publicidad
Opinión

Mar de Historias | El combate de los reyes

Por: Cristina Pacheco

Si hablé, no fue por resentimiento ni porque quisiera armar un escándalo. Además, no inventé nada ni mentí. Como siempre, hablé con la verdad. Y si a verdades vamos, diré que todos fueron injustos conmigo. Cada año, desde que comenzamos a trabajar juntos, me mintieron empezando por don Luis, a quien lo único que le importa es el negocio. «Espérate, el que viene sí te doy el papel de Rey Mago». ¿Y qué pasó?: algún pariente suyo o de su esposa ocupaban el puesto que debía tocarme. Este año fue el colmo: no sólo olvidó sus promesas, sino que le dio el papel a una mujer. Y yo ¿qué? Pues fregado, haciéndola de reno.

La injusticia y la mentira siempre acarrean desastres. Por ejemplo, ahorita no hay Santos Reyes en el pueblo. Los chamacos que deseen guardar un recuerdo bonito de estos días tienen que pedir a sus padres que los lleven hasta la Ciudad de México, al Centro, a la Alameda, para tomarse una foto. Pero el problema no es sólo ése. Aquí, sin Reyes Magos, se acabó la animación. El jardín se ve triste, el atrio de la iglesia está vacío. Los otros años la feria duraba hasta el 6 de enero; ahora no será así, pero no por culpa mía. Yo nada más dije: «Tienes la cara manchada», pero no me imaginé que se iba a armar un escándalo. Es bueno aclararlo, por si alguien cree que hablé de puro resentimiento.

De repente, el paisaje nevado voló en pedazos: por allá fueron a dar los copos de algodón, las estrellas de brillantina, las ramitas de pino, las flores de Nochebuena. El trineo perdió las ruedas. Estuvo fea la cosa. Gracias a que se me ocurrió quitarme rápido cuando empezó la bronca, no me dieron un golpe ni me rompieron el disfraz. Por eso, soy el único de los cuatro que no acabó debiéndole un dineral a don Luis. Los otros, aparte de que se quedaron sin chamba, tendrán que pagarle los trajes, las pelucas y el decorado.

También te puede interesar: Mar de historias | Proposición indecorosa 

Sí, el 2 de enero volaron los pedazos de paisaje invernal. Los chamacos, que siempre están metiéndose en todos los relajos, en cuanto se repusieron del susto que les causó el griterío, cargaron con todo. Ya vi a uno que anda por el rastro jugando con el trineo. Si don Luis me hubiera preguntado por él, yo le habría dicho dónde encontrarlo, quién lo tiene; pero no me dirigió la palabra. Me recibió el disfraz, me pagó hasta el último centavo y punto. Estuvo tan seco que no me atreví a preguntarle si trabajaremos juntos el Día del Niño. De haberlo hecho creo que no me habría respondido. Sentí que estaba disgustado conmigo. Otra de sus injusticias. Si hubo problemas no fue por mi culpa. Yo sólo dije lo que vi: que Melchor tenía manchada la cara.

Pero no me quejo. Aunque no tengo chamba, me quedan unos centavitos para irla pasando mientras la encuentro. Los más amolados fueron Cosme, Rebeca y Bartolo. Ellos en un ratito dejaron de ser Reyes y para colmo están llenos de deudas y además, de vergüenza… A nadie le gusta hacer el papel de Gaspar. Es latoso pintarrajearse la cara de betún todos los días. Es dilatado despintársela. Gaspar trabaja mucho más que los otros Reyes Magos y, ¿para qué? Es el que menos gana. Los chamacos prefieren retratarse con Melchor, con Baltazar, pero no con el rey negro. Algunos niños le tienen miedo, por los mismo que es oscuro, y también a las madres les gusta que sus hijos posen con los reyes blancos, porque si los abrazan para la foto no les ensucian la ropa. Cada año la misma batalla. Desde el 15 de diciembre, el pobre de don Luis empezaba a quejarse conmigo: «El tiempo se nos viene encima y no encuentro a uno que haga de Gaspar». Y yo, de estúpido, diciéndole siempre lo mismo: «Pues aquí me tiene, a sus órdenes». Como si no me oyera: simplemente me daba esperanzas, el disfraz de reno y el papelito para firmar de recibido.

Este año no aguanté. Le reclamé que nunca me diera chance de ser Rey Mago. «¿Cuándo se ha visto un rey enano? Para ese papel se necesita alguien alto, fuerte, con presencia». Si no me hubiera dado esa explicación no habría sentido tanto coraje al enterarme de que esta vez Gaspar iba a ser Rebeca, la esposa de Cosme.

¿Cómo lograron convencer a don Luis de que le diera el papel a una persona sin experiencia y, sobre todo, a una mujer? Quiénsabe. El 22 de diciembre apareció Rebeca hecha un Gaspar. No es alta, ni bonita, sólo agraciada. El traje le quedó bien, pero de eso a que tuviera la presencia de un rey había una gran distancia. Claro, así como digo esto también reconozco que a los niños les gustó. Ella supo ganárselos con sonrisitas, con monerías, posiblemente con otras cosas… Lo cierto es que hasta el momento en que duró el negocio ella fue el Rey Mago que más fotos se tomó y también el que se llevó más comisiones. Y yo, ¿qué? Pues como siempre, fregado con mi sueldito de reno. Mientras estuvimos puros hombres en el negocio no hubo problemas. Nos maquillábamos y vestíamos juntos. En cuanto llegó Rebeca fue distinto: pidió para ella solita el baño y si acaso pasaba yo por allí –y no porque anduviera espiándola o quisiera verla desnuda– cerraba la puerta, dizque muy pudorosa. Sí, conmigo; pero, ¿qué tal con Bartolo que la hacía de Melchor?

La primera vez en que los encontré abrazados fue precisamente en el baño. Pensé que era una figuración mía, pero luego me los hallé besándose en el estacionamiento donde guardamos los triques. Después muchas veces los sorprendí haciendo cosas, ya disfrazados. Pero no se inmutaban, ni me veían siquiera. Deben haber pensado que como hago de reno no entiendo los enjuagues de los reyes.

Nunca dije nada ni le fui con el chisme a Cosme. Lo que sucedió fue que el 2 de enero, cuando íbamos a posar para una foto, me le acerqué a Melchor y le dije: Tienes la cara manchada de tizne. Límpiatela. Creí que sólo él me había oído, pero no: Cosme pegó un salto tremendo, se le echó encima y al ratito aquello era el infierno. Fue el día en que volaron los pedazos de paisaje invernal. Si hubieran visto: los chiquillos espantados; Melchor y Baltazar arrancándose las barbas, las coronas, golpeándose, rodando por el suelo; Gaspar gritándome unas cosas, unos insultos tan horribles, que no parecía una dama, y mucho menos un rey…

Domingo 5 de enero de 1986

Related Posts