Opinión

Rompecabezas | Aranceles en pausa: los riesgos silenciosos para la economía mexicana

Por: Mónica García Durán

La nueva prórroga confirmada por el presidente Donald Trump, respecto al aumento de aranceles a las exportaciones mexicanas fuera del marco del Tratado entre México, Estados Unidos y Canadá (T-MEC), ofrece un respiro temporal, pero no despeja la incertidumbre.

Tanto el mandatario estadounidense como la presidenta Claudia Sheinbaum han confirmado la extensión, aunque sin precisar fechas, sectores afectados ni condiciones concretas. Esa falta de claridad abre un compás de espera que, más que una tregua, se asemeja a una advertencia.

De acuerdo con sus declaraciones a medios de comunicación, Trump, quien aspira a fortalecer su narrativa de “reindustrialización nacional”, ha insistido en que las tarifas son una herramienta de seguridad nacional y un medio para forzar el retorno de fábricas automotrices desde México hacia territorio estadounidense. 

“Se llevaron nuestras empresas automovilísticas hace mucho tiempo. Perdimos el 57% de la producción, y ahora todo está volviendo gracias a los aranceles”, dijo esta semana el mandatario republicano, en un mensaje dirigido más a su electorado industrial que a sus socios comerciales.

La prórroga, aunque evita una crisis inmediata, mantiene a la economía mexicana en una zona de vulnerabilidad estructural, expuesta a decisiones unilaterales y a un entorno global en el que los equilibrios comerciales se utilizan como instrumentos de presión política.

Dependencia comercial y fragilidad industrial

México paga actualmente un arancel del 25% sobre las exportaciones que quedan fuera del T-MEC, además de tarifas adicionales sobre automóviles, acero, aluminio y productos agrícolas como el tomate. Las exportaciones totales hacia Estados Unidos —que representan más del 80% del comercio exterior mexicano— alcanzaron 56.488 millones de dólares en septiembre, un crecimiento anual del 13.8%. Sin embargo, ese dinamismo se sostiene sobre una cuerda tensa: la dependencia estructural del mercado estadounidense y la falta de diversificación productiva.

El aplazamiento del aumento arancelario evita una sacudida inmediata en la balanza comercial, pero prolonga la incertidumbre que desalienta la inversión y frena la planeación industrial. Empresas vinculadas al sector automotriz, electrónico y de autopartes —los principales motores de exportación— no pueden definir estrategias de mediano plazo ante un escenario en el que los márgenes dependen más de decisiones políticas que de competitividad real.

En paralelo, la retórica proteccionista de Washington se ha vuelto una constante electoral, lo que convierte cada anuncio en una pieza de negociación más que en una política de largo plazo. La falta de información sobre los nuevos plazos y los productos sujetos a posibles incrementos tarifarios alimenta la especulación en los mercados y debilita la certidumbre que requiere el sector exportador.

El impacto no se limita a las grandes corporaciones. La red de pequeñas y medianas empresas mexicanas integradas en cadenas de valor orientadas a Estados Unidos podría sufrir de inmediato si se aplica un nuevo ajuste arancelario o si las condiciones del T-MEC se reabren durante la revisión de 2026. La fragilidad del consumo interno, combinada con la desaceleración industrial, amplifica el riesgo de contagio económico.

La respuesta del gobierno mexicano ha sido medida y articulada. La presidenta Sheinbaum, al adelantar la posibilidad de una prórroga antes de su confirmación oficial, buscó enviar un mensaje de estabilidad en medio de la volatilidad comercial. Sin embargo, el margen de maniobra diplomática es estrecho.

Trump ha demostrado que utiliza los acuerdos comerciales como instrumentos de presión bilateral, incluso frente a aliados estratégicos como Canadá, con quien interrumpió temporalmente las negociaciones tras un incidente mediático.

México, aunque “va adelantado” —como afirmó la mandataria mexicana—, no puede depender exclusivamente del talante personal del presidente estadunidense.

La reciente secuencia de eventos revela la fragilidad de los equilibrios diplomáticos y económicos de la región: la renegociación con Canadá suspendida, la política de aranceles como arma electoral y un entorno internacional donde la cooperación trilateral se vuelve intermitente. En ese tablero, México juega el papel de socio indispensable, pero vulnerable.

Las exportaciones mexicanas han resistido hasta ahora el endurecimiento de la política comercial estadounidense, pero los riesgos se acumulan en silencio:

a)    Posible pérdida de competitividad ante incentivos fiscales en EE.UU.;

b)   Freno a la inversión extranjera en sectores dependientes del libre flujo de bienes;

c)    Y riesgo de que la incertidumbre arancelaria se traduzca en fuga de capitales o retraso en proyectos industriales clave, especialmente los vinculados al nearshoring.

Cada prórroga, más que una solución, es un recordatorio de la asimetría estructural en la relación comercial bilateral.

La política comercial de Trump ha convertido los aranceles en un instrumento de campaña y de presión geoeconómica. En ese contexto, México enfrenta una paradoja: crece exportando, pero depende de decisiones ajenas.

La prórroga de aranceles es una buena noticia a corto plazo, pero una advertencia a largo plazo. Sin diversificación productiva, sin autonomía tecnológica y sin una política industrial sostenida, cada extensión será solo una pausa entre crisis.

En los cielos de la economía mexicana, la calma actual no es estabilidad: es turbulencia aplazada.

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