La pesadilla del «sueño americano», relatos de la cacería migratoria en EU
México/Sao Paulo, 18 de febrero. «Estaba comprando en la tienda cuando alguien me ordenó girarme y me esposó«. Con amargura, Carlos, un veterano del Cuerpo de Marines de Estados Unidos y de origen colombiano, relató a CBS News su reciente detención en Georgia y Florida.
«Si tuviera piel blanca, ojos azules y cabello rubio, esto jamás me ocurriría a mí», afirmó el ciudadano estadunidense, quien ahora lleva consigo una copia de su acta de nacimiento como escudo ante los controles arbitrarios.
Estados Unidos, un país forjado por la migración, siempre ha reconocido la indispensable contribución de los inmigrantes a su desarrollo y prosperidad.
Sospecha sistemática
Pero mientras los inmigrantes cubren trabajos de alto riesgo, que los locales rechazan, la actual retórica política los convierte en chivos expiatorios.
Bajo la nueva administración de Donald Trump, que llegó al poder el pasado 20 de enero, las redadas se han intensificado, alcanzando incluso a ciudadanos estadunidenses con ascendencia latinoamericana como Carlos, quienes son objeto de sospecha sistemática debido a su color de piel.
A finales de enero, en Milwaukee, Wisconsin, agentes de inmigración escucharon a dos mujeres conversar en español en un gran almacén y, sin dudarlo, las arrestaron junto con un niño de tres años. Fueron llevadas a un centro de detención y cuando se les permitió defender su caso e identificarse en inglés como ciudadanas estadunidenses, la única respuesta que recibieron fue un frío «lo sentimos».
Jaime Valdés, migrante colombiano de unos 50 años, no tuvo tanta suerte. En una entrevista con el periódico El País, describió su calvario en centros de detención en California, donde lo mantuvieron con grilletes en manos, pies y cintura, cadenas que «como serpientes» que le oprimían el torso.
Durante el vuelo de repatriación, Valdés viajaba esposado, con las manos sujetas y la cabeza entre las piernas. Las turbulencias constantes y los grilletes apretados le provocaron mareos y náuseas. No fue hasta su traslado a un aeropuerto, donde abordaría un avión facilitado por el gobierno colombiano, que se le permitió liberarse de las ataduras que había llevado durante 12 días.
Teníamos miedo de morir
El drama alcanzó niveles kafkianos en el caso de la brasileña Sandra Pereira de Souza. Durante la deportación de su familia, una falla en el aire acondicionado puso en riesgo la vida de su hijo asmático.
«Sufrimos una tortura desde que salimos de Luisiana. Estaba claro que el avión tenía un problema. Fue una falta de compromiso hacia nosotros como seres humanos, teníamos miedo de morir«, recordó la madre.
Pereira denunció que «Estados Unidos nos tendió una trampa. Vivíamos allí desde hace tres años y estábamos en trámites migratorios. Nos convocaron a una reunión y de allí ya no pudimos regresar a casa«.
La nueva política migratoria del gobierno estadunidense ha generado alarma y preocupación entre muchas familias inmigrantes. En Cicero, un pueblo en Illinois con un 40 por ciento de población latina, las calles están casi desiertas.
El miedo paraliza a la comunidad. Un joven, que prefirió mantenerse en el anonimato, contó a la revista The New Yorker que compró localizadores para sus padres indocumentados y les hizo firmar poderes notariales de 20 años. «Si deportan a mi padre a México, tardará dos décadas en regresar», lamentó con precoz resignación.
Más que un sueño, una pesadilla
La ministra de Derechos Humanos de Honduras, Angélica Álvarez, condenó la estigmatización de los migrantes hondureños y de otras nacionalidades como delincuentes, señalando que solo una fracción mínima de los deportados tiene antecedentes penales.
Mientras, César Ríos, director ejecutivo de la Asociación Agenda Migrante El Salvador, advirtió que «estamos viendo deportaciones de personas que han vivido en Estados Unidos durante mucho tiempo, lo que no se compara con lo que están deportando desde la frontera», al tiempo que alertó sobre el creciente temor en la comunidad migrante, lo cual genera «autodeportaciones«.
Para Vladimir Clavijo, colombiano de 28 años deportado a México tras casi tres años en Estados Unidos, su «sueño americano» se ha hecho añicos.
«Hicieron una especie de redada por todas las calles. Empezaron, le digo yo, como una cacería de brujas. Ni siquiera preguntaban, simplemente con la cara ya asumían que uno era inmigrante», relató Clavijo a Xinhua.
«Más que un sueño, viví una pesadilla«, confesó.