Opinión

Quién soy / Bárbara Jacobs

Por: Bárbara Jacobs

Mi primera acción del día, cada día, es arreglarme de pies a cabeza, y arreglarme bien, como si estuviera por atender un compromiso determinante en mi vida. ¿Será vivir?

Al despertar, 3:39, hoy experimenté pánico. Lo de mis piernas, me sobresalté, además de la dificultad, de tiempo atrás, de caminar, están, recientemente, llenas de moretones y de hinchazones; la imposibilidad de levantarme si no es mediante un enorme esfuerzo, y auxiliada por algo de lo cual fijarme, lo cual asir, para que me alce del piso, si me agaché, si me senté en el piso, para, digamos, elegir el par de zapatos que he de calzar ante la ocasión; algo de lo cual asirme, digo, para que me levante de los suelos, me ponga de pie, no es consecuencia, como, tras hacer historia en mi más reciente, larga, detenida, atenta, consulta clave con mi médico de cabecera desde hace 23 años, me temo que lo de mis piernas, según llegó él a la conclusión, no se debe al par de cirugías que atravesé de la columna vertebral, en 1975; sino, y es la razón que provocó mi pánico, a la diabetes que padezco, y que se agrava con el paso de los días. Esperaré; el martes próximo me harán una “resonancia magnética, precisamente de la columna vertebral, lumbo sacra con gadelínica (si descifro correctamente la letra del doctor) cartemi 1.2”, o, en términos del laboratorio, “P S RM COLUMNA LUMBAR CC”. Esperaré, repito, los resultados del estudio y aguardaré, con paciencia, la conclusión que él alcance, al verlos él mismo. No obstante, el pánico de que, según yo intuyo, sea por la diabetes que padezco desde tiempo atrás, y que se agrava con el paso de los días, se ha apoderado de mí. Este pánico desbordado es, ahora, mi segunda naturaleza, no me deja en paz, no me da descanso.

Así es la vida, supongo. Así es mi vida ahora. Me tiemblan los dedos, permanentemente, las manos; se me agarrotan los dedos, las manos, con dolor, con inevitable desesperación.

Por otra parte, asimismo permanentemente, ahora, desde mi soledad, reconozco que yo ya viví; que yo ya pasé, que ya pertenezco al pasado. ¡Soy el pasado! ¡Yo, ya pasé! Ya viví y no lo lamento, en lo mínimo. Me siento en paz con mi vida. Debido a mi origen oriental, encima, creo en el destino. Sé, sin temor, que lo que vendrá, vendrá. Este mundo, el Valiente nuevo mundo de Aldous Huxley, es al que yo no pertenezco más. Y advierte, lector amigo, lector querido, que no lo lamento, en lo mínimo. Mi único deseo es acabar todo mi proyectado trabajo pendiente. Me siento asombrosamente feliz. La única preocupación que, lo reconozco, me domina, me quita el aliento, me asfixia, es pensar en mis hermanos. Les prohíbo que se me adelanten. No toleraría un desprendimiento más. Si el destino, en el que creo profundamente, no me mata, moriré por iniciativa propia, por mi propia mano, por mi propia voluntad. “No se me adelanten”, les he advertido con determinación, con plena certeza, con absolutamente plena seguridad. “Aguanten; ustedes cuatro, Laurence, Gerald, Emile, Karim; son hombres, y el sentido común sostiene que un hombre no deja caer los brazos, no se resigna a perder, a no haber logrado sus sueños. Siguen adelante. Sigan adelante, hermanitos míos, adorados míos, no me provoquen ansiedad. No se me adelanten en el camino. Es mi último deseo. Podría sostener, con la frente en alto, como indican los sabios que hay que hacer, que estas son mis últimas palabras. Aguanten, mis amores. No se me adelanten, ninguno de ustedes. Es mi último deseo. No se me adelanten. Si tuviera algún tipo de autoridad, es la orden que les daría, con firmeza, sin vacilación ninguna. Con el corazón en la mano, como aconseja el sabio que hay que vivir. Y morir. Vivan. No se me adelanten, ninguno de los cuatro, representan, ahora, mi vida afectiva entera, ustedes, específicamente cada uno de ustedes, nacidos entre 1949 y 1970. Karim, nuestro cuarto hermano, el menor de los cuatro, hijo de nuestra hermana mayor, nacida en 1945, que en 2014 murió”.

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