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Opinión

Recuerdo a Margo Glantz 

Por: María Iliana Hernández Partida

La memoria es un santuario vasto, sin límite, en el que se llama a los recuerdos que a uno se le antojen.
San Agustín

Me acuerdo de que vi a Margo Glantz en un tianguis de Tijuana, su piel muy blanca, la cabeza atacada de rizos colorados. La vi sostener una cajita con dibujos persas, “esto es como estar en Bombay” le oí decir entre el gentío que hormigueaba ese día. También me acuerdo que se quedó maravillada observando un esqueleto de cerámica, tocó con especial cuidado los dientes (es una de sus obsesiones: observar las dentaduras y sus posibles penurias; la felicidad de las sonrisas reconstruidas) y, seguramente pensó, que pudo haber sido una buena dentista.

Glantz es una recordadora, trae a vivos y muertos a su mesa virtual y rememora a través de tweets rasgos de personajes como Jim Morrison, Walter Benjamin, Ettore Scola, Reagan, Simenon, Freddy Mercury, Madonna, Freud, De Quincey, Baudelaire, Henry Miller, André Gidé, María Félix, Kafka, Fidel, Frida, Primo Levi, Perec, Cantinflas, Billie Holliday, Nicanor Parra, Duchamp, Paz, Arreola. En fin, recordadora y memoriosa de las letras, dichos y hechos; la Glantz todo lo ve y tuitea.

Ella recuerda a Rulfo y dice que lo ha oído rasguñando el aire, con una voz que rasca como si tuviera uñas, tenue, espinosa, seca. Luego se acuerda de que Rulfo describe en Pedro Páramo un paisaje que es como cola de relámpago o remolino de muertos y agrega con Juan: “A ese hombre la muerte ya le viene hablando”.

Yo me acuerdo (Je me souviens), cuando me acerqué a Margo en este bullicioso mercado de Tijuana, ella me ofreció una naranja y comenzó a contarme un sueño que tuvo la noche anterior, “Me acuerdo que para ir a Michoacán tomé un tren. El tren empezó a bambolearse, a medio salirse de las vías y yo sin poder dormir y mis culpas meciéndose como los ríos: nuestras vidas y nuestras culpas que van a dar a la mar que es el morir. Me acuerdo que sigo meciéndome en un sueño, es un tren que va a Michoacán. Me acuerdo de aquella vez que viajaba con una mujer muy gorda dentro del sueño y yo tenía una lonjita parecida a la que tienen los hombres que beben mucha cerveza y estábamos las dos en una sola litera, yo estaba pegada a la pared del tren, cerca del techo, y hacía un calor infernal, era junio o julio y sin aire acondicionado. Me acuerdo que de ese viaje se me grabó en la memoria el bamboleo de la enorme panza de la mujer o a la mejor la confundo con otro sueño en que la llevábamos al hospital a removerle una infinita cantidad de mierda que tenía atorada en el intestino por falta de elasticidad, de movilidad, ese vientre inmenso, lleno de grasa, de mucha grasa”, esta y otras muchas anécdotas me contó Margo, las repito aquí con extrañeza y la misma curiosidad con que la escuché una mañana de sol amarillo en Tijuana, un olor a tacos dorados llegaba en oleadas, luego el perfume de fresas maduras entre el parloteo incesante de la escritora tan joven como su espíritu.

 Hablé con Margo y supe que yo estaba en lo cierto: es una adolescente.

A pesar de su juventud ha escrito muchísimo y más que está por publicar este año y todos los que vienen.  Aproveché para preguntarle por el escritor ensenadense Eliseo Quiñones y de inmediato se acordó de él, se entusiasmó y me dijo que en cuanto leyó sus poemas y obras de teatro supo que debía darle una oportunidad para que publicara en la revista Punto de Partida de la UNAM.

Quiñones era un joven listo para incendiarse en la poesía, intenso en el hablar, de ojos oscuros y paso rápido. Así como llegó se fue, dijo Margo, un día nos avisaron que falleció en un accidente automovilístico y todas sus palabras quedaron contenidas para otro viaje, uno más afortunado.

Las dos recordamos unos versos de Quiñones:

“Pinta un triángulo rojo    en medio de tu mar.
Será mi barco roto que siente naufragar”

Margo, entonces, con el sabor rojo de la poesía de Quiñones en los labios, me regaló una manzana y me contó que en una época de sequía en Sonora, extrañaban tanto  las   naranjas en los árboles que la gente comenzó a colgarles unas de plástico. Recuerdo que le sonreí  y la vi alejarse saludando a mucha gente y repartiendo algunas manzanas de su bolso. Al día siguiente leí que Margo estaba en París.

Y me acordé que todos estos recuerdos pudieron ser falsos, pero eso no es importante  lo que me queda es entender cómo nos construimos a partir de los recuerdos de los escritores, de sus textos y la manera en la que los hacemos nuestros, de cómo los    recordamos para arrimarlos a nuestras vidas, esas que muchas veces penden de un café, un trago de mezcal y muchas letras.

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