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Opinión

Mar de historias | Proposición indecorosa

Por: Cristina Pacheco

Justina está empezando a marearse de tantas vueltas que ha dado mientras imagina lo que le dirá a Lucas cuando llegue, seguramente cansadísimo de venir manejando desde su colonia, que está muy cerca de las faldas del Ajusco, hasta la Anzures. Lamenta que su único amigo y confidente se haya mudado a un rumbo tan lejano donde los inviernos son más fríos.

Está consciente de que debe plantearle a Lucas su proyecto con mucha seguridad, como si fuera lo más natural del mundo que una mujer de 68 años cumplidos le pida al amigo de toda la vida que se la lleve a vivir con él. Se decidió a hacerlo porque en las últimas semanas se ha dado cuenta de que su presencia impacienta mucho a Eunice y a Maurilio. Teme que si se demora un poco más en mudarse, la relación con su hija y su yerno terminará mal.

II

En medio de su reflexión la asalta una duda respecto a cómo reaccionarán Sotelo y Diamantia, sus otros dos hijos, cuando les comunique su decisión. Ríe al pensar que en otro tiempo habrían pensado que la inpiraban motivos eróticos, pero a su edad van a tomarla como un capricho pasajero del que podrán hacerla desistir con facilidad.

Si esto ocurriera –cosa que duda mucho–, sabe que su proyecto será motivo de infinitas conversaciones familiares que causarán la risa de todos, sin que a nadie le importe que ella se sienta ridiculizada mientras los oye repetir: “¿Se acuerdan de cuando a mamá le dio por conquistar a su amigo Lucas? Esa sí que fue buena puntada, para que vean…” Y ella, al borde de las lágrimas, celebrará la evocación igual que cuando hablan del susto que se llevó en el hotel donde vacacionaban, cuando sin imaginarlo, sintonizó la tele en un canal porno.

Justina siente alivio al escuchar que un automóvil se detiene bajo su ventana y enseguida la voz de Lucas, gritándole desde la calle que le tire las llaves por la ventana para que no baje dos tramos de escalera. Se le ocurre que podría esgrimir ese inconveniente para justificar su mudanza, pero enseguida desiste pensando que es un pretexto muy débil ante una medida radical como la que piensa tomar. Oye tres golpecitos en la puerta y se apresta a abrir, como si estuviera llamándola el amor de su vida.

III

Llevan unos cuantos minutos sentados frente a frente, hablando de trivialidades, hasta que al fin Lucas la presiona: Justina: te conozco. Sé que estás muriéndote por decirme qué te pasa, pero no sabes por dónde empezar. A ver, dime, ¿de qué se trata? Ella aspira con fuerza y empieza a hablar de prisa: Aquí ya estorbo. Es natural. Quiero todo, menos causarle problemas a mi familia.

Duda unos instantes y sigue hablando: Lo he notado en pequeños detalles que no necesito describirte. (Intenta sonreír) A como van las cosas, siento que no tardan en sugerirme que me convendría irme a una residencia de ancianos o una granja en el campo.

Lucas dice que comprende porque conoce a personas… Justina lo interrumpe abruptamente: Si esto está sucediendo ahora, cuando tengo mi pensión, todavía estoy lejos de ser una anciana y puedo valerme por mí misma, ¿te imaginas qué sucederá cuando llegue a los ochenta años? ¡No quiero ni pensarlo! Por eso se me ocurrió una solución: que me lleves a vivir contigo. Los jóvenes lo hacen, ¿por qué los viejos no? (Evita con un movimiento que él hable). Sí, ya sé que siempre eres enemigo del matrimonio , pero no es lo que quiero: lo que te pido es que vivamos juntos, después de todo a esta edad podemos hacer lo que nos dé la gana, largarnos en este momento si se nos antoja.

Expectante, Justina hace una pausa larga y sonríe con expresión de ternura que en algo se parece a la que es propia del amor. La vida es increíble, Lucas, ¿alguna vez pensaste que una mujer de mi edad te haría una proposición indecorosa?

Lucas niega enfático, saca el paliacate que lleva en el bolsillo y se limpia los ojos, a lo que ella comenta: Jamás entendí por qué usabas esa clase de pañuelos, ahora sí y también me gustan; así que no te preocupes, cuando vivamos juntos no voy a cambiar tus hábitos ni me voy a meter en tus cosas, sólo nos haremos compañía. Pero es mejor no hacer planes: dejemos que las cosas tomen su curso. ¿Qué me dices?

IV

Lucas acerca su asiento al sillón que ocupa Justina, la toma de las manos y la mira: “¿Te acuerdas que me pediste que te consiguiera la última película de Harrison Ford? Fui a buscarla al puesto y por primera vez me atendió Zulema, la hija del encargado. Me pareció simpática. Dijo que no la tenía. Prometió conseguírmela para el domingo siguiente, pero ¡nada! Un domingo no la encontré en su lugar: me dijeron que se había ido de excursión con sus amigas porque era su cumpleaños. ¿Sabes qué me pasó? Me alegré por su felicidad, cosa que llevaba tiempo sin sentir por nadie. Eso me cambió y me hizo pensar en la posibilidad de que ella y yo… Pensaba decírtelo”.

Justina se levanta para cerrar la ventana y sin volverse hacia Lucas le pregunta si es joven: ¿Zulema? No tanto como para que nos pregunten si soy su abuelo, contesta él riendo y ella aprovecha para decirle que ya debería irse, la familia no tarda en regresar y si lo encuentra allí no quiere explicarles por qué vino el domingo, cosa que nunca hace”. Recibe el beso que Lucas deposita en su mejilla y sin acercarse a despedirlo, espera a que se vaya.

A solas, Justina no sabe qué hacer, sólo se avergüenza de la proposición que le hizo a Lucas y se pregunta cómo pudo ocurrírsele semejante barbaridad sin previamente consultársela a él. Escucha la puerta del zaguán que se abre, risas y pasos en el corredor. Antes de que Maurilio y Eunice entren, huye a su cuarto. Hace menos de veinte minutos estaba lleno de sus proyectos, ahora no le queda más que seguir adelante, replegada, con su maleta.

La saca de debajo de la cama, la abre y se pone a vaciarla: hay ropa veraniega que en poco tiempo no le hubiera servido en la casa de Lucas. Piensa que debe ser muy fría y que lo será aún más durante el invierno que ya se acerca.

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