar. Basta escuchar a los líderes indígenas de las antiguas colonias que la víspera exigieron a Carlos III ofrecer disculpas por el “legado de genocidio” de la corona o hacer eco de la petición de Sudáfrica para que le devuelvan su diamante Cullinan (o Star de África), arrancado de sus minas en 1905, considerado el más grande del mundo, con un peso de 530 quilates y que adorna el cetro que porta el hoy monarca.
Mientras en el Museo Británico se exhiben sin pudor tesoros expoliados de varias culturas, como la bellísima escultura mexica de una serpiente de dos cabezas con mosaicos de turquesa –de la que “nadie sabe cómo salió de territorio mexicano hace siglos” para llegar a los cofres ingleses–, desde la Universidad de Birmingham, Kehinde Andrews, profesor de Estudios de Pueblos Negros, cuestiona: “Si esta no es la mayor celebración de la supremacía blanca, no se me ocurre qué lo sea, especialmente cuando se piensa en la duración, la pompa, las joyas y todo eso, ¿verdad? Así que si realmente se hablara en serio al decir ‘hey, queremos un futuro antirracista’, absolutamente no hay lugar para esta terrible institución (la monarquía)”.
Jamaica y Belice
Jamaica, país de la Commonwealth, afirmó el jueves que quiere separarse de la corona británica; casi al mismo tiempo, el primer ministro de Belice, Johnny Briceño, anticipó que su país será “probablemente” el próximo miembro de la mancomunidad que se convierta en república, y criticó el papel de Inglaterra en el tráfico de esclavos.
Más de mil 500 manifestantes antimonárquicos anunciaron que se reunirían este sábado en Trafalgar Square para protestar al grito de “No es mi rey”, mientras otros, también pesimistas en cuanto al futuro de los Windsor, vaticinaron que la ceremonia será vista por apenas 300 millones de televidentes, nada que ver con los 2 mil 500 millones que en todo el mundo siguieron el funeral de Diana, la ex esposa de Carlos, fallecida en un accidente de tráfico en París el 31 de agosto de 1997. El acto de homenaje a la eternamente venerada Lady Di se realizó en la abadía de Westminster, en Londres, el 6 de septiembre de ese año, mismo lugar donde ahora, Camila, la amante de su esposo, se convertirá en reina consorte.
Gastos reales
Los activistas republicanos tratan de aprovechar el momento para por fin desmantelar esa institución de mil años de antigüedad cuyas telarañas ya no relucen, pero para llevar a cabo toda la parafernalia (principalmente por las medidas de seguridad) al gobierno británico parece no importarle desembolsar 150 millones de libras, es decir, poco más de 3 mil 300 millones de pesos, algo así como el costo de dos Estelas de Luz y cachito (poca cosa, dirían los nostálgicos de aquellos tiempos cuando se edificó la nada gloriosa Suavicrema o Monumento a la corrupción, como se conoce hoy a la construcción que Felipe Calderón dedicó al Bicentenario de la Independencia).
El caso es que la derrama económica que se espera en Inglaterra este fin de semana con motivo de la coronación de Carlos III, sólo para el sector de hotelería, restaurantes, bares y mercancía conmemorativa, es de alrededor de 2 mil 600 millones de libras (unos 58 mil millones de pesos mexicanos), cifra nada despreciable si se toma en cuenta que el país está afrontando una notoria inflación de dos dígitos.
Lujo entre huelgas
Pero las ganancias que esos sectores tendrán tampoco acallan a quienes les parece una grosería la riqueza de la familia real, dueña de inversiones, joyas, propiedades, “e infinitos bienes”, dentro y fuera de la isla británica, pues pesa el clima de austeridad post-Brexit y pospandemia, que ha dejado un sistema de salud quebrantado; huelgas de maestros, de personal de salud y administradores públicos, así como salarios que ya no alcanzan a los británicos para vivir como antes.
Según encuestas, 30 por ciento de monárquicos de hueso colorado quieren que las cosas sigan igual, otro 30 por ciento son republicanos extremos y en medio de ellos está 10 por ciento de una masa indiferente o pragmática que, al final, como todos, agradece los días de asueto (incluido el próximo lunes) y disfruta una pachanga de tales dimensiones, así como la buena oportunidad para reunirse a beber con los amigos y transformar esto en una fiesta popular.
Detrás de la pompa y circunstancia hay un propósito claro, comenta a La Jornada la periodista argentina Martha Núñez, quien radica en Londres: mostrar al mundo que el pueblo de Gran Bretaña todavía apoya a su monarca, pues es obvio que nadie necesita un rey, “sin embargo, la solidez de la corona ha servido, de alguna manera, para calmar los ánimos entre los dos partidos que se disputan el poder –Laborista y Conservador–, lo cual brinda un cierto remanso político, ajeno a lo que sucede en Latinoamérica.
Escaparate, la vida real
“Carlos III no gobierna, porque está la figura del primer ministro, pero de alguna manera asegura a Reino Unido no sólo tranquilidad, sino también solidez ante turbulencias internacionales.”
Por otro lado, y no menos llamativo para la gran prensa del corazón que también se nutre económicamente de esos temas, está todo el drama familiar real, ese que tanto evitó la finada reina Isabel, ahora en todo su apogeo: que si no se invitó a la nuera afrodescendiente ni a la ex cuñada pelirroja, que si se negaron a cantar en la ceremonia las estrellas de rock cercanas a Diana –como Elton John–, que si el hijo menor, Enrique, sólo come y se va.
No fueron invitados los dirigentes políticos de Venezuela, Rusia, Bielorrusia, Irán, Birmania, Afganistán y Siria. Nicaragua y Corea del Norte nada más recibieron invitaciones para sus jefes de delegación diplomática.
En cambio, ahí estarán, entre otros, la esposa del presidente de Estados Unidos, Jill Biden; el vicepresidente chino Han Zheng; los presidentes de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, el francés Emmanuel Macron y el alemán Frank-Walter Steinmeier, así como miembros de otras monarquías menos lucidoras, como los reyes Felipe VI y Letizia de España; los príncipes Federico y María de Dinamarca; los príncipes Fumihito y Kiko de Japón; los príncipes Alberto II y Charlene de Mónaco; el rey Abdalá II y la reina Rania de Jordania. De México ya está apuntadísima la embajadora Josefa González-Blanco.
En tanto, afuera del palacio de Buckingham, desde hace días acamparon miles de personas para observar desde primera fila al monarca en su carroza de oro.
“La coronación tiene que ver con diferentes personas que celebran juntas”, dijo Aliya Azam, de la comunidad musulmana, quien en un momento nunca antes visto, junto con representantes de varias religiones, saludará a Carlos, en un acto en el que “será muy importante que la cohesión triunfe sobre la división, como la luz que triunfa sobre la oscuridad”.