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Opinión

Locura traumática torera

Por: José Cueli

«En los caminos yacen dardos rotos; / los cabellos están esparcidos. / Destechadas están las casas, / enrojecidos tienen sus muros. / Gusanos pululaban por calles y plazas, / y están las paredes manchadas de sesos. / Rojas están las aguas cual si las hubieran teñido, / y si las bebemos, eran agua de salitre. / Golpeábamos los muros de adobe en nuestra ansiedad, / y nos quedaba por herencia una red de agujeros. / En los escudos estuvo nuestro resguardo, / pero los escudos no detienen la desolación, / hemos masticado grama salitrosa, / pedazos de adobe, lagartijas, ratones / y tierra hecha polvo y aun los gusanos». Manuscrito de Tlatelolco, versión de Ángel Garibay.

El trauma que la Conquista de México imprimió al indígena fue tan intenso que aún perdura inelaborable. Un nuevo capitulito está a la orden del día con el tema de las corridas de toros. Entre los que gustan del toreo que trajo a México Hernán Cortes hace cuatro siglos en el estilo de la época y los que piensan que matar toros es una crueldad.

El fin de semana anterior, se registró un nuevo episodio: la Plaza México llena. La máxima figura mundial actual en el cartel. La corrida empezó media hora más tarde de lo anunciado, porque los defensores de no matar a los toros «cruelmente» estaban en contra y defendieron su derecho.

Ganaron los defensores de los toros. Los toreros, las figuras mexicanas sudaron para matar a los toros. La máxima figura actual, el peruano Andrés Roca Rey, no pudo matar a su toro que le regresaron vivo, lo cual, constituyó un éxito para los defensores de la vida de los toros y de la crueldad, etcétera, etcétera. No contentos con eso, pareciera que una juez volvió a suspender las corridas. Un nuevo éxito para los defensores.

Se repite el trauma de la Conquista: el indígena perdió lengua, religión, costumbres, propiedades y acabó de esclavo, y si esto no es traumático, quién sabe qué lo sea. Apoyada por Carlos V, la Conquista de México se distinguió por la brutalidad de los conquistadores. Al mando de Hernán Cortés, cuya historia parece fábula y la vida novela. Considerado un héroe en su patria, es en cambio un guerrero cruel, entre los crueles. Desembarca y prende fuego a sus naves y coloca a los expedicionarios en situación de vencer o morir. Salvo la llamada «noche triste» en que murieron 400 españoles, a los pocos días y en salvaje revancha gana la batalla de Otumba, y el rey lo halaga con todo tipo de escudos y tierras.

Mi maestro Santiago Ramírez, estudioso del trauma de la Conquista, cita al gran poeta español Luis Cernuda, quien, dueño de una insuperable maestría, dominio de la forma, da ese toque de desgana o desilusión y, pleno de significado sicológico, expresa el mismo trauma de la Conquista, desde su exilio en México. Visión contraria a la de los conquistadores.

Citado a su vez por Santiago Ramírez, que puso el dedo en la llaga, Pérez Martínez afirma que la norma espectral del indígena modela al conquistador. Si éste subyuga el cuerpo de los hombres de la tribu sucumbe a su espíritu. Cuando las ideas entran en conflicto se afirma la claridad de ese destino. Cortés y Cuauhtémoc se animan y reanudan su batalla secular. El cuerpo de Cortés caído en sedas y desgracias. Cuauhtémoc vuelto cenizas en la selva forma nuestra epopeya. Hombres de dos mundos en nosotros se concilian y luchan. Tal es nuestra estirpe. Y a tal linaje tal escudo.

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