Migrantes: tragedia e hipocresía
La organización humanitaria Médicos Sin Fronteras informó que más de 90 personas murieron ahogadas en el mar Mediterráneo cuando intentaban alcanzar costas europeas a bordo de una embarcación abarrotada. Por medio de sus redes sociales, el organismo instó a Frontex (Agencia Europea de la Guardia de Fronteras y Costas) a revelar los detalles de esta tragedia, llamó a brindar protección y atención a los cuatro sobrevivientes, y recordó que no deben ser devueltos a Libia, de donde procedían, pues estarían expuestos a ser detenidos, sufrir abusos y maltratos.
A mediados de marzo pasado, 17 cadáveres de migrantes que buscaban llegar a Europa fueron arrojados por el mar a la costa de Túnez. Los episodios de este tipo son de una dolorosa frecuencia en la que es considerada la ruta migratoria más peligrosa del mundo. En febrero, la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) informó que mil 161 migrantes murieron en el mar entre el norte de África y Europa en el primer semestre de 2021, un aumento de 155 por ciento en comparación con el mismo periodo de 2020. Sólo en el trayecto que va a Italia y Malta desde Túnez y Libia murieron 769 personas en ese lapso, y 18 mil desde 2014.
Las autoridades europeas no sólo se desentienden de la suerte de quienes se lanzan al mar en un intento desesperado de encontrar refugio, sino que obstruyen de manera sistemática e incluso criminalizan a las organizaciones dedicadas a rescatar a los náufragos y ponerlos fuera de peligro.
El contraste de esta hostilidad inhumana contra los migrantes africanos, de Medio Oriente y otras regiones, con la solidaridad y hasta calidez mostrada a quienes huyen de la guerra en Ucrania, exhibe que para los gobernantes y algunos sectores sociales de Europa incluso los más elementales deberes humanitarios están teñidos de racismo.
En un plano más general, la indiferencia ante la tragedia de quienes huyen de conflictos bélicos, regímenes autoritarios, inseguridad o falta de oportunidades desnuda la hipocresía de Occidente e invalida los alegatos de la Unión Europea en nombre del respeto a la vida o la defensa de los derechos humanos. Si, además, se considera que dichos males son ocasionados no pocas veces por el accionar occidental, como ocurre con la desaparición del Estado libio, la inestabilidad crónica de muchos países africanos o las guerras en Siria o Irak, está claro que los líderes europeos tienen mucho que trabajar respecto la legalidad y el ejercicio de derechos antes de pretender erigirse en guardianes de esos valores ante el resto del mundo.