Musa Verde | El fascismo que viene
Acusar de fascista a una persona, un partido o un movimiento no se debe hacer a la ligera o en una reacción visceral. La consecuencia de acusar de fascista a cualquiera y por cualquier razón s que nuestro entendimiento de que es el fascismo y sus consecuencias dejan de ser un pensamiento crítico de un movimiento político que requiere análisis sistemático y una oposición real y organizada, convirtiéndose en una ofensa fácil que pierde sentido.
Las acusaciones que recibió el ahora presidente electo de los Estados Unidos, Donald Trump, de ser fascista no son triviales. Llegaron tras la reflexión John Kelly, de un general que había trabajado para él como jefe del Staff militar y había observado sus actitudes, conductas y posibles acciones contra otras naciones, agrupaciones o personas, necesariamente consideradas como opositoras o enemigas. En un fascista real no hay ni respeto ni necesidad de justicia hacia afuera. Sólo existe la explosión de un sentimiento de un líder que aprueba o necesita la acción.
El primer líder fascista fue Benito Mussolini en Italia, quien la llevó a la Segunda Guerra Mundial en la alianza del Eje con Alemania y Japón. El gobierno de Mussolini fue una dictadura populista, totalitaria y expansionista. Algunas de sus características fueron la del culto a líder y a la violencia e intolerancia hacia “otros”, incluyendo una gran dosis de misoginia.
Muchas personas actualmente en el poder cumplen varias de estas características de arbitrariedad, culto al líder y odio a los otros, todas las cuales las acercan al fascismo. Creo que para considerar fascista a alguien o a un movimiento político o social debe haber violencia, discriminación y clasismo. No lo digo como admiración, sino como síntoma.
Bajo estos criterios Donald Trump y los insurreccionistas del Capitolio del 6 de enero de 2020, el Ku Kux Klan, Putin y la KGB soviética —ahora BSF y SIE de la federación rusa, el régimen iraní con sus ayatolas, Bukele en El Salvador, Ferdinand Marcos y Rodrigo Duterte en las Filipinas, y un largo etcétera, son fascistas. Mi definición excluye a muchos regímenes que no imponen la violencia, pero pueden caer en ella, no podemos descuidarlos ni dejar de criticar y exigir la desaparición de los poderes fascistas.
El fascismo es una decisión personal de cómo conducir tu vida y relacionarte con las demás. No es una decisión que se toma solo o en el vacío. Siempre viene acompañada de desigualdad política, económica, de clase y de género que termina perpetuando, porque de ella se alimenta. En esta desigualdad también se necesita que el descontento sea parte del tejido social, pero no necesariamente mayoritario. Un elemento indispensable, al menos al principio de un régimen fascista, es un líder carismático y corrupto. Trump salta a la mente, pero también Kim Il Sung en Corea del Norte, Mao Tse Tung en China, Agusto Pinochet en Chile, Alfredo Stroessner en Paraguay, Idi Amin Dada en Uganda, sin olvidar a Francisco Franco en España.
¿Podemos hablar de fascismo ambiental? ¿Existen actitudes y acciones de individuos, organizaciones o gobiernos que pudiéramos describir como tal? La respuesta es positiva. Las expropiaciones de terrenos por el Tren Maya violentaron la vida de personas y la naturaleza, se tomaron arbitrariamente y las consultas no fueron escuchadas; sus consecuencias ambientales y humanas son posiblemente irreversibles. La construcción de gasoductos y oleoductos en América del Norte, incluyendo el de Sempra de Ensenada hacia San Diego, ignora las consecuencias de la destrucción de paisajes y bienes culturales que se dan durante la construcción y operación de estos ductos. Existe siempre el riesgo de un derrame con consecuencias a largo plazo para el medio ambiente.
En México —y en el resto del mundo—existen las explotaciones mineras profundas, a cielo abierto y los mineros que trabajan en ellas, la ganaderías extensiva por que destruye paisajes e intensiva por crueldad animal, la explotación petrolera —incluyedo el fracking y su disrupción de la vida comunitaria, la deforestación para crear terrenos para ganado o por maderas preciosas, la pesca ilegoal o indiscriminada, la cacería furtiva que lleva a especies a la extinción y… agregue su explotación de recursos favorita. Todas estas actividades crean desigualdad, promueven la violencia hacia personas, comunidades y ambientes, benefician económicamente a cada vez más pocos y destruyen nuestro futuro sustentable. Son ejemplos de fascismo ambiental que debemos combatir.