Polarización
División incremental, diferencias intratables. Esa gente que parecía decente, sensata. Aquellos que fueron dignos de confianza. Amistades añejas, conocidos del día a día. La amenaza tiene colores definidos, rostros familiares. Hay tanto en juego. La ansiedad precede al miedo, el miedo al odio. Unidad o derrota. O ellos o nosotros.
La polarización absorbe múltiples coincidencias y divergencias. El pluralismo se comprime. Las divisiones traslapadas se reducen a una sola. Los matices se absorben en un contraste categórico. Las múltiples afinidades—la fluidez contingente de las identidades—se congelan en categorías impermeables, inconmensurables. Posiciones políticas que son posturas morales irreductibles. De un lado encontramos la virtud; del otro, la decadencia y el vicio. La causa propia es verdad y pureza. Las otras banderas representan vileza y corrupción. La distancia se agranda. Los puentes rotos, la brecha abismal.
La polarización socava el espacio público y lo convierte en un sistema de trincheras. Alcanzado cierto umbral, el retorno es difícil. La polarización erosiona las bases de la negociación y la deliberación, desacredita a la tolerancia, hace mofa de la imparcialidad. Nadie puede permanecer sin tomar partido. En buena medida, la polarización es un estado colectivo que resulta de la voluntad de la gente de ser consecuente con sus propios principios, intereses e identidades. La mayor parte de la gente solo se involucra en la vida pública en la medida en que eso ayude a que su vida mejore o impida que empeore. Para tener una idea acerca de los asuntos públicos examina su cartera, la opinión de aquellos con los que siente cercanía, el mensaje que resume todo lo más rápido posible. Una imagen vale más que mil palabras y la intuición es un criterio de decisión mucho más poderoso que la información factual. La gente rara vez contrasta la información de fuentes especializadas independientes y, en cambio, busca inspiración en lo que dicen—y en cómo lo dicen—sus fuentes de referencia.
En la jerga especializada, la clave está en que la gente está menos motivada por estar en lo correcto que por confirmar sus creencias. En lugar de evaluar las creencias pre-existentes a la luz de nueva información, el común de las personas ignora la información que contradice sus opiniones y busca información que las confirme—sea información verídica o no. En virtud del razonamiento políticamente motivado, la gente refuerza su postura, no la cambia. Cuando se trata de votar o participar en la política, las personas responden a lo que confirma sus creencias o refuerza sus vínculos con algún grupo de referencia. Para muchos es más difícil reacomodar hábitos, actitudes y vínculos afectivos que descartar la información que contradice las convicciones ya arraigadas. Así, pueden creer que la tierra es plana, que el cambio climático es un invento de alguna conspiración siniestra, o que es bueno que las ovejas hayan elegido a un lobo como presidente del rebaño.
El razonamiento políticamente motivado, como la polarización, no surge de la nada. Es una economía de la certeza en tiempos de incertidumbre. Recrea resentimientos. Conquista espacios. Se convierte en un medio de influencia política. Cuando se trata de disputar el poder, se supone que es deseable apelar a los intereses comunes, crear espacios incluyentes. Dicen que construir acuerdos y consensos es tan importante como tomar la decisión correcta. Lo que funciona, sin embargo, es dividir y polarizar. Desinformar y mentir, desacreditar y atacar. Atizar la desconfianza y movilizar el agravio: Ya sabemos de lo que ellos son capaces. No podemos darnos el lujo de tratarlos como iguales. No importa torcer la ley, si es por nuestra causa. Cueste lo que cueste. Negociar es claudicar.