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Opinión

Persistente oposición

Por: Luis Linares Zapata

Han sido por demás constantes, incisivos, puede decirse, en sus críticas. No han cejado, ni siquiera una aislada, triste, alegre o santificada vez en hacerlo. Bien puede ser con algo o mucha enjundia, tal vez digna de otras muchas causas, aunque fueran menos trascendentes. ¡Pero no! Eso no se lo pueden permitir. Lo que está en juego, al menos desde la altura de sus insignes miras, es demasiado importante para dejarlo al garete. Algo, por fuera de sus dictados se está desbocando. Los daños que se intenta ocasionar no aparecen a la vista. Así que, semana a semana para los articulistas o cada uno de los días en que publiquen sus columnas, si a ello se dedican, escogerán, sin falta, tema para su inclemente picota. La catorriza al gobierno en su quehacer diario o, con especial deleite, al Presidente y sus actitudes –autoritarias, dicen– le lloverá sobre mojado. Así, sin contratiempos innecesarios, con la solemnidad y puntillosidad pertinente, han transcurrido estos cinco años del gobierno actual. Y, al parecer, esperan emplear lo que resta de este corto sexenio para seguir martillando con la esperanza de ablandar el tozudo cráneo de AMLO y exponerlo, ya vacío, al escarnio de la multitud.

A esta altura de la pelea, emprendida desde el mero inicio y, a veces, desde mucho antes, han sido altivos críticos inveterados. Siempre coordinados aunque, en apariencia, no lo estén ni lo reconozcan. Muchas veces se ha mencionado aquí lo terminal, condenatorio y hasta trágico que han concluido sus picantes observaciones. Pero, eso sí, envueltas en sabias, técnicas, severas frases. Todas desplegadas desde las lecturas de libros recientes, bajo tutela de modelos empleados en el mundo entero y de los cuales están pendientes y conocedores. Dominan lo que en otros ambientes se hace, se predica, se copia o usa. Y, si esta práctica no la siguen desde el poder vigilado, con regularidad, estos inevitables predicadores se asignan un papel de censores indiscutibles, de conductores a los que hay inescapable obligación de atender. Claro, esto es conducente, si se tiene buena voluntad y se aceptan los consejos que emanan, con la debida frecuencia, sin intenciones adicionales, confiesan. En este, autoasignado papel estelar, no caben otras interpretaciones. Por algo son actores consagrados, con años de experiencia y saludables propósitos, por el bien de la nación. Para leerlos sólo hay que abrir las paginas del periódico Reforma y encontrar sus legítimas, inocultables huellas. No importa si es entre semana o durante las versiones dominicales. Ahí están, con sus armas en ristre, según afirman, esquivando polarizar. Aparecen en pares, uno frente al otro o dando vuelta, en los anversos. Su acomodo y extensión es constante. Lo mismo sucede con las columnas a lo largo de El Universal o las primeras planas de Milenio. Lo que se oye en la radio es todavía un granero más extenso, puntilloso y abierto. Ahí no hay medias tintas, abren micrófonos con regularidad y extensión inigualable para que sus oyentes se expresen. Las conclusiones flotan sin dificultades. Van asidas a situaciones terminales. El país cae a pedazos, la salud inexistente y cuando algo aparece es de mala calidad o inoportuna. La inseguridad es fenómeno desbocado, rampante. La educación dislocada, sin rumbo, atrasada. AMLO es un mentiroso consuetudinario, tramposo, apegado a su afán de control total. Un aspirante a tirano sin compostura. Manipulador empedernido de su candidata a quien trata sin respeto alguno. Y ella se deja llevar sin oponer la resistencia que debería y a la que urgen defenderse, atacar, responder, tomar su propio cauce, aunque implique el rompimiento, situación que solicitan a gritos destemplados.

Pero, de pronto, como de la preñada oscuridad, aparece una encuesta incómoda. AMLO recibe 79 por ciento de aceptación (De las Heras), Claudia le lleva drástica ventaja a sus oponentes. Amplitud que de inmediato vetan opositores y críticos incrédulos y mordaces. Y esto se rellena con la ascendente marcha de la economía, con el aumento salarial y sus efectos en reducir la pobreza, inflación a la baja, incremento pensionario, con 200 nuevas facultades en la ruralidad, con finos y abiertos hilados con el chino, el gringo y el canadiense. ¡Caramba! Nada de eso estuvo previsto –tal vez sea mentira, se adelanta–, pero, como siempre, todo lo anterior se deja de lado o se lo mira con perpleja incredulidad. ¡Allá ellos!, se oye. Mientras, la tragedia acapulqueña transcurre sin dolorosos sobresaltos adicionales, con algo de prisa y aciertos. Ahí trabaja el Ejército, miles de jóvenes construyen su presente, se terminan los censos para las dotaciones de enseres y ayudas, el rescate de los marinos y la zonificación de los cuarteles de la Guardia Nacional. La reconstrucción apalancada por el gobierno o la banca seguirá su curso. Las predicciones de ausencias y errores llevan un derrotero que habrá de frustrarse. ¡Lástima de crítica cotidiana!

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