Política estadunidense y la cumbre financiera de París
La primera ministra de Barbados, Mia Motley, y el presidente francés, Emmanuel Macron, invitaron a los líderes mundiales a París, el 22 y 23 de junio, para alcanzar un nuevo “pacto global” que impulse el financiamiento para la lucha contra la pobreza y el cambio climático inducido por la actividad humana. En buena parte, la continuación del fracaso global en cuanto a financiar dicha lucha refleja las deficiencias de la política estadunidense debido a que Washington, al menos por el momento, sigue estando en el centro del sistema financiero mundial.
Para entender la política de Estados Unidos, tenemos que empezar con la historia del imperio británico. Al tiempo que Gran Bretaña se convirtió en un poder imperial y en la principal potencia mundial en el siglo XIX, la filosofía británica cambió para justificar esa supremacía emergente. Los filósofos ingleses promovían un Estado poderoso (Thomas Hobbes en Leviatán), la protección de la riqueza privada por encima de la redistribución (el derecho a “la vida, la libertad y la propiedad” de John Locke), que los mercados estuvieran por encima de los gobiernos ( La mano invisible de Adam Smith) y la futilidad de ayudar a los pobres (la ley de la población de Malthus).
Cuando la crisis humanitaria surgió en el imperio británico, como la hambruna en Irlanda en la década de los cuarenta del siglo XIX, y las de India, a finales del mismo siglo, Gran Bretaña rechazó darles ayuda alimentaria, a pesar de que había suficientes víveres para hacerlo. La inacción estuvo en concordancia con la filosofía laissez-faire (dejar hacer) que veía a la pobreza como algo inevitable, y ayudar a los necesitados como algo moralmente innecesario y prácticamente nimio.
En términos simples, las élites británicas no tenían interés en ayudar a los súbditos pobres del imperio, e incluso a los necesitados dentro de la misma Gran Bretaña. Querían impuestos bajos y una marina poderosa para defender sus inversiones y ganancias en otros países.
Estados Unidos aprendió el arte de gobernar sentado sobre la rodilla británica, el país materno del que surgieron las colonias en América. Los padres fundadores de Estados Unidos moldearon a las instituciones políticas y las relaciones exteriores del nuevo país de acuerdo con principios británicos, a pesar de haber inventado el papel del presidente para sustituir al del monarca. Desde luego, Estados Unidos desbancó a Gran Bretaña como potencia global después de la Segunda Guerra Mundial.
Hay una filosofía que plantea la pobreza como algo inevitable, y el ayudar a los necesitados como algo moralmente innecesario y prácticamente nimio
El principal autor de la Constitución de Estados Unidos, James Madison le temía a la democracia directa, en la que las personas participaran sin rodeos en la política, y promovió un gobierno representativo, en el que la gente eligiera a representantes que supuestamente defenderían sus intereses. Madison le temía a los gobiernos locales porque estaban demasiado cerca de la población e inclinados a defender la redistribución de la riqueza. Por tanto, Madison propuso un gobierno federal en una capital muy lejana.
La estrategia de Madison funcionó. El gobierno federal estadunidense está muy aislado de la opinión pública. Las mayorías se oponen a las guerras, apoyan un sistema de salud accesible para todos y quieren que los ricos paguen más impuestos. El Congreso, rutinariamente, lanza guerras, promueve los cada vez más caros seguros médicos privados y las exenciones fiscales para los ricos.
Estados Unidos se ostenta como una democracia, pero de hecho es una plutocracia. La Unidad de Inteligencia de la publicación británica The Economist categoriza al gobierno estadunidense como “democracia deficiente”. Los ricos y los cabildos corporativos financian las campañas políticas, y a cambio, el gobierno les concede impuestos más bajos, libertad para contaminar y guerras. Las compañías de seguros privados dominan el sistema de salud. Wall Street está a cargo del sistema financiero, las grandes petroleras son dueñas del sector energético y los cabilderos de la industria militar dictan la política exterior.
Esto nos lleva a la crisis climática global. La nación más poderosa del mundo tiene una política energética interna que está en manos de las grandes petroleras (Big Oil). Tiene una política exterior cuyo objetivo central es conservar la hegemonía de Estados Unidos mediante guerras. Tiene un Congreso diseñado para proteger a los ricos de las exigencias de las masas en lo referente al combate a la pobreza o al cambio climático.
Los líderes estadunidenses que asistieron a la Cumbre de París fueron John Kerry, el enviado presidencial especial de Estados Unidos para el Clima, y Janet Yellen, la secretaria del Tesoro. Ambos son individuos conocidos por su ética y su persistente compromiso con el combate de la pobreza y el cambio climático, sin embargo ellos no pueden influir en la política estadunidense actual: el Congreso y la plutocracia los obstaculizan.
Los líderes reunidos en la Cumbre de París reconocieron la urgente necesidad de la expansión masiva de un financiamiento oficial para el desarrollo desde los Bancos Multilaterales para el Desarrollo (BMD), es decir el Mundial, el Africano para el Desarrollo, el Asiático para el Desarrollo y otros. Sin embargo, para poder otorgar préstamos en las cantidades necesarias, los BMD requieren una mayor inversión de capital por parte de Estados Unidos, Europa y otras economías importantes. El Congreso estadunidense se opone a invertir más capital en dichas instituciones y esta oposición bloquea, hasta ahora, cualquier acción global.
El Congreso se opone a invertir más capital por tres razones. En primer lugar, costaría a Estados Unidos un poquito de dinero, y los sectores ricos que financian las campañas políticas no están interesados. En segundo lugar, aceleraría la transición global hacia las energías que no requieren combustibles fósiles, cosa que el lobby del Big Oil estadunidense intenta retrasar. En tercer lugar, daría mayor influencia a instituciones globales en las que participa China, pero el complejo militar industrial quiere una guerra con ese país, no una colaboración.
Así, las naciones en desarrollo necesitan cientos de miles de millones de dólares más de los que están previstos en los créditos de los BMD cada año, para lo que se necesitaría una mayor inversión. En vez de eso, Estados Unidos y Europa presionan a estas instituciones bancarias para que den préstamos ligeramente mayores con su capital existente. Es posible que los BMD puedan exprimir otros 20 mil millones de dólares en créditos: una minúscula fracción de lo que se necesita.
La exasperación de los países en desarrollo se desplegó en París. El presidente de Brasil, Lula da Silva, y varios mandatarios africanos dejaron claro que hay demasiadas cumbres y muy pocos dólares. El premier chino, Li Quiang, habló de manera sobria y cortés, al prometer que su país hará su parte junto con otras naciones en desarrollo.
Las soluciones finalmente llegarán cuando el mundo avance a pesar de la lentitud estadunidense. En vez de permitir que Estados Unidos bloquee el capital de los BMD, el resto del mundo debería avanzar con o sin Washington. Incluso los plutócratas estadunidenses se darán cuenta de que es mejor pagar un precio modesto en favor de la lucha contra la pobreza y el cambio climático que enfrentar a un mundo que rechaza su codicia y beligerancia.
*Profesor y director del Centro para el Desarrollo Sustentable en la Universidad Columbia y presidente de la Red de Soluciones de Desarrollo Sustentable de la ONU.
Traducción: Gabriela Fonseca